Sid Vicious, bajista de Sex Pistols, fue hallado muerto en New York el 2 de febrero de 1979. Habían pasado menos de cuatro meses desde la muerte de su novia Nancy Spungen, y Vicious estaba acusado de haberla asesinado en el baño de su suite en el Chelsea Hotel. Pero cuatro décadas después, lo que realmente sucedió en la habitación 100 sigue sin estar claro.
El pibe nacido en Lewisham como John Simon Ritchie tenía solo 21 años cuando murió. Tuvo una sobredosis en Greenwich Village, en una fiesta organizada para celebrar su salida de la célebre prisión de Riker’s Island, donde había pasado 55 días y había iniciado –claramente sin éxito– un programa de rehabilitación de las drogas. Vicious había sido arrestado por violar su libertad condicional en el club nocturno Hurrah, donde atacó al hermano de Patti Smith, Todd, con una botella rota de Heineken.
Spungen murió de una puñalada en el abdomen el 12 de octubre de 1978; la fatal recaída de Vicious en su fiesta de liberación significó que nunca fuera sentenciado por el asesinato, aunque la certeza de que era responsable persistió en el tiempo. Es que el mismo Vicious inicialmente confesó el crimen (“Lo hice... porque soy un sucio perro”), aunque después se retractó diciendo que cuando ocurrieron los hechos él dormía. La cantidad de barbitúricos que había consumido esa noche –30 tabletas de Tuinal, un poderoso sedante– podrían ciertamente haber sostenido el argumento de que en el momento del crimen estaba “fulminado”.
Muchos han especulado que el trágico episodio fue el resultado de un fracasado pacto suicida, con la pareja romantizada como unos Romeo y Julieta del punk. Aunque nunca fue una fuente enteramente confiable, Malcolm McLaren, manager de Sex Pistols, se mantuvo inquebrantable en su defensa de Vicious, criticando la investigación policial y señalando en 2009 para The Daily Beast: “Ella era el primer y único amor de su vida... sigo creyendo que Sid era inocente”. En el libro Pretty Vacant: A History of UK Punk (2007), Phil Strongman asegura que un guardaespaldas y dealer llamado Rockets Redglare (quien murió en 2001) podría ser el verdadero culpable, quien apuñaló a Spungen con una navaja cuando ésta lo enfrentó y lo acusó de haberle robado a Sid. Según Strongman, Redglare fue escuchado ufanándose del asesinato ante sus amigos en el CBGB, la meca del punk en New York. También es cierto que esa noche desapareció una cantidad de dinero de la habitación del Chelsea: Sid acababa de cobrar lo obtenido al capitalizar su notoriedad con una versión de “My Way” que vandalizaba el clásico de Frank Sinatra y le pudo financiar su apetito por los narcóticos.
Sea cual sea la verdad, Vicious y Spungen se convirtieron tan inseparables en la muerte como Cathy y Heathcliff en Cumbres borrascosas, y no solo como resultado de Sid & Nancy, el biopic dirigido en 1986 por Alex Cox, con Gary Oldman y Chloe Webb. La película especulaba que Vicious era quien la había apuñalado, aunque dejaba en el terreno de la ambigüedad si había sido intencional o accidental. Desde entonces, su imagen de forajidos se reprodujo casi al punto del sinsentido. En la actualidad, su importancia como iconos excede largamente los mínimos logros de Vicious como músico. McLaren llamó a Vicious “el perfecto ídolo punk del Do It Yourself: fácil de armar y mantener.” John Lydon, frontman de los Pistols, llegó a expresar su arrepentimiento por siquiera haber hecho ingresar a la banda a su amigo de la infancia: “No tenía la más mínima oportunidad. Su madre era una adicta a la heroína. Me siento mal por haberlo llevado a la banda, algo con lo que no podía lidiar. Me siento un poco responsable por su muerte”. Fue la madre de Vicious, Anne Beverley, quien le suministró la heroína que lo mató, y quien encontró su cuerpo al día siguiente, tirado en el piso junto a una aguja y una cuchara carbonizada. Descripta por Lydon como “un bicho raro hippie” en Rotten: No Irish, No Blacks, No Dogs (1993), Beverley se había separado del padre de Vicious, y durante la infancia del niño tuvo varias mudanzas, incluyendo una estadía en Ibiza en la que supuestamente se ganó la vida vendiendo cannabis. Finalmente se estableció en Hackney.
Sid Vicious era un adolescente impredecible seguidor de Eddie Cochran y el glam rock cuando Lydon le dio su nombre en honor a su hamster: ambos eran proclives a morder. En los comienzos del punk, Sid era habitué del 100 Club de Oxford Street, conocido por “limpiar” la pista de baile haciendo girar una cadena de bicicleta, lanzar tragos y aparentemente inventar el pogo al saltar y empujar al público en búsqueda de un lugar donde pudiera ver mejor el escenario. Fue el baterista de Siouxsie and the Banshees en su primer show en el 100 Club, y fue uno de los muchos miembros de Flowers of Romance, la malograda banda que podría haber sido un supergrupo si alguna vez hubiera despegado del suelo: sus miembros incluían a Viv Albertine y Palmolive de The Slits, Keith Levene (quien después estuvo con Lydon en Public Image Limited) y Marco Pirroni, guitarrista de Adam Ant.
En 1977, unirse a los Pistols le dio a Vicious un vehículo para su furia. El meteórico ascenso del grupo –y su caída–, del Lesser Free Trade Hall de Manchester a su show final en el Winterland Ballroom de San Francisco, fue tan brillante como breve. Los Sex Pistols, un tren fugitivo de caos organizado y provocación anti–establishment conducido por el extremadamente astuto McLaren, le permitió a Vicious dar rienda suelta a todos sus instintos primales para un público de adolescentes cautivados por su despreciativa y burlona personalidad. El consumo de drogas no era ni la mitad de eso; su conducta autodestructiva y ávida de atención se extendió incluso a lastimarse a sí mismo con la tapa serrada de una lata de porotos Heinz, y él y Spungen podían quemarse los brazos uno al otro con cigarrillos.
El relato de cómo era realmente Sid Vicious varía dependiendo de a quién se le pregunte. Ciertamente abundan los relatos de abusos físicos a Nancy, vomitar sobre groupies, estrangular gatos y pelearse con los rednecks en la desastrosa gira de Sex Pistols por Estados Unidos. Pero otros que también lo conocieron cuentan una historia muy diferente. Steve Severin, de los Banshees, ha comentado que “Sid tenía un brillante sentido del humor, era torpe, dulce y muy listo”. Deborah, la madre de Spungen –una mujer de clase media– recuerda que cuando la visitaron en su hogar en Filadelfia le pareció alguien entrañablemente tímido, algo infantil e inarticulado. Y que estaba desesperadamente enamorado de su hija. En su propio libro sobre Sid y Nancy, And I Don’t Want to Live This Life (1983), Deborah lo recuerda diciéndole por teléfono, desde la prisión y entre lágrimas: “No sé por qué sigo vivo ahora que Nancy se ha ido”.
¿Y qué pasa con Nancy? La muchacha de 20 años es usualmente despreciada como una adicta destructiva, una vividora de los barrios bajos que era una mala influencia para cualquiera que la conociera. Según esa teoría, Spungen fue para los Pistols lo que Yoko Ono había sido para The Beatles y lo que Courtney Love sería para Nirvana. Peor aún, era un elemento contaminante, importando la moda de la heroína de New York a Londres cuando siguió a otra banda punk, Johnny Thunders and the Heartbreakers, a través del Atlántico. Pero hay algo más que una pizca de misoginia en esos retratos. Ahora se cree que puede haber sufrido una condición psiquiátrica; las memorias de su madre describen la perturbadora conducta de Nancy en su infancia, desde amenazas a sus hermanas durante un rapto de rabia y atacar a una niñera con tijeras.
En última instancia, la grotesca caída de Sid y Nancy permanece como una especie de historia aleccionadora, una advertencia de que el ruinoso nihilismo que llegaron a representar lleva a poco más que un callejón sin salida. Su desafío solo los llevó a una habitación oscura en el Chelsea Hotel y una espiral de destrucción mutuamente asegurada. El movimiento pospunk y new wave que Lydon y sus colegas abrazaron después fue mucho más optimista, jubiloso y experimental, permitiéndose visiones de un mundo mejor: algo que Vicious y Spungen al parecer no podían imaginar y –trágicamente– nunca vieron. El verso “No future” de “God Save the Queen” terminó siendo una profecía autocumplida para los jóvenes amantes.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.