PáginaI12 En Francia
Desde París
Francia comienza esta semana a llevar a la práctica una de las promesas electorales del presidente Emmanuel Macron que atañen al ámbito cultural: el “pass culture”, el pase cultural. Se trata de un pase acreditado con 500 euros paras los jóvenes que tienen 18 años recién cumplidos (el público potencial alcanza 800 mil personas) y con el cual podrán adquirir libros, DVD, entradas para cine, teatro y también inscribirse en talleres, cursos de música, de danza o pagar con el pase subscripciones a las plataformas de contenido en Streaming. Por ahora, el pase cultural estará en un período de prueba durante seis meses. Cinco departamentos franceses y 13.000 personas participarán en esta primera experiencia cuya articulación se hará a través de una aplicación para celulares y tablets.
La iniciativa no es nueva en Europa. El ex primer ministro italiano Matteo Renzi ya había lanzado en 2016 una idea semejante con el “bono de la cultura” destinado a más de medio millón de jóvenes conectados en la aplicación “18 app”. París sigue así los pasos de Roma en la promoción y democratización de la cultura mediante un subsidio importante. 500 euros es una cantidad de dinero considerable. El actual ministro de Cultura, Franck Riester, aclaró que una vez que el periodo de prueba haya finalizado se verá si el pase cultural se extiende a todo el país.
Con un presupuesto de 400 millones de euros anuales (34 millones en el período de experimentación), se calcula que de aquí a 2020 más de 400 mil jóvenes podrían optar por el pase. Francia se apoya en este proyecto en la experiencia italiana para evitar los numerosos fraudes que se descubrieron con el uso del “bono de la cultura” italiano. El Ministro de Cultura insistió en el hecho de que para evitar el “consumismo” o el gasto del pase cultural “en productos que los jóvenes ya conocen piensan “editorializar” los contenidos propuestos valorizando, por ejemplo, el cine de autor. Las autoridades van a poner límites a ciertos productos para esquivar a las multinacionales de la cultura e impedir que se apoderen de todo: 200 euros podrán gastarse en las propuestas digitales, otros 200 en libros o DVD mientras que el cine, el teatro, los conciertos o los curos no tendrán límite alguno.
La aplicación mediante la cual se accederá a la información sobre la oferta cultural en curso está abierta a todo público pero solos los jóvenes de 18 años obtendrán el crédito de 500 euros. La promesa electoral que ahora se hace realidad implica a su vez una transformación completa de la filosofía con la cual el Estado francés subvenciona la cultura. Desde que el autor de la Condición Humana, André Malraux, asumió como titular de la cartera de Cultura en 1959 el Estado siempre subvencionó a los espectáculos, nunca al público. Ahora se cambia el concepto y se subvenciona la demanda y no ya la oferta. De allí en parte la decisión de excluir del pase cultural a los mastodontes de Internet como Google o Netflix, aunque si aparecen en la lista de ofertas pagables con el bono plataformas como Deezer o la productora de videojuegos Ubisoft. Para evitar el vicio moderno del híper consumo de ofertas ya consagradas y muy consumidas por la gente, el Ministerio francés de Cultura se servirá de un algoritmo similar a los que usan las empresas globales de internet para espiar los hábitos de los internautas. Sólo que esta vez el algoritmo cultural se dedicará a “romper” el perfil del usuario, o sea, en lugar de presentarle ofertas culturales a las que ya tuvo acceso o las que consume con regularidad, el algoritmo le presentará nuevas ideas. Según explica el dossier de presentación, “El pase cultural tiene la ambición de construir un modelo contrario que guíe a los usuarios hacia una ampliación de sus preferencias y gustos”.
Muchos han criticado la validez del pase cultural. En primer lugar porque sobre el gobierno recae la sospecha de que su oferta ponga en primera plana los temas culturales institucionales antes que las ofertas que atraen más público. Sin embargo, es lícito reconocer que no habría nada de malo en eso. La potencia comercial y mediática de que goza el lanzamiento de un blockbuster es infinitamente superior a la de una pieza de teatro, un concierto de música más privada o una película de autor. El Estado, al menos en la cultura, cumple así si rol mediador o árbitro entre las industrias privadas de la cultura en manos de empresas globales y las ofertas a menudo infinitamente más talentosas y creadas con poco medios y mucho arte.