Ves al futuro repetir al pasado: las grandes superpotencias (la Tierra y Marte) están al borde de una guerra imperialista para quedarse con el control de las colonias (asteroides y planetas enanos que son como granjas) que proveen riqueza y recursos naturales (agua, aire, alimentos, minerales). Es lo que pasará cuando los humanos, dentro de dos siglos, hayan colonizado todo el Sistema Solar, según los pronósticos de la serie The Expanse, cuyas primeras tres temporadas, tras pasar por SyFy y Netflix, aterrizaron este fin de semana en la plataforma online Amazon Prime Video. Y que anunció, además, la producción de una cuarta, que se estrenará este año.
Basada en la saga de siete novelas de James S.A. Corey (alias que esconde la dupla de autores estadounidenses Ty Franck y Daniel Abraham), The Expanse parece la menos ATP de todas las sagas galácticas: es sombría, política y mezquina, cuela reveladoras escenas de sexo sin gravedad, tiene a la antipática ONU metiendo la cola –es el organismo que rige la Tierra–, militares con proyectos propios –los que controlan Marte– y hasta vaticina nuevas generaciones de “nacionalismos”, de explotación y de grietas sociales. Así es que, en el típico duelo callejero de pobres contra pobres, los ciudadanos oprimidos del cinturón de asteroides acusan a la policía de buchonazos-que-traicionan-al-pueblo.
Como toda serie de ciencia ficción con naves espaciales y planetas, evidentemente The Expanse forma parte de un universo narrativo galáctico que la asocia sin escalas con tanques como Battlestar Galactica, Star Trek, Valerian, El vengador del futuro o hasta Starship Troopers (aquel hitazo bélico ideado por Robert A. Heinlein que comenzaba con aliens con forma de cucarachas gigantes que empezaban su invasión terráquea destruyendo… ¡Buenos Aires!).
Pero The Expanse no está pensada para públicos familieros: su universo no pone en primer plano los mitos mágicos ni la poesía espacial, sino elementos de thriller político, de conspiración y de opresión clasista que se parecen más a House of Cards o a la imprescindible saga Fundación (de Isaac Asimov) que a la mismísima Star Wars. Y con agregados de data real que le dan un atractivo especial: por transcurrir en “nuestro” Sistema Solar y no en galaxias imaginarias, a menudo incluye información astronómica que parece coquetear con el documental y siembra la semilla para el googleo posterior. Como cuando pone en el centro del malhumor social a Ceres, un pequeño planetoide real, que se ubica entre Marte y Júpiter y al que se le atribuye la posibilidad de albergar vida: en The Expanse, el detective-protagonista Joe Miller es un nativo de Ceres que ve con ojos resignados cómo su pueblo vive como esclavizado rehén de la guerra fría entre los poderes terrícola y marciano. Es que la mística espacial de The Expanse recuerda la metáfora de los peces en el océano: el planeta grande se come al chico.