Un verdadero revuelo se ha armado en la prensa francesa a partir de un artículo de investigación del medio galo Libération. “¿Es real la existencia de la infame Ligue du LOL (en criollo, la liga de la carcajada)?, ¿es cierto que ha acosado a feministas en redes sociales desde su creación?”, interrogaba la susodicha publicación, que quitaba el velo a un secreto a muchas voces en Francia: la existencia de un grupo secreto, privado de Facebook integrado por comunicadores parisinos, que durante años ciberacosaron a colegas mujeres con saña, inquietante regularidad. Un club de influyentes chicos tuiteros, muchachos en sus 20s, tempranos 30s que devinieron periodistas de prestigio. Tipos que no solo hoy detentan cargos de peso: tienen el tupé de declararse feministas, de cubrir ocasionalmente temáticas de género, a pesar de haberle hecho ¡imposible! vida y carrera a tantísimas mujeres durante casi una década, por mero entretenimiento, sádico y misógino divertimento.
Su target favorito, valga la ironía, eran jóvenes periodistas que cubrían temáticas de género, y que por sus notas acababan recibiendo decenas o cientos de mensajes al día (que oscilaban entre el bodyshaming hasta la amenaza de muerte y violación). Para más inri, los “chistes” de la liga eran orquestados, coordinados; y aunque sus populares miembros eran entre 30 y 40, tenían suficientes seguidores (miles y miles, prontos a acatar) como para destruir la moral de la víctima de ocasión en cada oportunidad. Accionaban con omnipotencia e impunidad. Críticas sistemáticas y salvajes a las habilidades profesionales de las muchachas; mails y llamados con amenazas físicas; reiteradas y brutales burlas a sus cuerpos, sus orígenes, sus ideas, su sexualidad; engaños, falsas contrataciones; montajes pornográficos con sus rostros echados a rodar por la web; robo de identidad; humillaciones varias: algunas de “bromas” pergeñadas por este grupo tuitero de élite, que proliferaron vastamente, tóxicamente entre 2009 y 2013. Algunas chicas, acorraladas, se dieron de baja de Twitter; otras debieron lidiar con el malestar de convivir en redacciones con los mismos hombres que las acosaban online.
El grupo, por cierto, se mantuvo activo hasta los pasados días, cuando la noticia explotó. Y sí que explotó. No solo cada vez se suman más y más testimonios de víctimas que hoy se animan a declarar contra estos varones en posiciones de poder: no hubo diario, revista o sitio que no se hiciese eco del escándalo, tildándolo del #MeToo del periodismo francés. Aún más: varios de los miembros de la desdeñable liga fueron rápidamente desvinculados de los medios en los que laburaban, puestos en cese mientras se analizan sus casos; a otros sencillamente los rajaron; y algunos han tenido que renunciar. Vale decir que dieron unas vagas disculpas unos pocos muchachos de la liga a algunas de las periodistas y activistas que persiguieron sistemáticamente solo cuando el asunto adquirió estatus público los pasados días y comenzaron a circularon sus nombres y apellidos.
Llevó un tiempo, pero la jodita no les salió gratis a los caballeritos del LOL. El medio de izquierdas Libération, que destapó el escándalo, suspendió a dos periodistas de sus filas: Alexandre Hervaud y Vincent Glad, cocreador del grupo. Misma reprimenda le cayó a uno de los editores del magazine cultural Les Inrocks, David Doucet. Otros, fundadores de revistas online, voces de populares podcasts, fueron inmediatamente desvinculados de sus respectivos trabajos. En todos los casos, los medios involucrados condenaron la existencia de la liga a través de muy públicas y muy contundentes editoriales.
Los periodistas que tibiamente ensayaron una disculpa, lo hicieron apañándose en la excusa del “error de juventud”, la inmadurez; aseguraron además que habían evolucionado en sus pensamientos sobre sexismo, machismo, misoginia. Los menos admitieron que habían incurrido en un delito, liso y llano ciberacoso, aunque entonces no estuviera penado por la ley francesa. “Tomo sus disculpas, su arrepentimiento como el principio de un despertar de consciencia. Pero me gustaría que, como tal, renunciaran a sus puestos y recomendaran como posibles reemplazos a candidatas mujeres”, respondió Florence Porcel, una de las atacadas por la liga, a la que antaño citaron para una falsa entrevista laboral, la filmaron, hicieron circular el clip mofándose sin más. También fue intimidada en su espacio de trabajo físicamente, cuando anónimos cayeron para vapulearla en persona.
“¿Por qué no hablamos durante todos estos años? Porque estos hombres tenían puestos importantes, eran amigos de editores influyentes o personas en cargos directivos de Slate, Libération, Inrocks… Estando nosotras en posiciones precarizadas, temíamos perder oportunidades de trabajo. No hablamos porque la evidencia había volado: casi todos estos mensajes fueron borrados, muchas cuentas fueron eliminadas”, escribió otras de las perjudicadas, Léa Lejeune, para Slate. “Tuve que pagar un precio muy caro por ejercer mi derecho a expresarme libremente” o “Ante la incesante persecución, llegué a tener pensamientos muy oscuros”, otros testimonios de mujeres que no pueden hoy denunciar ante la ley: los delitos han prescrito.
Por lo demás, tamaña magnitud tomó el asunto que el mismo gobierno se manifestó. La ministra de Equidad, Marlène Schiappa, por caso, comentó que estudia ampliar el tiempo de denuncia, reforzar las penas contra el acoso cibernético. Dijo además: “Este grupo es característico de la cultura del club de chicos: espíritu de clan, rechazo de la empatía... Es el deseo de imponer normas masculinas de poder al burlarse de las mujeres para descalificarlas. Apenas la mujer muestra un atisbo de talento o visibilidad, intentan silenciarlas. Como escribió Simone de Beauvoir en El segundo sexo, ‘nadie es más arrogante con las mujeres, más agresivo o despreciativo, que un hombre preocupado por su virilidad’. Algo que, lamentablemente, vemos en muchos sectores de actividad. Las mujeres que testificaron son muy valientes y cuentan con nuestro apoyo”.