El grupo Piel de Lava tuvo un 2018 exquisito: Pilar Gamboa, Laura Paredes, Elisa Carricajo y Valeria Correa fueron convocadas por el Teatro Sarmiento para realizar una retrospectiva de sus obras y un workshop, y para crear, además, un nuevo espectáculo. Fue en el marco del programa “Artista en Residencia”. Así surgió Petróleo, su quinto y celebrado trabajo, que se repone este sábado en el Teatro San Martín. El año pasado estrenó, también, La flor, monumental largometraje de Mariano Llinás, rodado y editado a lo largo de una década e interpretado por el grupo. Su lanzamiento fue en la última edición del Bafici, donde resultó ganador del premio a Mejor Película de la Competencia Internacional y donde las cuatro artistas compartieron la distinción en el rubro Mejor Actriz. La reposición de Petróleo coincidirá, ahora, con nuevas proyecciones de esta película en la Sala Leopoldo Lugones.
Las cuatro amigas artistas, a las que luego se sumó Laura Fernández en la codirección, sostienen desde hace 15 años una suerte de anarquía creativa que combina actuación, dramaturgia y dirección sin roles fijos, y lleva a la intuición como bandera. Aparte de tener sus caminos propios con grandes directores y directoras, y de ellas mismas encarar la dirección de proyectos personales, han estrenado cinco trabajos en conjunto: Colores verdaderos (2003) Neblina (2009), Tren (2009), Museo (2014) y Petróleo (2018). En esta última propuesta, decidieron hacer lo que no habían hecho nunca antes: convertirse en varones. Componen a un grupo de trabajadores que convive en un tráiler y que se dedica a extraer petróleo de un pozo casi vacío, en la Patagonia. Las funciones en el teatro de Avenida Corrientes 1530 serán de miércoles a domingos a las 20.30, hasta el 31 de marzo. En tanto, La flor, película de catorce horas de duración, será exhibida en la sala Leopoldo Lugones en su formato de tres partes, y se proyectará cuatro veces completa.
–¿Cómo vivieron el año pasado el reconocimiento de parte del teatro oficial?
Laura Paredes: –Fue muy emocionante, por muchos motivos. Primero porque fue la primera vez que en un teatro público tuvimos la oportunidad de revisar las obras que hicimos durante 15 años. Y fue una alegría lo que pasó con Petróleo, lo bien que nos fue. Tuvimos una oportunidad que no es común: es casi único poder revisar todos tus trabajos con un sueldo, y que el trabajo por meses sea tu grupo. Fue increíble casi astrológicamente que sólo en un mes se haya estrenado una retrospectiva de 15 años y una película de casi diez años de trabajo. Fue un año de cosechar cosas.
Elisa Carricajo: –Estar en el teatro oficial nos representó un espacio-tiempo contenido, organizado y pago. Esa fue la gran diferencia. La logística que hemos tenido que hacer estos 15 años para sostener el grupo y nuestros otros trabajos lleva mucha energía. A nivel de política pública, este tipo de posibilidades genera una circulación de público que accede a cosas a las que no podría acceder de otro modo, porque el teatro oficial tiene más apertura, es más popular y accesible.
Pilar Gamboa: –Fue emocionante volver a transitar materiales que habíamos escrito a los 23, 25, 28 y 33 años y decirlos con nuestros cuerpos de ahora, sin tocar ni una coma. Nos arrojó conclusiones del orden de la investigación, muy buenas. Los temas soportaban cierta universalidad. Somos un grupo que escribe, dirige y actúa; nosotras hacemos todo. Siempre en nuestras condiciones, la logística es poder juntarse tres veces por semana con una rigurosidad como si nos pagaran. La diferencia acá es que nos juntábamos seis horas de martes a domingos, y además nos pagaban. Una relaja y está buenísimo. Que el teatro oficial empiece a revolear los ojos al independiente es lo mejor que puede suceder.
Valeria Correa: –Aparecimos en ese espacio en un momento en que se empezó a dar lugar a gente del teatro independiente, que es nuestro espacio de referencia. Nuestra generación está siendo convocada; es algo bueno. Siempre había algo de relegación. Los sectores estaban más separados.
–En el marco de la retrospectiva ofrecieron un workshop sobre creación colectiva, y además, por La flor fueron premiadas en conjunto. Es decir que también vivieron un reconocimiento como grupo. ¿Qué reflexión les merece esto?
L. P.: –Para nosotras el grupo es una posición política. No fue pensado de antemano; nos empezó a pasar con la praxis. Tanto en el teatro como en la política, nos formaron con la creencia de que siempre hace falta un líder y que las cosas, cuando las decidimos entre todos, no funcionan. Me acuerdo que en la contratapa del libro en que publicamos nuestras obras (Entropía, 2015), Spregelburd escribió: “Una vez más el teatro le enseña algo a la política”. No digo que tengamos ese lugar, pero sí la idea de resistir aquella creencia. Durante años sentíamos que no éramos tomadas demasiado en serio por nuestra manera de trabajar, por no contar con un autor o director. Necesitábamos una demostración de que existía público, que es lo que pasó con Petróleo. Y el público ve a un grupo cuando ve la obra. El gran atractivo es la maquinaria grupal. Vivir esa experiencia como público tampoco es común.
P.G.: –El trabajo es genuinamente el resultado del pensamiento de cinco cabezas. Habla por sí solo. En los talleres en los que nos formamos, la dramaturgia grupal era la manera de pensar el teatro. Siempre nos preguntamos en qué momento, cuando uno se profesionaliza, se pierde esa grupalidad. Por qué queda asociada a la etapa de formación y lo más amateur e infantil. Lo del grupo siempre fue más común en la música. En el teatro se fue disolviendo. Hicimos mucho para que no pasara eso con nosotras. Cuando el grupo no te da plata para sostenerte, tenés que salir a buscar otros trabajos, y peligra algo del grupo. Pero el nuestro siempre fue muy flexible: “andá, filmá la película, volvé y seguimos ensayando”. La maquinaria no frenaba. El grupo siempre se nutrió de lo que las demás traían de afuera, de sus experiencias en otros lados. Logramos crear un grupo de anarquía absoluta, porque todas las palabras tienen el mismo valor, y muy flexible.
V. C.: –Nos conocemos mucho, somos muy amigas, tenemos una amistad íntima. Somos muy muy amigas, de esas que son tus mejores amigas. Vas en el colectivo y tenés charlas imaginarias... todo lo hacemos desde una conexión profunda. No es sólo un método artístico.
–Se hicieron amigas en paralelo al nacimiento del grupo, ¿no?
P. G.: –Nos hicimos amigas haciendo teatro. El deseo de juntarse, compartir el mismo humor... es vital. Es un milagro que algo nos haga reír a las cuatro por igual. Eso no pasa tanto.
L. P.: –En un momento no sabíamos si nos estábamos juntando para hacer una obra nueva o porque queríamos vernos. Es medio indiscernible si sólo porque somos amigas hacemos estas obras. Hay algo de eso. Si hubiera una ruptura o separación entre algunas de nosotras, sería imposible que funcionara. Siempre funcionó porque era un planazo vernos y juntarnos a actuar que es lo que más nos gusta hacer juntas.
–¿Ser un grupo de mujeres es, también, una posición política?
V. C.: –Cuando estábamos haciendo Tren, hace diez años, nos hicieron una nota, y una observación (del periodista) fue: “con lo difícil que es que un grupo de mujeres se junte a trabajar”. Ahora eso ya no se puede preguntar... se pregunta por lo difícil de trabajar en grupo, en sí. Una cosa reemplazó a la otra. Es político en ese sentido: con solo existir demostramos que aquella creencia es falsa.
L. P.: –Y en este momento se ilumina más eso. Laura Fernández está afuera, codirige con nosotras, y hace tres obras que el pacto sigue siendo el mismo: el afuera y el adentro dialogan con la misma jerarquía. Eso es algo que pudo ser posible entre mujeres. No me animo a decir que entre hombres no lo es, pero sí que fue posible entre mujeres.
V. C.: –Y creo que la horizontalidad es feminista. Es lo que propone el feminismo. No digo que sea algo exclusivo de la mujer, pero lo tiene entrenado. Porque para sobrevivir lo tenés que desplegar. Y está buenísimo desplegarlo en un ámbito artístico.
–En el caso de Petróleo, ¿volverse hombres fue el punto de partida?
V. C.: –Sí. Nunca habíamos hecho de hombres. Surgió de una manera más lúdica, después se fue llenando de sentido. Primero apareció la idea del hombre, después de qué hombre. Un hombre trabajando. ¿De qué trabajo? De uno que sea exclusivamente para hombres.
P. G.: –Fue uno de los procesos más divertidos. Cuando empezó cada una a hacer su varón, llorábamos de risa, a niveles que no podíamos seguir ensayando. Empezamos a hacer un ejercicio en una silla, medio pavo: “en cinco pasos volvete un varón”. Mirábamos a las otras y no podíamos concentrarnos. Y cuando aparecieron las barbas y las pijas... era una revolución. Muy arriba. Un carnaval de sentido. Obviamente, no somos ingenuas: estamos en este contexto, y el artista crea desde el contexto en el que está. Pero de verdad que no fue por el feminismo que decidimos hacer de hombres. Fue cero así. Fue un proceso más genuino, de arrojo. Después te das cuenta de que sos hablado por tu época. Recuerdo salir de las reuniones de dramaturgia con taquicardia de la alegría.
E. C.: –Draggearse de varón es un ejercicio recomendable para hacer con las amigas. En sí mismo es muy divertido juntarte con tus amigas y hacer los chabones.
P. G.: –Es como un exorcismo. Un parque de diversiones.
V. C.: –Autoconocimiento.
E. C.: –De compartir un montón en este mood, con la piernita cruzada, el pelito y la pollera, de pronto es lo mismo pero son “bonchas”... es un momento muy bueno para hacer eso, porque una tiene muchos pensamientos sobre el tema. Lo recomiendo muy abiertamente.
P. G.: –Te das cuenta del poder de observación que tuviste durante mil años, mirando a los chabones. No porque imites sólo a uno, sino por lo que has observado a lo largo de toda tu vida. Lo nuestro es un Frankenstein total.
E. C.: –Apareció lo que cada una observa.
V. C.: –Y lo que cada una da. Yo mido 1,50... Hay que ser chabón con 1,50. El mío realza desde otro lugar su masculinidad.
–¿Cuáles fueron los descubrimientos más importantes cuando hacían aquel ejercicio de los cinco pasos?
E. C.: –Lo primero que entendimos es que ellos están más cómodos. Ocupan más espacio. Eso es re importante: son cuerpos que siempre ocupan espacio. Nosotras estamos achicadas; eso lo ves en la calle al toque. Ellos se expanden.
P. G.: –Nosotras estamos erguidas, metiendo panza, con las piernas cruzadas…
V. C.: –La cabeza se relajaba y era “estoy en el mundo, no necesito estar alerta, controlando todo porque si no me la ponen”. Nos daban ganas de ser chabones. Un poco.
L.P: –Era angustiante también, las primeras veces. Notábamos la energía femenina alerta, pendiente del otro. Era medio atávico, porque todas probábamos y empezaba a aparecer la mirada de un hombre, tan distinta.
P. G.: –Pudiendo irse por completo sin intentar registrar a los demás.
–¿Cuáles eran los lugares en los que no querían caer?
P. G.: –Siempre hay hombres que hacen de mujeres y en general van a la parodia. Nosotras, en nuestras obras, intentamos humanizar entre comillas eso que estamos intentando hacer. Petróleo fue por el mismo tubo: “no vamos a opinar sobre estos tipos paródicamente; vamos a intentar ser, habitar, sin juzgarlos”. La parodia juzga y distancia. Nos dijeron que la obra tiene una mirada piadosa sobre los varones, que no los condena. Yo no sé si es piadosa, pero humaniza.
L.P.: –No queríamos confirmar lo que ya sabemos y hacer unos hombres machistas que no reflexionan sobre su machismo... el teatro y los artistas no deberían confirmar lo que ya se sabe. Al meternos en el mundo de esos tipos, empezaban a aparecer hombres que también son víctimas, que por su condiciones laborales están sometidos a sobreactuar su masculinidad para sobrevivir. El patriarcado hace mierda a hombres y mujeres, y la decisión de que sean trabajadores no fue menor.
–¿Tienen premisa para el próximo trabajo?
P. G.: –No. Mientras estamos haciendo funciones de una obra no tenemos premisas de las futuras. Es medio una regla.