“Ahora te muestro”, dice Vivi Tellas mientras hurga los fondos de su bolso. De allí saca una peluca de un rosa brillante, magnífico. Sobre la mesa del bar Varela Varelita, la peluca es una gozosa equivocación; un animal fulgurante con flequillito pulcro, encantado de haber aterrizado cerca de un aire acondicionado en medio del calor porteño. A Vivi van a hacerle unas fotos. Quizás la use, quizás no. Como sea, esta directora teatral –tan minimalista (en general) con sus vestidos negros de corte impecable– cree que es muy interesante lo que ocurre cuando un objeto, apenas uno, tiene la capacidad notable de subvertir toda la escena. “¿No te parece que una peluca te transforma? ¿No es bueno ser otras por un rato, de vez en cuando?”, dice con un tono juguetón y desafiante. Después, la melena rosa traída de Nueva York vuelve a su lugar. Y aquí no ha pasado nada. O sí. Porque ese objeto, como el conejo blanco que imaginó Lewis Carroll, señala un desvío por donde la cotidianidad se fuga, cansada de parecerse tanto a sí misma. Vivi sabe reconocer estos atajos luminosos en medio del gris implacable de la ciudad.
Desde ese mismo sentido de la curiosidad, pudo construir su nuevo proyecto de teatro documental: Los amigos, un biodrama afro que llevan adelante Mbagny Sow y Fallou Cisse. Ellos forman parte de los más de diez mil inmigrantes senegaleses dispersos en nuestro país. Semejante cifra contrasta, sin embargo, con el modo en que estas personas quedan borradas en medio de la vorágine urbana, altivas y silenciosas junto a sus puestos de venta ambulante que la policía derriba con total arbitrariedad. De hecho, Fallou contará a lo largo del biodrama, que en una razzia se llevaron su celular y nunca más se lo devolvieron.
Él y Sow venden objetos en la zona de Once y viven en Caballito, donde se conocieron. Durante el biodrama, despliegan su universo político, religioso y afectivo. Fallou hablará de sus raíces esclavas y leerá un texto donde proclamará su deseo de participar de un Estado que no lo aísle por parecer diferente. Sow mostrará fotos de su familia y contará la historia del cordero que crió “como una madre”. Mediante el español, pero también el wolóf y el francés (sus idiomas de origen), ellos cuentan su historia. Y a la vez, muestran algunos territorios íntimos donde la palabra no llega, como el modo en que rezan a diario junto a sus comunidades musulmanas. Quien asiste como espectador no puede dejar de sentir pudor por desconocer tanto de una cultura que se despliega cada día frente a sus ojos en medio de esas mantas multicolores cubiertas de relojes o bolsos o lentes de sol.
“Sí, yo me di cuenta de que con este biodrama estaba cruzando una línea. Porque hasta ahora, siempre trabajé con personas con las que compartíamos un universo cultural común: matemáticos, filósofos, escritores, investigadoras, amas de casa, mi propia familia… Pero aquí fue necesaria una inmersión en la otredad. De alguna manera, también fue poner el dedo en la llaga por los ecos que trae la pregunta de cuán lejos o cerca estamos de quienes emigran, especialmente en términos políticos”, dice Tellas. Junto a su equipo de trabajo (formado por gente del teatro que a la vez está vinculada a la antropología y otras ciencias humanísticas) durante dos años se fueron acercando y conociendo a la comunidad africana. “Al fin publicamos una convocatoria para hacer este biodrama y ahí se presentó Fallou Cisse. El quería dar a conocer su comunidad y también estaba, y está, bastante indignado por el trato, la discriminación, la marginación. Le pedimos que traiga un amigo, que fue Sow. Con ellos comenzamos a armar esta situación poética afro, con historias que traen de su origen y con la vida acá en Buenos Aires”, agrega.
Una invitación
La palabra “biodrama” lleva el sello de Vivi porque ella creó ese proyecto a comienzos del año dos mil. Este estilo de trabajo propone crear una nueva escena con personas que no se dedican a la actuación, invitadas a hacer teatro a partir de sus experiencias, sus objetos y los destellos de sus vidas personales. Las primeras puestas crearon una nueva reverberación en la escena teatral argentina, una onda expansiva que llega hasta acá. Y que determina mucho de lo que ha podido hacerse y pensarse en términos biográficos y documentales en nuestro teatro reciente.
Las investigadoras Pamela Brownell y Paola Hernández supieron escuchar estas resonancias. Ellas son las compiladoras y coordinadoras de Biodrama-Proyecto Archivos: seis documentales escénicos. Este libro, editado por la Universidad Nacional de Córdoba, recupera seis biodramas que se estrenaron en los últimos 18 años acompañados por fotos documentales de Nicolás Goldberg. También reúne textos críticos en torno a la obra de Tellas escritos por teóricos de la UBA y otras universidades del país y de Estados Unidos, como Princeton o Columbia. “Recuperar los textos fue un trabajo casi arqueológico: andar por debajo de capas y capas de palabras, acciones y objetos. Porque en definitiva, trabajamos con una escena viva, inestable, donde los guiones se construyen pero también, pueden derribarse. Y además, es interesante que ahora puedan leerse casi como textos literarios junto a los textos críticos, que para mí son devoluciones sorprendentes”, cuenta Vivi.
Ella trabaja en esa tensión donde la piel que divide ficción y documento se adelgaza, haciéndose por momentos imperceptible. “La subjetividad puesta en primer plano no es novedosa: la literatura, el cine, el arte en general se construye desde ahí”, afirma. Pero reconoce que el giro autobiográfico no siempre tuvo el status del que goza actualmente. Esta idea tiene su correlato en el concepto de Umbral de Mínima Ficción (UMF). Dicho a través de sus siglas, suena a cientificismo. Pero no lo es. Tellas lo ha explicado en muchísimas oportunidades. Y en este libro aparece sistematizado a través de una entrevista que le hizo Alan Pauls: “Cada persona es en sí misma una reserva de experiencias, saberes, textos, imágenes. Pero no elijo trabajar con la historia de cualquier persona sino de gente con la que establezco un vínculo y cuyo relato me parece potente. Es decir, es necesario algún coeficiente de teatralidad en eso que ocurre. La zona que me interesa es ésa en la que la realidad parece convertirse en teatro”.
Algo puede fallar
Una vuelta al asombro. De eso se trata. Y quizás, a la inocencia. Vivi usa ese término. Cuando se le pregunta qué es la inocencia, suelta una carcajada porque sabe que las preguntas obvias tiene su doblez. “Es estar dispuesto a sorprenderse, para decirlo con simpleza. Y no es fácil porque la gente anda con la idea de sabérselas todas. No, no sabés nada. O sabemos poco. Esa es una de las razones por las que trabajo con personas que no son actores ni tienen entrenamiento certero: me aburre la certeza. En estas obras, como decía el mago Tu Sam, algo puede fallar”, explica.
El error, lo inestable y el azar forman parte de su búsqueda estética desde que se subió a un escenario por primera vez. Formada en artes visuales, ella fue una de las constructoras del under en el filo entre los setenta y los ochenta. Junto al grupo de rock teatral Las Bay Biscuit (ahí donde también estaban Isabel de Sebastián y Fabiana Cantilo, entre otras), Vivi se plantó en una escena con visos intelectuales, sí, pero donde las mujeres cantantes, artistas, performers, aún eran minoría. El hitazo “Cleopatra” es de su autoría. También, “Mi mamá alemana”, que cantaba en la época donde hacía coros como parte de Los Redonditos de Ricota: “No necesito tu amor / ni tu compasión / Si seguimos así / no habrá solución. / Te lo dije mil veces / ni una sola de más / Si no me querés escuchar / andá a lo de tu mamá”.
“Mi hija Rita dice que soy autora de las primeros hits feministas del rock”, dice. Y agrega: “Su padre, Alan Pauls, más de una vez observó que el ‘biodrama’ está ligado en su búsqueda de inestabilidad a mi experiencia previa: la del ‘teatro malo’”. La historia es así: durante meses, después de la época rocker, un amigo suyo rescató obras singulares de la Biblioteca Saulo Benavente. Tenían problemas graves en su construcción y sin embargo, era eso lo que las hacía encantadoras. Tellas las puso en escena. “Al principio, me resistía a hacerlas porque pensaba que no podía iniciar una carrera teatral por ahí. Al fin me animé. Y acá estamos”, dice.
En ese estar caben los amigos senegaleses. También, el físico argentino Andrés Rieznik, que protagoniza El niño Rieznik, otro biodrama que se repondrá próximamente. A ellos se suman el escritor Edgardo Cozarinsky, los dj Carla Tintoré y Cristian Trincado, los filósofos Eduardo Osswald, Alfredo Tzveibel y Jaime Pleger, y todo un semillero de personas que asumieron el riesgo de mostrarse desde una faceta íntima. Claro que Tellas fue la primera en cruzar la línea, a través del biodrama iniciático hizo con Graciela y Luisa Ninio: su madre y su tía. Allí creó un espacio íntimo donde estas mujeres muestran sus deseos, amores y traiciones mientras Vivi hace preguntas. Intimidad familiar, filiaciones y relato del origen son nudos que atraviesan su obra desde entonces hasta ahora.
¿Qué vendrá este año, además del libro y de Los amigos? Ella duda. La respuesta aparece unas semanas después, cuando se reponga por una noche el biodrama Mi padre vive en una estrella. En la terraza de un edificio neorenacentista de avenida de Mayo, un grupo de unas cincuenta personas asiste al intercambio entre Vivi y la médium Graciela Biaggi. La dramaturga quiere contactarse con su padre, Isaac Tellas, que falleció cuando ella tenía apenas dos años. Biaggi asegura que el espíritu de Isaac está ahí. Y que a través de una baraja de naipes que la mujer va echando sobre una mesita, él se está comunicando con su hija. Las cartas aseguran que habrá viajes, emprendimientos creativos, amor. La médium es categórica: desde algún lugar, el padre dice que el camino elegido es el correcto. Y que este año empieza una época de reinvención.
Los amigos se puede ver los domingos de febrero a las 19 y las 21 en Espacio Zelaya (Zelaya 3134). El libro Biodrama: proyecto Archivos se consigue en la librería de ese lugar.