Acaba de morir Inés Izaguirre. Una persona no es el libro que escribió –o no es sólo ese libro– pero sería injusto con Inés despegarla de su gran obra, Lucha de clases, guerra civil y genocidio en Argentina 1973-1983: antecedentes, desarrollo, complicidades. El libro, que publicó Eudeba en 2009, se puede descargar completo y gratis en la web desde la biblioteca virtual de Clacso. Nadie que la haya conocido podría imaginársela enojada por el pirateo. Al contrario: en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, de la que era vicepresidenta, y en el mundo de la Universidad de Buenos Aires, donde fue directora de la carrera de Sociología y del Instituto Gino Germani, su fallecimiento a los 84 años fue llorado como la pérdida de una sabia. Y a los sabios les gusta desparramar sus ideas.
Ella lo hizo en la UBA y fuera de la UBA, cuando tras el golpe de Juan Carlos Onganía, que la dejó cesante en la Noche de los Bastones Largos de 1967, fue una de las fundadoras de Cicso, el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales que unos años después pasaría a la historia por un libro sobre el Cordobazo de 1969. Era Lucha de calles, lucha de clases.
También desparramó ideas cuando escribió Los desaparecidos: recuperación de una identidad expropiada. Elaboró el trabajo luego de lidiar con miles de casos y testimonios en los archivos de la APDH. En 2016, durante una mesa redonda en la UBA con el fiscal Félix Crous, contó que algunas amigas se ofrecían a ayudarla en la codificación de relatos y que dos o tres días después abandonaban. “No podían dormir”, dijo Inés sin desprecio. En esa misma charla explicó, hablando ya no de 1966 sino de 1976, que la palabra “golpe” no es una palabra cualquiera. “Indica que hubo una demostración de fuerza y que nos sigue doliendo, porque todas las matanzas dejan huellas.”
¿Sobre quiénes se aplicó la fuerza? Escribió Inés Izaguirre que “seguramente nos sorprenderíamos si pudiéramos relevar el número de asociaciones barriales, de agrupaciones de base, de centros de estudiantes, de asociaciones de fomento, de coordinadoras gremiales en lucha con sus propias burocracias domesticadas, de comisiones de fábrica, de conjuntos artísticos, en fin, el número de agrupamientos del campo popular que fueron barridos, aniquilados, y que estaban mediados por los cuerpos de los desaparecidos”. Y agregó: “La fuerza social triunfante en los países del Cono Sur, conducida por la gran burguesía financiera y el gran capital transnacional, unidos a las fuerzas armadas, fue la que definió mucho antes que su oponente –la incipiente fuerza popular revolucionaria– cuáles eran los bandos”. Añadió Inés que “su enorme superioridad estratégica devenía no solamente de su carácter de gran propietaria del territorio social en disputa, sino de su antiguo conocimiento de la fuerza antagónica”.
En el gran libro que publicó en 2009 junto a un grupo de investigadoras e investigadores, el de “Lucha de clases”, describió con datos duros el período que los autores caracterizaron como una guerra civil que coronó la etapa iniciada por el golpe de 1955 y la guerra militar contra “la gran masa obrera”.
La investigación radiografió a las víctimas. El 71 por ciento, menores de 30 años. Una mayoría de trabajadores más y menos calificados. Estudiantes. Franjas jóvenes educadas. Pero no solo hay números en la pesquisa. El equipo de Inés hasta se permitió construir índices, como un índice de conflictividad, que podría ser rescatado y recreado hoy, y estudió el territorio de cada conflicto en cada período. Apasionante libro de sociología, también es uno de los mayores libros de historia sobre un tramo clave del siglo XX. Hay nombres propios, estadísticas, lugares, procesos, tendencias, narraciones, el tablero mundial. Con modestia, la directora del libro escribió en el prólogo que el libro puede leerse salteándose la primera parte, pero que ella recomendaba no hacerlo. Y tenía razón: su explicación sobre la teoría de la lucha de clases es de un marxismo infrecuentemente dialéctico y matizado. Creativo.
Convencida de que no se puede desplegar el oficio de la sociología con miedo a la gente, sin meterse y hacer preguntas, escribió que “entender qué nos pasó y hacerlo desde un lugar de involucramiento con las luchas del pasado y del presente, sin complacencia y dispuestos a la crítica y a la autocrítica, exige rigor y fuerza moral”, escribió.
Inés Izaguirre tenía de sobra las dos cosas.