El mayor retirado –en este caso un eufemismo– Juan José Gómez Centurión desafió desde un set de televisión. “No hubo un plan sistemático, hubo un caos”, “No son lo mismo 8000 verdades que 22 mil mentiras”. Años pensando cuándo tendría la oportunidad de hacer público su pensamiento. Se le hizo. El amigo del Presidente expuso sus convicciones.
El argumento es el mismo que repiten los represores desde hace más de treinta años pero es, creo, la primera vez que un integrante de un gobierno nacional elegido democráticamente se atreve a exponerlo. Encima, mostrando una nueva cobardía, lo envolvió en: “Lo bueno es que cada uno exprese su opinión, que nos escuchemos”.
Hace apología del delito y hay que agradecerle el ejercicio de la libertad de expresión ¿Hay un colmo para el cinismo?
Calificar los dichos de este carapintada puede ser redundante, lo inquietante es qué pasa en la sociedad que se sienten habilitados a decirlo.
En la primera vuelta de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), Macri obtuvo el 28 por ciento de los votos. ¿Ese núcleo duro de derecha llegó en este desgraciado año de gobierno a crecer tanto como para naturalizar un retroceso de estas características?
Darío Lopérfido, el radical que inauguró en Cambiemos la provocación a los defensores de los Derechos Humanos tuvo que dejar su cargo de ministro de Cultura del Gobierno porteño y resiste en la dirección del Teatro Colón. El contenido y el tono crispado de su discurso resultaron intolerables.
Gómez Centurión, desde las entrañas del Gobierno nacional, apeló a un tono coloquial para ir mucho más allá: desconoció la planificación del terrorismo de Estado. Es más, atribuyó “al caos” el exterminio de miles de personas.
¿Haber ganado un ballottage por poco más de dos puntos autoriza a avasallar las conclusiones de la Justicia?
¿Haber ganado un ballottage autoriza a intentar filtrar un discurso que vuelva a legitimar la impunidad?
Hace casi veinte años, en agosto de 1997, cuando la Justicia estaba mutilada, Mariano Grondona sentó frente a frente, también en un set de televisión, al torturador Miguel Etchecolatz y a su víctima Alfredo Bravo. La reapertura de los juicios obtenida gracias a la lucha inclaudicable de los organismos de Derechos Humanos y a la decisión política de un Gobierno que impulsó la anulación de las leyes de olvido transformaron en inconcebible la reiteración de esa escena.
Gómez Centurión tiró la piedra para que sea concebible tolerar la reivindicación del período más atroz de la historia argentina.