Transitamos ya el año electoral y la crisis se acentúa. Sólo unos pocos ejemplos: la construcción cayó en diciembre 20,5 por ciento y la industria 14,7 por ciento; el sector automotor arrancó enero de 2019 con una producción de 14.803 vehículos, un 27,3 por ciento menor a la de diciembre de 2018 y un 32,3 por ciento por debajo de enero de ese mismo año. El índice de utilización de la capacidad industrial instalada cayó en diciembre a 56,6 por ciento en promedio, llegando al 25,6 por ciento en la producción automotriz y a 32,3 por ciento en la textil. Aumentan la luz, los combustibles, los impuestos, los peajes; se mantienen altas las tasas de interés, cae la producción, retrocede el consumo y, a pesar de la recesión que ello provoca, la inflación no desciende. Según los datos del INDEC, la inflación acumulada con relación a enero del año pasado alcanzó un 49,3 por ciento, con el rublo transportes encabezando el registro con un 67,3 por ciento. En el mes, llegó a un 2,9 por ciento en el país y un 3,8 por ciento en la Ciudad de Buenos Aires, una cifra superior a la que se esperaba.
Ello sucede luego de que el presidente Macri, hace pocos días, dijera: “No ha sido fácil, el golpe que nos dimos después de nueve trimestres consecutivos de crecimiento fue duro, pero hoy está empezando a bajar la inflación”.
En un año electoral lo que Cambiemos tiene para ofrecer es una combinación de fuerte recesión y fuerte inflación.
Por eso, el gobierno profundiza su operación política y mediática: presentar su gestión como el período en que se recuperó al país de la “herencia recibida” y todos los argentinos y argentinas hicieron un gran esfuerzo para que, en el futuro, estemos en condiciones de crecer. Lo que vendría en un segundo mandato de Macri, según ese relato, son los beneficios de ese esfuerzo.
En esa perspectiva, para darle verosimilitud a ese discurso, el gobierno acuerda con el FMI retrasar las reformas laboral y previsional para después de las elecciones, buscando evitar que las cosas empeoren aún más. Es claro: prometen crecimiento y bienestar si ganan las elecciones, mientras preparan una profundización del ajuste.
Por eso, ese relato gubernamental es un gran artificio. No hay tal futuro de prosperidad. El neoliberalismo expresa un modelo de país que se caracteriza por la concentración de la riqueza y el aumento de la desigualdad.
Cuando decimos que hay 26 personas en el mundo que acumulan la riqueza equiparable a la de 3.800 millones de habitantes, estamos hablando de un modelo que excluye. Hace ocho años eran 388 personas. Ahora son 26. Próximamente serán 18 o 14. Cambiemos reproduce en el país eso que sucede a escala planetaria. Cada vez hay menos que tienen más y hay más que tienen menos. Entonces: con sus relatos sobre el pasado kirchnerista intenta sacar del centro de la agenda la discusión de su modelo de país y sus graves consecuencias económicas y sociales.
Por eso, a esos discursos sobre el pasado hay que anteponerles un debate sobre el presente y el futuro. ¿Qué proponemos como alternativa a ese proyecto que concentra los ingresos y la riqueza, que aumenta la desigualdad, la exclusión y la pobreza? Algunas de las cuestiones necesariamente a tener en cuenta serían:
Primero: lo básico, hay que volver a generar un incentivo a la demanda, volver a poner los salarios, las jubilaciones y la Asignación Universal por Hijo por encima de la inflación y proteger la producción nacional. Es decir: hay que inducir un shock distributivo para reactivar de modo inmediato el mercado interno. El crecimiento de la demanda hace crecer la producción, ésta genera nuevos puestos de trabajo y éstos reducen la capacidad ociosa de las empresas. De este modo, se va generando un círculo ascendente de reactivación y crecimiento. La política de protección de la producción nacional debería tener un principio fuerte: el mercado interno debe ser prioritariamente abastecido por la industria argentina. Es necesario crear los instrumentos legislativos que establezcan que todo lo que se produce en la Argentina no se puede importar o, si se importa, se lo haga con una carga tributaria significativa. Es necesario desarrollar una política de precios cuidados y otra de créditos subsidiados para la inversión productiva como fomento a quien va a poner una máquina más, porque va a generar puestos de trabajo y va a aumentar la producción.
Segundo: el próximo gobierno recibirá una pesada herencia que es la alta deuda contraída por Cambiemos, deuda que además tiene condiciones de pago imposibles de cumplir. Habrá que llevar adelante una renegociación que permita compatibilizar esos pagos con una estrategia de desarrollo nacional porque de lo contrario no se podrá afrontar los compromisos.
Tercero: establecer regulaciones a las prestaciones de los servicios públicos que se basen en el criterio de universalidad como plantea la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Los servicios públicos no deberían ser un producto con precio de mercado establecido a partir de la tarifa que fija el prestador. Incluso, quizás habría que volver a discutir, con todas las complejidades que eso supone, si es razonable que los servicios públicos sean prestados por empresas con fines de lucro. Hay que ver si no resulta sensato plantear la gestión pública de esos servicios. En esa perspectiva, deberíamos instalar una discusión sobre modos alternativos de gestión de lo público, avanzando hacia un modelo de administración tripartito, donde estén representados los consumidores directos, los trabajadores de las empresas y el Estado. Estas empresas no deberían repartir excedentes y la acumulación habría que destinarla a su permanente modernización, a la creación de nuevos puestos de trabajo y a cubrir necesidades fiscales.
Cuarto: Es necesaria una nueva ley de servicios financieros que suplante a la actual, originada en la última dictadura, y que coloque a la actividad financiera como un servicio de interés público, es decir, como un instrumento para el desarrollo de las pymes, la economía nacional y las necesidades de las familias argentinas.
El gobierno intenta instalar que, venga quien venga, tras las próximas elecciones el ajuste es el único camino. Sin embargo, hay ejemplos actuales que muestran otros caminos. Una nota aparecida la semana pasada en el New York Times dice: “En un momento de creciente incertidumbre Portugal ha desafiado a los críticos que insistían en la austeridad como respuesta a la crisis económica y financiera del continente. Mientras países que van desde Grecia a Irlanda siguieron las políticas de austeridad al pie de la letra, Lisboa resistió, apostando a una recuperación que llevó a su economía al mayor nivel de crecimiento en una década”. “Lo que ocurrió en Portugal demuestra que demasiada austeridad no hace más que profundizar la recesión y crea un círculo vicioso”, dijo el primero ministro portugués Antonio Costa. Y continúa la nota: “El nuevo gobierno elevó los salarios del sector público, el salario mínimo, las jubilaciones, entre otras medidas. Introdujo incentivos para estimular al sector privado, incluyendo subsidios al desarrollo, créditos fiscales y financiamiento a las pequeñas y medianas empresas”.
Parafraseando al gobierno de Cambiemos: ¡Sí, se puede! Aunque en la dirección contraria a sus políticas, que profundizan la recesión, la inflación, la pobreza, la desocupación y la desigualdad.
No hay una segunda etapa virtuosa de este gobierno. No tiene nada diferente para ofrecer: no hay en su modelo de país ningún futuro distinto. Ellos dicen que son el único camino. Nosotros decimos que hay otro: construir una alternativa amplia, diversa y plural, sin exclusiones, alrededor de propuestas consensuadas que permitan recrear la esperanza de que otro país, justo e inclusivo, es posible. Ese otro camino conduce a otro futuro.
* Presidente del Partido Solidario.