Muy pocos hablan en la Argentina de la noción de patria, que los hacedores de nuestra independencia destacaban en su acción, escritos e himnos y lo más probable es que se la mencione en términos despectivos. En cambio, pese al neoliberalismo reinante y a consecuencia de sus efectos negativos, el sentido de lo nacional renace en muchos países bajo la forma de políticas proteccionistas, separatismos, guerras comerciales, la reaparición de neofascismos de derecha y una segunda guerra fría.
Agropecuaria
En Argentina, el software de ideas neoliberales que penetró en los intersticios de nuestra cultura tenía ya un fundamento histórico que valorizaba el endeudamiento externo y lo extranjero sobre lo nacional. Fue el momento de la llamada “patria agropecuaria”, basada en los inmensos recursos naturales existentes, y en el poder de los dueños de la tierra. Esos sectores incorporaron al país a la economía mundial, pero confundieron el agro con esa “patria” particular, la de sus propios intereses. Es la Sociedad Rural la que introdujo el lema “cultivar el suelo es servir a la patria”.
De pensar la Argentina como un “granero del mundo” o la idea de ser los “Estados Unidos del Sur”, que Carlos Pellegrini sostenía en la época del primer centenario, a la decepción posterior de creer que vivíamos en un territorio lejano del globo terrestre cuando ese sueño se deshizo, hubo un sólo paso. En el presente, los nostálgicos de aquella presunta “época de oro”, borrada según ellos, por el populismo industrialista, dijeron que ya no podíamos gobernarnos por nosotros mismos y necesitábamos una administración off shore, como la del FMI, que hoy lamentablemente tenemos, para volver a ser, según ellos, lo que alguna vez habíamos sido.
Industrial
En los años 30 fue la crisis mundial la que cambió el rumbo. Se produjo un desarrollo industrial que no resultó el fruto de un impulso deliberado del Estado y sus sectores dirigentes, sino de políticas que respondían a determinadas condiciones coyunturales, como la caída de los mercados externos. Aún en 1940, un senador de la provincia de Santa Fe argumentaba, en un acalorado debate parlamentario: “La industria no me satisface y la industria manufacturera de ningún modo y en un país como el nuestro siempre será un poco artificial y moralmente nos hará mal, salvo la industria ganadera que es la base de la vida económica del país”.
Una posición muy distinta de la sostenida casi un siglo antes, en 1862, en un congreso de economistas alemanes. Allí se decía: Ya es hora de que los industriales alemanes actúen en sentido de la resurrección nacional de la patria a fin de que el trabajo nacional llegue a ser reconocido en toda la prensa y en todo el pueblo como uno de los pilares básicos de nuestra vida nacional. Su propio interés y el interés de la patria son, en último término, idénticos”. En una Alemania que en ese entonces se estaba constituyendo como país (lo lograría en 1871) ya se identificaba el concepto de patria con el desarrollo industrial.
Fue con la llegada del peronismo al poder que el Estado estimuló fuertemente la industria nacional junto al dictado de leyes sociales que incluyeron nuevos sectores de la población y se produjo una mejor distribución de los ingresos. Se quería superar las falencias de un modelo productivo basado en la agroexportación, en un país y en un mundo donde sus posibilidades se veían notablemente reducidas. Por un lado, por un mercado interno ampliado con una población que había que satisfacer. Por otro, por la declinación del imperio británico al que estábamos ligados y el alejamiento con el plan Marshall de los tradicionales mercados europeos.
Eso hizo el peronismo, con aciertos y errores, en el período que podemos llamar de la “patria industrial” y por eso las elites tradicionales crucificaron sus políticas, que implicaban ceder en parte las divisas de las exportaciones para financiar ese desarrollo. Aun así, los gobiernos posteriores, militares y civiles continuaron a los tropezones, proscribiendo políticamente a aquellos a quienes se acusaba de todos los males del país, un camino industrializador y desarrollista, basado ahora en el financiamiento o la inversión externa. Los mercados mundiales, con el deterioro de los términos del intercambio, no garantizaban volver plenamente al pasado agroexportador.
Contratista y financiera
Ese cambio duró menos de 30 años. La cruenta dictadura militar de 1976 cortó de cuajo, mediante el terrorismo de Estado, las conquistas sociales y el desarrollo industrial, aunque para retornar al modelo tradicional ya no estaba Gran Bretaña y los nostálgicos del pasado debieron recurrir a los enemigos de la Guerra Fría, la Unión Soviética, para tratar de mantener un mercado para sus exportaciones, mientras ampliaban absurdamente el endeudamiento externo en beneficio de los especuladores y el sector financiero. Pero el país estaba en la esfera de influencia geopolítica y financiera de Estados Unidos y la guerra de Malvinas, donde el enemigo era el antiguo partenaire británico, puso en claro esta situación. Al mismo tiempo el proceso inflacionario trepaba vertiginosamente siguiendo al de la deuda y a la fuga de capitales.
Por ese entonces surgió la llamada “patria contratista”, donde abreva el actual gobierno, que creó y consolidó grupos económicos, y la más notoria “patria financiera”, que a partir de allí tendría un protagonismo esencial. Los gobiernos democráticos, en el marco de inducidos procesos hiperinflacionarios vivieron pendientes de ese endeudamiento que los llevó a la irracionalidad de confundir el valor de nuestro peso con el del dólar, con una política de convertibilidad que fue un verdadero fiasco desde el momento de su implementación. Entonces se debieron vender los principales activos del país.
La crisis del 2001 hizo visibles en la conciencia colectiva los altos niveles de pobreza, desigualdad y desempleo existentes, las notables falencias de la estructura productiva, el enorme grado de endeudamiento externo y la extrema debilidad del Estado para ofrecer los bienes públicos necesarios al conjunto de la sociedad, como salud, educación, protección social, seguridad y servicios públicos. De allí que comenzara a hacerse carne la necesidad de establecer una estrategia para recuperar un objetivo abandonado hace ya casi 30 años: la industrialización. No sólo importante como proyecto de país, sino también necesaria para paliar el déficit social.
Sudamericana
El antecedente de la “patria agropecuaria” volvió a resurgir en el conflicto entre el sector agrario con la cuestión de las retenciones. Sin negar la importancia de ese sector y de las agroindustrias en la Argentina, no cabe suponer que un país esencialmente agroexportador tenga alguna posibilidad de entrar al privilegiado club de las naciones más poderosas o lograr un desarrollo sustentable en el largo plazo. Con todo, tuvimos una “patria sudamericana”, que quiso desendeudar el país y retomar el sendero industrializador en el marco de un continente de vecinos amigos y complementarios, tropezando en sus últimos años con restricciones externas, errores propios y una fuerte campaña mediática, política y judicial en su contra.
Por eso el gobierno anterior perdió las elecciones, mientras se disfrazaba en la embestida, con el ambiguo nombre de “grieta”, el concepto marxista de la lucha de clases; llamando falsamente populismo a todo aquello que tendía a favorecer a los sectores más necesitados y haciendo el eje de las críticas en la corrupción, una peligrosa cornisa por la que caminan dada la misma naturaleza de sus negocios, pasados y presentes, las huestes ganadoras.
Corporaciones
Ahora, nos toca una especie de “patria de las corporaciones”, cuyas políticas de ajuste y de endeudamiento eterno, bajo el guión del FMI, desecha a una parte de la población incluyendo la mejor formada científica y tecnológicamente, que estaría de más y debería emigrar a otros lados, invirtiendo el fecundo proceso inmigratorio de la Argentina anterior. Junto a la fuga de capitales tendremos una fuga de cerebros.
En lo internacional giramos, al mismo tiempo, en la esfera geopolítica de los Estados Unidos y el altar del dólar, aunque dios dirá donde colocaremos nuestras exportaciones agrícolas porque ese país las excluye. Del Mercosur o China apenas se habla. El hipermercado del mundo no sale de Puerto Madero.
Unica
La noción de “patria” es en verdad más amplia y diferente de las mencionadas y se confunde con la de Nación (del latín “natus”), una categoría histórica vinculada con procesos materiales y culturales que explican la constitución de una comunidad distintiva con respecto a otras. En Europa, sirvió como un lema de las clases dirigentes de cada país para definir su poder relativo en el Viejo Continente.
En la Argentina, en cambio, donde las guerras de la independencia se transformaron pronto en guerras civiles, su sentido fue más parcial. Existió una patria “unitaria”, y una patria, “federal”, cuestión que se dirimió sangrientamente. Los intereses económicos y políticos terminaron de definir hacia 1880 un modelo de país liberal, “que miraba hacia fuera”, con eje en Buenos Aires y un conjunto dispar de provincias a las que se denomina el “interior”, subsumidas a ese eje principal.
Es hora ya de que exista en los hechos una patria única, generosa para todos los habitantes nativos o extranjeros que decidan vivir y trabajar en ella, como señala el preámbulo de la Constitución. Abierta hacia el mundo, pero independiente de lo grandes poderes externos y donde puedan convivir aspiraciones sectoriales y regionales. Con un fuerte mercado interno y un Estado verdaderamente emprendedor, un alto nivel científico e industrias tecnológicamente avanzadas que acompañen a las tradicionales en su comercio exterior.
La Argentina no debe ser la “patria” de unos pocos, rodeados de una población pobre y marginal, sino pertenecer al conjunto de la sociedad. Ser una verdadera democracia y no una parodia de ella, y al mismo tiempo, constituir un lugar de identificación y de aprovechamiento integral y más equitativo de los frutos de su riqueza y de su cultura. Un lugar donde la noción de funcionario público recobre su verdadero sentido desligado de intereses particulares, los políticos actúen con propósitos que luego cumplan y, sobre todo, se planee el largo plazo, porque el país no se termina en la resolución de los problemas de coyuntura. Quizás sólo entonces la palabra “patria” adquiera algún sentido y nadie tenga vergüenza de mencionarla.
* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e ISEN.