Desde Santa María de Punilla

El trecho de llegada al Aeródromo Santa María de Punilla es de tranco lento. Largas filas de automóviles, pedestres que trenzan el camino entre vendedores de ropa y comidas, ofertantes de espacio para carpas, y hasta un audaz que promete alojamiento a “Precios Anti-Macri”. Sobre esa usanza de caos saboreable se erige el folclore del tradicional festival Cosquín Rock cordobés, que este año consumó su decimonovena edición, y cuya identidad intransferible cada vez parece estar más directamente proporcionada a su monstruosidad. 

Una vista ociosa al perímetro alcanzaba para notar lo impactante de la superficie, y la distancia entre los dos escenarios cardinales. “Cosquín cada año es diferente”, dijo Juan “Piti” Fernández, cantante de las Pastillas del Abuelo, al descubrir la alfombra gigantesca de gente que nacía a sus pies y moría vaya a saber dónde: eran 65 mil personas, cifra que le permitió a la organización ufanarse de un nuevo récord.

El primer encuentro ofreció un desdoblamiento casi absoluto de la propuesta, en el contrapunto de sus dos escenarios extremos, el Norte y el Sur, hasta consumar prácticamente dos festivales distintos. Acaso como un efecto buscado, artistas y público fueron uno en cada polo, pese a que el flujo itinerante de gente es una costumbre del festival que no se perdió. Los núcleos duros se acumularon cerca de las vallas, casi aislados de la amplísima e inabarcable oferta del resto del festival cordobés, que también tuvo puntos fuertes, como Los Auténticos Decadentes versionando su más reciente unplugged en el Espacio Alternativo. Tal vez un acierto de los programadores, teniendo en cuenta lo dificultoso del traslado de un escenario a otro, fuera por el sol o por la aglomeración. 

Desde hace años el Cosquín no es un festival dedicado rígidamente al género rock, más bien trabaja alrededor de sus influjos, por lo que entre los seis escenarios se vieron especies alternas como el hip hop y la electrónica. De esa mezcla surgió una de las mejores presentaciones del día. Louta entregó en el escenario Sur una muy buena muestra de sus actos performáticos, con una inspirada mezcla de géneros y movimientos teatrales, que apostó a la explosión –y sólo a veces a la calma– con “Todos con el celu”, “Somos tan intensos”, o “Uacho”. Una combinación de tecno febril y poética de rap, que pudo llevar hasta la trascendencia al vocablo más banal.

La línea artística fue eslabonada por los mendocinos Usted Señalemelo, grupo en claro ascenso gracias a su relectura moderna de sonidos clásicos del rock argentino de los ‘80, como Soda Stereo o la segunda etapa de Los Abuelos de la Nada. Más tarde, a un costado, Walas se ponía una vez más al frente de Massacre, se confesaba “cada vez más gordo y más confundido”, y presentaba “Tengo captura”, la canción de Ringo que cita a Él Mató a un Policía Motorizado. En ese preciso instante, unos metros más al fondo, la banda de La Plata hacía sonar “Excálibur” sobre el tablado sureño. Junto con Los Espíritus, las criaturas indie compusieron una atmósfera mansa y a contrapelo de la euforia propia del otro extremo del predio. 

Mientras Plan 4 la rompía en el Hangar del Metal y La Casita del Blues se ponía melancólica, Skay Beilinson aún tenía tiempo como para acomodarse los anteojos, el gorro, y arremangarse la camisa en el backstage. El ex guitarrista de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota regaló después un set contundente, y reafirmó su inestimable influencia sobre el rock rioplatense, que se agrupó en el ala norte. Desde el sonido de Pier –que le dedicó “La ilusión que me condena” al futbolista fallecido Emiliano Sala, fanático del grupo– y Guasones, hasta Las Pastillas del Abuelo –tocaron “La parabellum del buen psicópata”–, pasando por los uruguayos La Vela Puerca y No Te Va Gustar, que versionaron “Todo un palo”.

La presencia de Skay marcó un punto alto en la noche, con el agregado del histórico Richard Coleman en segunda guitarra, un encuentro que significó más que el de sus dos instrumentos. El sólido trabajo cristalizó desde el riff demoledor de “Arkano XIV”, al tiempo que Babasónicos preparaba su comienzo de show con “Cretino” y “Risa”, en la otra punta del mundo. El sonido de su Gibson SG es una amalgama que lo habilita a pasar de melodías filo-étnicas y fantásticas (“Dragones”), a una soberbia ejecución de la terrenal “Ji ji ji”, pasando por su primer clásico, “Oda a la sin nombre” y “Falenas en celo”, uno de los grandes aciertos de La Luna Hueca. 

Las Pelotas, banda de vasta trayectoria y condición de pseudo-local, sumado al currículo de asistencia perfecta, clausuró el vector rockero, dado que a las 4.30 de la madrugada se esperaba el set electrónico de Nick Warren. El grupo ahora liderado por Germán Daffunchio recordó a Alejandro Sokol, fallecido hace una década, y debió batallar contra el cansancio de una masa que había estado horas peregrinando por el predio. Logró levantar con temas como “Desaparecido”, “Si Supieras”, y la emocional “Personalmente”. Pero el verdadero éxito se consumó en el epílogo, con Alberto “Superman” Troglio, ex baterista de Sumo y del disco Corderos en la Noche, más “Piti”, de Las Pastillas del Abuelo, en una versión emotiva de “No tan distintos”, seguida de “El ojo blindado”, con “Piti” aún en cancha. La lluvia prometida finalmente no llegó, y la diáspora se hizo bajo las estrellas, una vez más, a tranco lento.