“Memoria” es un término que, en nuestro lado del mundo, implica mucho más que una categoría filosófica para pensar la relación entre historia y olvido. No es el objetivo desdeñar el hecho de que un término entre al campo de la filosofía ni mucho menos, pero sí es necesario destacar que no es un concepto inocente, porque involucra una historia lo suficientemente “presente” en nuestra vida cotidiana como para que su sola mención pase desapercibida. Melancolía de izquierda, del pensador italiano Enzo Traverso (1957), revisa precisamente la pertinencia de la palabra “memoria” para pensar la relación de los movimientos de izquierda, en un sentido amplio, con el pasado –específicamente, con el pasado revolucionario–, en un tipo de acercamiento que, desde nuestra tradición intelectual, es casi pan de todos los días.
Traverso comienza esta colección de artículos con una “Introducción” en donde expone, de manera muy sucinta, su acercamiento al problema de la relación entre pasado y presente político. Desde su perspectiva, la tradición marxista, comunista, o de una izquierda “ontológica” (tal como la define él: esto es, todo proyecto de emancipación de la humanidad y de puesta por delante de la igualdad como principio rector), siempre encontró en el pasado un cúmulo de experiencias de las cuales aprender para la realización de un proyecto futuro, la sociedad por venir, sin clases, sin opresión. Pero, luego del acontecimiento de 1989, con la caída del Muro de Berlín como cierre del siglo XX (Hobsbawm) y triunfo del capitalismo (Fukuyama), ese cúmulo de experiencias dejó de ser un presente vivido para pasar a ser un pasado rememorado. Ya no hay un proyecto futuro que organice lo sucedido, sino un esfuerzo interpretativo melancólico para demorarse en las razones de los fracasos y separarse de la posibilidad de una actualización de esos hechos en una militancia política en el presente. El mejor ejemplo que invoca Traverso es casi un golpe por elevación a Theodor Adorno y todo el marxismo occidental académico: perdido el momento de síntesis en los tres pasos esperables de la dialéctica hegeliana, lo único que queda es un momento de tesis y antítesis, un ir y venir, entre el pasado y los esfuerzos memorísticos del presente, vanos esfuerzos hermenéuticos que han olvidado la tesis 11 sobre Feuerbach de Marx. Derrotados en la transformación del mundo, la izquierda sólo interpreta.
Los diversos artículos de Melancolía de izquierda llevan esta observación general a los casos particulares. El libro pasa de un estudio de las “imágenes dialécticas” que recuerdan a la tradición crítico-hermenéutica de Warburg y Benjamin, en donde las fotografías, el cine y los cuadros y carteles tienen un lugar de preponderancia; a un trabajo mucho más textual, en donde se atraviesan puntos de comparación (marcando similitudes y diferencias) entre Benjamin y Adorno, Adorno y Cyril L. R. James, y Benjamin y Daniel Bensaïd. Si bien en cada artículo se trata de poner en el mismo nivel el análisis de las ideas y de las imágenes, ya el orden del libro predispone a una concentración segmentada: los primeros artículos parecen centrarse más en el estudio de imágenes, llegando al cenit de este tipo de corpus en “Marxismo y memoria” y el notable artículo “Imágenes melancólicas”, dedicado al cine, en donde entra Visconti, Pasolini, Ken Loach y hasta Gillo Pontecorvo con el filme Queimada (1969). En la contraposición entre el personaje de Marlon Brando, Walker, alguien que busca conquistar el mercado de caña de azúcar de la isla; y José Dolores, el personaje interpretado por Evaristo Márquez, lo que se ve es la diferencia entre el cinismo europeo que termina entregándose a la razón instrumental y la pertinencia del levantamiento del esclavo en la colonia europea, que es consciente de que la causa por la que lucha es justa, pese a que tiene todas las de perder. Pontecorvo, en José Dolores, parece beber de dos mundos que le dan un golpe de aire a la lucha de la izquierda “ontológica”: Los condenados de la tierra de Frantz Fanon y la caída del Che Guevara en Bolivia. Esas “imágenes dialécticas”, las de la película y hasta la foto “a lo mártir” del Che caído, resultan claves para entender los modos de renovación de la lucha contra la razón instrumental, esa nueva forma de barbarie. Hay esperanza.
Los artículos finales resultan un contrapunto entre nombres propios que resumen posibilidades teóricas de la izquierda en su relación con el pasado. Y con figuras tan interesantes como la bohemia: el texto que lleva el nombre “Bohemia: entre melancolía y revolución” es un trabajo preciso que distingue a la bohemia del dandismo y se ocupa de entender qué lugar ocupó esa categoría en el pensamiento de Marx, Adorno y Benjamin. En lugar de criticarla como un espacio en donde la revolución se demora, habría que pensar la “bohemia” como el lugar en donde el militante se refugia en los momentos tumultuosos, esperando la posibilidad de volver a la acción.
Traverso considera, muy a título benjaminiano (por eso la constante reaparición de este “melancólico” pensador judeoalemán), que el presente, en tanto “instante de peligro”, puede servir para recuperar productivamente el pasado y cumplir con su promesa de redención: los que murieron no lo han hecho en vano. A lo largo del libro, notamos que el pensador italiano considera que la militancia ha sido suplantada progresivamente por las “políticas de la memoria”, las cuales, por ejemplo, establecen la construcción de “lugares de la memoria”, monumentos dedicados a evidenciar una masacre, un acontecimiento tremebundo que no puede repetirse (el ejemplo más claro es el exterminio del pueblo judío por parte de los nazis). Pero, al mismo tiempo, esa “política de la memoria” victimiza a los protagonistas del pasado y esconde, debajo del tapate de algo que podríamos llamar lo “políticamente correcto”, otro tipo de momentos políticos de un pasado un tanto más reciente, como las huellas de la República Democrática Alemana en Berlín. Quizás habría que ver en el libro una dialéctica interna no resuelta que hace al texto un material imprescindible: el lugar que tienen las luchas anticoloniales y estrictamente latinoamericanas en el panorama del movimiento de izquierdas internacional. Así como Traverso busca todo el tiempo recuperar a la lucha y a los pensadores del “Tercer Mundo” para ofrecer una alternativa a esa melancolía del marxismo continental, así habría que ver el lugar que en esos territorios tiene la palabra “memoria” en lo que respecta a la política cotidiana, real. Y no hay que ir muy lejos: aquí, en la ex colonia que llamamos Argentina, la memoria no es un detenerse melancólico sobre lo pasado, sino una lucha que moviliza, organiza, predispone y opera, también, críticamente (en un sentido más académico, si se quiere). Los “Espacios de Memoria” en nuestro país, en lugar de clausurar una discusión con respecto al pasado y entregarse a la victimización de los caídos, sigue siendo una piedra de escándalo, un punto de diferencia, de lucha y de posicionamiento. Puede llegar a ser una exageración, pero habría que ver si eso que el marxismo occidental ha perdido luego de 1989 está más vivo y presente que nunca en las antiguas colonias del imperialismo, hoy.