Cuando la derecha latinoamericana volvió al gobierno en algunos de nuestros países –Argentina, Brasil, Ecuador—, se podría imaginar que habría aprendido de sus derrotas y del éxito de los gobiernos que los precedieron. La prioridad de las políticas sociales en el continente más desigual del mundo le propinó sucesivas derrotas. A tal punto que sus mismos candidatos han pasado a alabar las políticas sociales, pero sin cambiar su propuesta económica, en la que éstas no caben. Pero aun así admitían que esas políticas tenían la simpatía del pueblo y debían reconocerlas.
Pero no bien volvieron a gobernar, han mostrado cuan demagógico era ese reconocimiento. Han demostrado que no ha aprendido nada de la realidad, aun con las duras derrotas que les fueron propinadas. Podrían, a lo mejor, apelar a la vieja idea de la “tercera vía”, diciendo que “no tanto mercado, no tanto Estado”, al viejo estilo de Tony Blair.
Pero no, no han revelado ningún tipo de imaginación, ni siquiera al nivel del discurso. Se han puesto, de inmediato, a imponer la prioridad del ajuste fiscal. Porque a esto se reduce su fórmula, de nuevo y siempre: recorte de gastos públicos, prioritariamente de las políticas sociales, de los sueldos de los empleados públicos, privatización de patrimonio público, desregulación de la economía, apertura hacia el mercado externo. Ni más ni menos de lo que había tenido tanto éxito, a sus comienzos, en los años 1990.
La vieja cantilena de que los problemas de nuestras economías vienen de los gastos excesivos del Estado y que, por lo tanto, su solución requiere del achicamiento de éste. Que los derechos sociales están de más, que se ha vivido por encima de las posibilidades (esto es, los pobres habrían dilapidado el crecimiento económico y ahora tienen que ser puestos de nuevo en su debido lugar de mano de obra barata y disciplinada). Para que los ricos puedan seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades.
Como resultado, las economías han vuelto a ser recesivas, los déficit públicos han aumentado más todavía, la inflación no ha sido controlada. Total, el peor de los mundos para la gran mayoría. Pero, como lo decía Shakespeare, hay una lógica en esa locura. Hay quien gana, para que la gran mayoría pierda.
Son los bancos, el capital financiero, la especulación financiera. Una ínfima minoría, que atesora ganancias gigantescas, como los balances de los bancos lo demuestran, sin pudor, todos los meses. Total, plata sí hay, pero está en manos de los que no tienen interés en hacer inversiones productivas, menos todavía en general empleos. En manos de los que viven del endeudamiento de gobiernos, de empresas, de familias. Y que, cuanto más endeudados, más propician ganancias a los bancos. Es la lógica de la locura de nuestras economías.
Y los gobiernos neoliberales actúan en función de maximizar esas ganancias parasitarias, están ya directamente en manos de ejecutivos de los bancos privados, sin más intermediaciones. Son gobiernos así condenados a la falta de apoyo popular, porque su eje es básicamente concentrador de la renta, de exclusión social, de producción de recesión y de desempleo. Incluso sus bases de capas intermedias tienden a manifestar descontento creciente, dejando el gobierno aislado de la sociedad.
La forma de sobrevivir es el conocido esquema: menos pan, más palos. Sea por la represión directa, que tiene límites, sea por la reformulación del sistema político y jurídico, para tratar de impedir que ese descontento creciente alimente alternativas antineoliberales, que afectarían al corazón mismo de los intereses del gran capital. Y con el Poder Judicial y la policía desempeñando un rol fundamental para buscar evitar que el descontento social se traduzca en fuerzas políticas fuertes de oposición.
Un modelo como el neoliberal, hoy día, no tiene ninguna capacidad hegemónica. Por ello requiere un estado de excepción para instalarse y para mantenerse en el gobierno. Necesita perseguir e intentar impedir que los liderazgos que representan visiones radicalmente antagónicas, puedan ser candidatos. Son los casos de Lula, Cristina, Rafael Correa.
No es posible un gobierno neoliberal que no sea blindado por estructuras de excepción. El neoliberalismo solo puede sobrevivir protegido por un estado de excepción. La lucha antineoliberal es así indisociable de la lucha democrática, de resistencia a la instalación de estados de excepción.