Hay un puñado de verdades inconfesables que cada uno lleva adentro. Verdades personales y secretas que anidan en lo profundo y que pueden resultar imposibles de escuchar. Pues bien, Andrés Calamaro ha vuelto a dejar sueltas las suyas, y las ha transformado en doce canciones auténticas, luminosas, lacerantes. Cargar la suerte, su último disco de estudio –editado en noviembre pasado–, es parte de ese movimiento constante con el que dejó una obra enquistada en la música popular de Hispanoamérica. Calamaro abre una y otra vez las zonas prohibidas de su propio universo y las pone al servicio de la canción. Veinte años después de Honestidad Brutal –quizás el punto más intenso de ese modus operandi–, vuelve a transgredir sus fronteras desnudando una porción secreta de su intimidad. Y a la par, explora senderos extraviados de un mapa artístico que desdobla sus texturas: dirige la revista digital Nervio, termina un libro sobre tauromaquia y anima las trasnoches radiales en La Hora de Los Magos, por FM La Patriada. ¿Hacia dónde va entonces Calamaro? 

Desde hace varios años, ha decidido brindar las pocas entrevistas que da a medios gráficos, a través de un intercambio de correos electrónicos. Esa dificultad inicial –la de no poder captar sus gestos, sus miradas y sus modos, tan elocuentes como las conexiones de sus palabras–, se compensa con la dedicación y la espontaneidad que transmite en cada respuesta, y por su oferta de abrirse a la repregunta. Mientras organiza su próxima gira por España, su participación en el homenaje a Plácido Domingo en México, mientras edita y titula las notas de su revista, van llegando las respuestas de este artista ecléctico y multifacético, cuyas jornadas se debaten en una creatividad somnolienta. “Empezar cada día es nacer de nuevo. Dudo que nacer cada día sea placentero. Me arrastro por el día como puedo”, dice al comenzar, acerca de sus días y el placer cotidiano. “De noche encuentro la virtud en cierta lucidez que me aturde. Me paso la mitad del día despertándome del todo, y otra mitad esperando al sueño. Sufro de insomnio. Pero tengo intervalos de creación y optimismo”.  

–En la tapa de tu último disco aparecés con las manos convertidas en huesos. En la del primer single te abrís el pecho y mostrás los huesos de tu columna y las costillas. El título del disco, a su vez, es una frase que se utiliza para designar el movimiento de piernas con que los toreros engañan a los toros. ¿De dónde surge entonces Cargar la suerte? 

–Acaso surge un disco como si fueran las aguas termales... Creo que fuimos a mitad de camino a encontrar la inspiración. Cargar la suerte es torear, torear de verdad. Es un concepto de verdad y consecuencia. Adelantar la pierna no es solamente la voluntad de “poner el cuerpo al peligro”, es algo más profundo que la estética. Tampoco pretendo tocar fondo con estas canciones. Las lecturas que explican la poética en el cine, o la maestranza en la tauromaquia de José El Gallo, tampoco contemplan el arte de grabar discos en concreto. Pero el análisis y la sabiduría tienen cáscara y contenido. Este disco es mi colaboración con Germán (Wiedemer, director musical y pianista de la banda de Calamaro) y Gustavo (Borner, ingeniero de sonido y productor musical argentino, ganador de 16 Premios Grammy, quien trabajó con artistas como Juanes, Roberto Carlos, Marilyn Manson y Phil Collins). Los huesos son dibujos de Alvaro (Pérez-Fajardo) de la Factoría Fly y nos recuerdan a Powerage de AC/DC. Este es nuestro servicio a la música y nuestro deber. Surge de que... nacimos para grabar discos. 

–¿Cómo fue el proceso de selección hasta llegar a las doce canciones del disco? ¿Qué encontraste en ellas?  

–Empezamos por las letras. Las máquinas de mi estudio apagadas. El estudio me atrapa y me secuestra durante temporadas peligrosas. Entonces probamos maridar letra y música con Germán y resultó muy bien. Grabamos maquetas domésticas pero bien presentadas, y cantadas. Era el disco asomando. Es lo que le mostramos a Gustavo, que nos devolvió con un diseño de producción formidable. Disfrutamos de esta grabación como nunca. Tampoco teníamos demasiadas canciones, aunque contemplamos la posibilidad de grabar viejos “descartes”, cosas inéditas y también versiones. Gustavo presentó una lista de probables para grabar, opinamos un poco y elegimos doce sin mayor problema. 

–De entrada, en “Verdades afiladas”, dejás una de las frases que marcan el rumbo confesional que por momentos toma el disco: “Si no fueran afiladas las verdades / ya no seguiré sangrando las heridas”.  ¿De qué se tratan estas verdades?

–“Verdades afiladas” es una excepción en el álbum (otra es “Mi Ranchera”). Estoy dejando atrás la canción sentimental, los “lamentos rancheros del narcisismo macho herido”. Voy hacia los enfoques, la conciencia, la poesía, la verdad desnuda. Lo que pueda. El territorio sentimental es un campo de batalla frecuente en la ficción y la música, recurrente para directores de cine, autores de teatro, ópera y canciones. Fui un esclavo de la belleza femenina y no descarto perderme en el embrujo de los fascinantes atractivos de una mujer.

–A lo largo del disco, se percibe una vuelta de las guitarras al frente y también a un sonido más visceral. ¿Cuál fue la búsqueda musical y estética detrás de este disco? 

–De las guitarras venimos y a las guitarras vamos. No se puede volver de donde nunca nos fuimos. Tocamos con dos o tres guitarras desde hace treinta o más años.  Lo peculiar de esta grabación es formal: no doblamos guitarras, no corregimos casi instrumentos, grabamos todos los músicos al mismo tiempo, conmigo cantando voces que, en algunos casos, son las definitivas. 

–¿Puede que sea la mejor manera de grabar un disco, en “caliente”?

–Dicen que hay cincuenta maneras de grabar un disco. En la música, como en otras especialidades, la “sangre fría”, como el calor de la turbina creativa, sirven como aliado creativo o aliado del caos. Casi todos los discos buenos están “bien grabados”. El sonido es la música y el audio. Y la definición de “disco”. Algo redondo y plano.

–Las canciones de Cargar la suerte llevan escondidas, entre sus melodías, secuencias de acordes y arreglos, ese elemento indescifrable que las deja sonando una y otra vez en la cabeza. ¿Dónde están las claves para que una canción quede impregnada en la cultura popular? 

–Me muevo en las armonías populares, mis acordes no difieren mucho de los del folklore, la ranchera y el blues. Pero en Cargar la Suerte interviene Germán, que tiene más acordes que yo... Hay dos o tres canciones con acordes míos que son los “mismos de siempre”. Las otras son consecuencias armónicas que Germán inventó para este disco.

–Esas armonías populares antiquísimas pueden verse como el catalizador de todo lo que sucedió y sucede en el rock. ¿Es cierto eso de que “ya está todo inventando”?

–Parecía todo inventado por Bach y nació Charlie Parker como figura trascendental del siglo XX. Si mis armonías son sencillas es problema mío, no es una patología de la música. Para cantar necesito de unos pocos acordes y de un intervalo en donde el canto sea luminoso. Conocemos doce notas, que pueden discernirse en escalas griegas modales o de blues. La música es como la medicina, en Oriente saben que existen más de doce notas, es lo que nosotros llamaríamos cuartos de tono. El rock tiene cierta querencia por la retro vanguardia y por la retaguardia. Y repetir no tiene nada de malo. Es género o tela mal cortada.

–En Cargar la suerte la amistad ocupa un lugar central. “My Mafia” es quizás el ejemplo más poderoso. Incluso, en “Las rimas”, escribís: “Hoy mis amigos son asaltantes de camiones”. ¿Qué significa hoy la amistad para vos?

–Mis amistades adultas me enriquecen, me enseñan y me alegran la vida. Como en su momento lo hicieron amistades de época. Aprendo mucho de mis amigos porque viven en mundos distintos a mis orígenes en Capital Federal. La amistad está contemplada por los pensadores de la Grecia antigua. Soy el perfecto amigo imaginario. De los oficios aprendí el valor de los compañeros, que son los que me cubren las espaldas mientras trabajo. Hice las paces con la soledad.

Artistas, locos y bandidos

El pasado 13 de enero, cuando se cumplían trece años del llamado Robo del Siglo –en el que una banda robó con armas de juguete unos quince millones de dólares del banco Río de Acassuso, para luego huir en dos gomones por las alcantarillas–, Andrés Calamaro lanzó Nervio (www.nerviodigital.com), su revista digital, en cuya portada figuraba un texto de él sobre ese episodio. En su blog personal, Calamaro adelantaba que la revista había sido construida como un espacio de encuentro para “artistas, escritores, periodistas, músicos, pintores, cineastas, bandidos, colifas, presidiarios, rabdomantes, ascetas, anarcos, estetas, los que no están, los que no pueden salir, los que se fugan, los toreros, los desertores, los marginales, los pinchetos, los rebeldes, los resucitados, los desposeídos”. 

–¿Por qué sacar hoy una revista?, ¿en qué zonas de la sociedad pretendés que se mueva?

–Intentamos imprimir una revista pero fue un camino lleno de obstáculos, ahora nos liberamos como página abierta de “culturas y delito”. Existimos para navegantes con la voluntad de leer un poco. Entiendo que el tráfico en internet es inmediato, mayormente nadie lee... La mayor interferencia cultural eléctrica, desde el teléfono, existe para sacarse fotos y opinar sin casi pensar (es información, no es pensamiento). Además ofrece la reinvención de la soledad. Conectados pero viviendo en una soledad impensable el siglo anterior. Somos “los anti depresivos”, tenemos más cobertura que relleno.

–La revista salió en la misma fecha, trece años después, que se produjo el famoso robo al Banco Río. ¿Qué fue lo que te fascinó tanto de ese hecho?

–La fascinación es otra cosa. No sé exactamente qué es. Somos del mismo riñón. No descarto haber fascinado a estos grupos cerrados que no confían en nadie. Y puedo entrar por la cerradura para sentarme en la misma mesa de los clanes. La amistad no puede ser fascinante, solo necesita respeto y gratitud. No entiendo la amistad como una cuestión fascinante a secas. Ocurre que admiro a mis amigos, sus cualidades extraordinarias. Porque me dan la vida. Creo que estoy donde tengo que estar, donde quiero estar. A veces. En un tono coloquial, me considero aficionado fascinado por varias cosas... Mis amigos son capaces de escribir un libro, asaltar un banco y medirse con mil toros bravos.

–En Nervio habitan firmas como la de Martín Caparrós, Enrique Symns, Fabián Casas, Rodolfo Palacios, Luis Ortega, Jorge Lanata, Pablo Ramos, Fernando Noy, Angel Cappa. Personalidades de todos los estamentos de la cultura y el deporte, pero que también están ubicados en espacios políticos irreconciliables.  ¿Cómo lograste convencerlos a todos para que formaran parte del proyecto?

–No pude convencerlos. Trabajamos en secreto con Rodolfo Palacios. Acaban de enterarse que están todos juntos bajo el mismo techo de chapa. Espero que sepan perdonarme... Soy un consumidor cultural amoral, un editor sin presupuesto pero insaciable.

–La bajada de Nervio marca una impronta clara sobre los universos que se van a explorar: “Cultura y Delito”. ¿En qué punto se cruzan con mayor fuerza estos dos conceptos?

–La cultura, como concepto, lo abarca todo... las diferentes formas de limpiarse el culo son asuntos culturales. En la India usan la mano que no usan para comer, en Argentina existe el bidet, que es poco frecuente en otros países occidentales. De ahí en más todo es cultural, no solamente en los cotos académicos o intelectuales. El delito es profundamente cultural, ahora mismo abarca todo el abanico social, desde los gobiernos hasta los marginados. Los que ya no existen son los verdaderos bandidos. Somos anti careta.

–¿Quiénes son esos verdaderos bandidos?

–Son leyendas en los barrios. Lo anónimo. Nadie rompió una lanza por ellos. Los conocemos cuando sus vidas llegan al cine o a las novelas.  Recorrimos caminos diferentes pero estábamos en el mismo tiempo y los mismos lugares. Ahora estamos en la misma banda.

–¿Cómo ves hoy a una gran parte de la sociedad argentina, que observa con buenos ojos un linchamiento luego del robo de un celular?

–Me sorprende el “pensamiento” reaccionario de las gentes, especialmente de los más jóvenes. Lo curioso es que, en España, me consideran reaccionario a mí. Porque estrecho la mano del Rey, porque tengo amigos toreros y escribo editoriales en el ABC. Entiendo los pensamientos básicos, elementales y animales. Ocurre que no guardo rencores, no siento ira ni remordimientos. Evito el mal humor. En mi mundo tan sencillo, solo existen “los de arriba y los de abajo”, lo demás es decorado. Tengo comida para comer y cama donde dormir. Soy un privilegiado. Estoy hecho para “detectar caretas y no darles pelota”.

–Hace pocos días estuviste en una de las mateadas organizadas por Hebe de Bonafini en la Casa de las Madres. ¿Cómo lo viviste? ¿Tendrías ese mismo gesto con otros organismos de Derechos Humanos? 

–Soy un ciudadano y formo parte del pensamiento nacional que heredé de mi padre y de mis hermanos. Con Hebe somos amigos. Mi respeto es incalculable. Soy de una generación que aprendió a amar la lucha trágica y divina de Hebe. Estoy en mi pueblo, en la calle, en las cárceles, con el Frente Vital y la movida tropical. La amistad de Hebe es un honorable privilegio y puedo sentarme a tomar mate con distintos sectores de la sociedad. La realidad es una bola de espejos que refleja realidad en muchas direcciones. Creo en la existencia del gris entre el blanco y el negro. Miles de grises. 

–Volviendo al plano artístico: en 2015 publicaste un libro de diarios íntimos, ahora preparás uno sobre tauromaquia y has comenzado a dirigir una revista. ¿Sentiste en alguna de estas experiencias artísticas algo similar a lo que te sucede con la música?

–Es posible. La intensidad la mido por el sudor. Quizás también por otros índices emotivos menos líquidos. Pero el sudor es indicativo de que algo ocurre. La música me gusta escucharla. Brindarse a la música es un laberinto extraordinario. Desde mi atalaya de músico, entiendo lo que pasa cuando suena un disco... Me sorprendo cada día. También me gusta mucho ensayar. La música de los músicos. Es como pintar un cuadro y quemarlo. Eso hacemos nosotros.

–¿Cómo es tu relación con la música hoy?

–Tengo relaciones íntimas con la música. Me explico: escucho música todo el día y presento una hora de música por día en la radio. Existe demasiada música además de la que ensayamos y tocamos. Si la música fuera la literatura, sería bibliotecario. Seguir en los escenarios es un deber, un servicio... y un trabajo. Nadie me empuja a escribir canciones, no es un plan B.

–En tu programa de radio, La hora de los magos, recorrés un expansivo abanico de temas: la música popular, la filosofía, la política y la historia. ¿Estudiás para cada programa, o es una cuestión más bien instintiva?

–Mayormente elijo música, y grabo comentarios, con naturalidad cotidiana. Desde mi propio conocimiento o ignorancia. En alguna oportunidad estudio o consulto con los datos y los sabios. Para curar música de Colombia estudié un poco. Los programas de flamenco, salsa y blues los grabamos con Alberto Vacas, mi compadre, que es un especialista.

–En unos meses vas a participar en México de un homenaje a Plácido Domingo, un músico que a primera vista parece muy alejado de tus canciones. ¿Encontrás elementos de su obra en la propia?

–Plácido Domingo es un intérprete lírico. Una naturaleza que trasciende la obra. Estamos hablando de una estrella de la cultura tan grande como Luciano Pavarotti. Ocurre que estos gigantes se acercaron a la música popular, cantando canzonetta napolitana de Murolo, tangos y música popular de México. Respondo al llamado de Alejandro Fernández y de México. Plácido es grande como Walt Disney o Julio César.

–¿A qué artistas creés que se debería recordar y homenajear en estos tiempos?

–Recordemos a los olvidados. Recordemos a los artistas todos los días. El mejor homenaje es reverenciar el arte: escuchando música, leyendo, contemplando arte o mirando cine. O el destino del canto: “Serás lo anónimo, y ninguna tumba guardará tu canto”.