La pintora y escritora surrealista Leonora Carrington (1917-2011), escribió esta novela durante la década de 1940, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, tras haber sido internada en un psiquiátrico español. Permaneció inédita, circulando entre amigos por décadas, hasta que finalmente se publicó en Francia. La relevancia de esta novela se centra principalmente en su argumento más bien lineal, aunque dislocado. Marion Leatherby, una anciana casi ciega y desdentada de 99 años y completamente sorda, recibe de su amiga Carmela (calva y casi centenaria también), una trompetilla para contrarrestar su dureza de oído, permitiéndole “amplificar tanto los sonidos como las conversaciones más ordinarias, haciéndose harto audibles”. Así se entera que la familia de su nieto decidió –por ser “demasiado senil”– enviarla a una muy estricta casa de retiro, llamada “El Pozo de la Hermandad de la Luz”, donde sus habitantes viven en habitaciones estrafalarias, con estructuras en forma de bota, de torta de cumpleaños o de iglú.
Magia, locura, suspenso, soledad, secretos ocultos, esta suerte de cuento de hadas narrada por una anciana, progresa a medida que su protagonista “oye” lo que antes jamás hubiera podido oír. Así, las aventuras no paran de acontecer. Ahora bien, lo verdaderamente surreal del relato es la personalidad de la narradora. Mordaz, sutil. Muy decidida, sabe perfectamente lo que ella quiere hacer, y lo hace a su manera, claro, puesto que “tenía muchas cosas que averiguar antes de bajar a la tumba”. Cabe destacar que los eventos siguen más o menos el siguiente modo de ejecución. Si bien a menudo su imaginación se mezcla con la realidad, la misma progresa deslizando lógicamente hechos ilógicos. En ese sentido se encuentra fuertemente emparentada con la faceta más absurda y corrosiva de Lewis Carroll. Suceden incesantemente cosas inesperadas, si, pero con un control más sutil aquí. Cierta sobriedad lírica que contiene el marco de la narración, sobre todo, en las escenas del hospicio donde las protagonistas tienen que atenerse a las duras reglas de la institución. Mención a parte, es el modo cruel en que la familia trata a la anciana, casi como si la vejez fuese objeto de vergüenza, y por ende, necesario ocultar. No obstante, del principio al fin de la novela reina la extravagancia más desbocada: sucesos increíbles, personajes excéntricos y diálogos insólitos de irresistible comicidad. Su lógica, dijimos, disruptiva -al atravesar varios géneros narrativos no se ancla en ninguno-, da rienda suelta a una especie de trama ácrata que opera produciendo constantes cambios posturales. Pero el desconcierto aquí siempre es una fuente de gozo. Este mundo, a la vez de magia y delirio, de angustia y culpa, está regido por una lógica alucinada pero muy precisa. En el interior de esta extraña y fuerte coherencia, la abundancia verbal, la fecundidad de imágenes y símbolos, el poder hipnotizante gana en riqueza y profundidad.
Es notable la peculiar e intrigante facilidad de Carrington por crear atmósferas a medio camino entre la prosa de Ronald Firbank y el humor de Buster Keaton. Nada atenta el paradójico equilibrio estilístico de su pluma ávida y genuina. Tal como ocurre con sus pinturas alucinantes, siempre contenidas aunque desbordantes en imaginación. Pues La trompetilla acústica (Le Cornet acoustique) no presenta deficiencias de estructura o psicológicas. Su vocabulario no es rudimentario ni ripioso -como las tediosas repeticiones que adolecen en otras novelas de entonces-, tampoco es exagerada al enfatizar los momentos cruciales de la narración. Debido a esto no cae en la adjetivación excesiva y los ornatos inútiles. El estilo de Carrington es pulcro al punto de ser expresivamente extravagente, albergando un tono, un hálito expresivo que fluye armoniosamente según sus propios elementos internos. Gracias a la enrarecida transparencia de su escritura, su amodalidad continúa ubicandola más y más próxima al centro de la literatura contemporánea. De este modo, La trompetilla acústica, prefigura la obra de autores latinoamericanos tan variados e inclasificables como han de ser Francisco Tario, María Luisa Bombal, César Aira, y Mario Bellatín, entre otros dilectos del mundo surreal.
La edición incluye láminas de pinturas de la artista plástica inglesa con nacionalización mexicana, como “La casa de enfrente”, “La hora del Ángelus”, “AB EO QUOD”, “Crookhey Hall” y “La noche del día 8”. Pues, no hay que olvidar, además, el modo mágico en que al leer este libro, casi sin darse cuenta, el lector ingresa a su obra pictórica. Tal vez quien mejor haya sintetizado la escritura de esta célebre artista haya sido Octavio Paz quien dijo: “Leonora Carrington no era una poeta sino un poema que camina, que sonríe, que de repente abre una sonrisa que se convierte en un pájaro, después en pescado y desaparece”. Su obra como reflejo de su vida. Rebelde, sensible, original: genial. Además de La trompetilla acústica, Carrington dejó obras como La casa del miedo (1938), La señora Oval: historias surrealistas (1939), La invención del mole (1960), El séptimo caballo y otros cuentos (1992) y Leche del sueño (2013). Pero La trompetilla acústica es una novela absolutamente moderna por su inspiración y por su forma, dado que no se propone decirnos lo que ya sabíamos, sino algo que en cierto modo no podemos saber nunca.
La esmerada publicación con tapa dura y sobrecubierta, se realizó con motivo de la celebración de los cien años del nacimiento de esta “excéntrica del surrealismo”, como suele llamársele.