Así como la ola, que antes de cerrarse estalla y se desvanece, sea quizás la historia de las generaciones, de nuestras vidas que se enlazan con aquellas otras que nos seguirán; todas juntas, las que llegan y las que se van, son parte del movimiento entero del mar. A ese suceder continuo que, como a cada gota de agua, nos mantiene adentro y afuera del conjunto, le cantan los veintitrés poemas de La nueva vez, reciente libro de la escritora y compositora Ana Iniesta, editado a finales de 2018 por Pánico el pánico. Sus dos primeras publicaciones se llaman Rebenque en flor y León el pez, dos títulos impregnados de otro de los tópicos centrales de su poesía: la belleza y la fuerza de la naturaleza. “En el delta/ los jardines son/ de agua/ brillan los espejos/ de los árboles/ en su luz/ verde exuberante/ y su color espejado/ en amarillo de oro”, dice en “Los jardines agua”, de La nueva vez. Rindiéndole honor a las raíces familiares (sobre todo al linaje femenino) y poniendo al mismo tiempo los ojos en lo que vendrá, este libro se compone de poemas con la tónica cíclica de “Yin Yang”: “Mi mamá y Léon/ sólo compartieron un enlace// el de la tierra o el portal/ para despedirse o entrar/ a la casa donde amo// yo, la única casa que conozco,/estoy entre esas dos líneas/ que se anclan al cielo, al mar/ -el cielo para irse/ el mar para volver-/ (…) sucede entonces un giro/ posible dentro mío”. Podríamos decir que es amor, legado (la madre de Ana Iniesta fue la poeta Analía Schifis, fallecida a finales de los años ‘90) o también podría llamarse poesía esa sucesión que a través del lenguaje nos hace herederxs a unxs de otrxs, y en cuya matriz somos individuxs, perlas de una historia exclusiva y personal: “Fanny Bonder con su hija/ mi abuela y la suya, mi madre/en una línea de fuerzas// me entregaron a la vida/ pómulos altos y adentro/ el run run del tempo/ con el que debo criar// yo me animo/ precisa las dibujo/ con luz en mis espaldas// tantas gracias/ mis hadas rusas// ¿dónde es que resuenan/ sus vidas/ si no en estos huesos/ que llevo hacia adelante?”, dice en “Las hadas rusas”. La nueva vez, como en general sucede con la poesía de Ana Iniesta, conserva un estilo de versos cortos, con muchísimo cuidado por la musicalidad y el ritmo; la elección de un lenguaje sonoramente armónico y la construcción de un imaginario que equilibra el mundo interior y exterior en una especie de Moebius permanente, recuperan una lírica intensa, profunda, de gran carga subjetiva. La voz de esta joven autora se acerca a poéticas precedentes, quizás a la generación de su propia madre, a la misma que tiene a Diana Bellessi y a Alicia Genovese como dos de sus máximas representantes. Entre la angustia existencial y la ternura, que aquí vuelve grandioso lo pequeño, Ana Iniesta relanza en cada poema de este libro la novedad del acontecer: todo empieza siempre, como empieza ese continuo oleaje cuya forma redondeada lo identifica con lo que es prolífico y vital -la tierra, el cuerpo en gestación-. El arquetipo de la madre universal vibra en la escritura de este libro que si bien habla de la fe como una forma de trascender el dolor de la muerte, exuda por sobre todo compasión por lo que la rodea. Cuidar de lo que vive y cantar el preludio a su final, de esto parece hablar esta poesía: “van amarradas/ la pena y la dicha/ de lo uno y de lo otro/ empalmándose”, dice Ana Iniesta en “La pertenencia”. Y esta palabra, “pertenencia”, será la que resuene desde el primero al último poema, permitiéndonos a sus lectorxs conjurar con su dulzura lo amargo y egoico que trae la idea moderna de la soledad.
La nueva vez
Ana Iniesta
Pánico el pánico