En El arte de la ficción, James Salter dice: “Cuando lees no ves ni oyes nada y sin embargo te parece que sí”. A mí me pasa lo mismo al escribir. De a poco llegan los sonidos y empieza a verse algo, como esas formas lejanas que aparecen en el camino. Si no llegan es porque estoy escribiendo en falso y tengo que pescar la frecuencia justa, la variación en la que veo y escucho lo que quiero contar. En el proceso se cruzan interferencias de otras historias, señales que gravitan en un plano alterno. Algunas son simplemente ruidos, sonidos sueltos en el vacío, pero otras tienen algo.
Hace unos meses estaba escribiendo un cuento. Lo tenía en la cabeza, aunque medio difuso, y trataba de enfocarlo con más voluntad que suerte, pero insistía porque estaba convencida de que era el cuento que tenía que escribir. Entre un borrador y otro, surgieron las señas de esta historia. Había salido de la nada, como si eso fuera posible, y se convirtió en el cuento que escribí. Se los presento, entonces, y espero que a ustedes también lo vean, o eso les parezca, y que entre una frase y otra se deje oír.