En Sex Education, Otis Milburn tiene problemas. No es que sea el típico nerdo de escuela secundaria –ni siquiera usa anteojos, ese lugar común–, pero tampoco la tiene fácil: no son pocos los que lo miran como a un bicho raro, sobre todo cuando recorre los pasillos de la escuela Moordale junto a su mejor amigo Eric, que es negro, gay y feliz de serlo. Pero a Otis no le preocupa tanto la mirada de los otros como su virginidad y la autorepresión que no lo deja ni masturbarse en paz, y en la que quizá tenga algo que ver que su madre sea una terapeuta sexual que intenta comunicarse con él con demasiada franqueza. Curiosamente, por esas cosas del destino –y por cruzarse con la algo inadaptada Maeve, a quien insisten con señalarla como “la trola” de la escuela–, Otis terminará siendo a su vez el efectivo terapeuta sexual de toda una galería de estudiantes que, bueno, tienen tantos o más problemas que él.
Sex Education es uno de los grandes hallazgos de la temporada 2019 de Netflix, asegurada su segunda tanda de episodios. Asa Butterfield (Otis), Ncuti Gatwa (Eric), la enorme Gillian Anderson (la Dra. Jean Milburn) y esa revelación que es Emma Mackey (Maeve) se encargan de darle credibilidad y encanto a una serie que vuelve a demostrar ese plus que suelen tener las producciones inglesas. No recarga las tintas ni se convierte en el típico exponente de “ficciones de escuela secundaria”, poniendo en pantalla todos los estereotipos para corporizar “los temas que preocupan” en la comunidad educativa. Sí, por ahí anda el típico bully Adam (que reserva una gran sorpresa en el episodio final), y el atleta siempre presionado a triunfar, y un rector rígido en público y algo bobo en privado, pero la esencia de Sex Education es recorrer sin subrayados esa tensión típica de la adolescencia de estar pensando casi todo el tiempo en sexo... sin saber muy bien qué pensar del sexo. Y sobre todo, cómo llevarlo a cabo y disfrutarlo.
Pero además de sus momentos de sutil y tan británica comedia, la serie creada por Laurie Nunn es también, sin cacarearlo demasiado, uno de los más potentes alegatos feministas que se hayan visto en los últimos tiempos. El episodio en el que Maeve interrumpe su embarazo es, sin remarcar nada, un potente alegato a favor del aborto legal: en la contención que recibe, en el entorno que lo hace y en la compañía de una mujer en una situación absolutamente diferente a la suya pero que también debe acudir a la clínica, queda todo expuesto sin necesidad de grandes discursos. En otro episodio, la viralización de la foto de una vagina y el chantaje al que intentan someter a su propietaria se desactivan con un acto colectivo del que será mejor no spoilear nada. La libertad con la que Jean se curte al tipo que le guste para despedirlo al día siguiente, el hecho de que el atleta Jackson tiene dos madres o el modo en que un par de estudiantes ejercen sin culpa su libertad de elección sexual: he ahí matices que aparecen con una naturalidad a veces ausente en otras ficciones que intentan decir lo mismo. Impulsado por el notable trabajo de Butterfield, Otis (“Un personaje masculino escrito por un writer’s room lleno de mujeres”, según Nunn) atraviesa todo eso e intenta ayudar a sus pares con cierta inocencia, sin poder creer del todo que sus palabras sirvan de tanta ayuda.
Así es como los ocho episodios producidos por Eleven para Netflix pasan como un suspiro, de esos que llaman al maratón no para tener un buen tema de conversación en las reuniones sociales sino por auténtico disfrute. No es que no haya angustias o dramas en la vida de estos personajes, pero por sobre todo prima la fascinación del descubrimiento sexual con un sentido del humor que le quita peso, le resta formalidad a ese título de manual para adolescentes. Sex Education educa, sí. Pero ante todo deja encendida la sonrisa. Y ganas de tener un poco de sexo.