Ahora el fascismo está aquí. Como esta columna señala desde hace dos años, y más allá de resistencias de compañer@s que sugirieron apresuramiento e inconveniencia, ya está a la vista y en la piel del país. Sólo faltaba su despertar, porque desde el vamos se insinuaba en decisiones, modos y actitudes del gobierno macrista, toleradas por la cómplice aceptación de esa entelequia llamada “peronismo bueno, moderno, federal o gobernabilista” que mantiene enferma, aún hoy, a gran parte de las dirigencias políticas.
Y ahora aquí está como en todo el mundo, revivido y potente. En el enorme Brasil y en otros países hermanos. En Italia y en España ya estruendoso y revanchista, y en muchas otras naciones larvario pero creciente. Y entre nosotros, visible en el negacionismo, la represión policial creciente y el odio y el racismo inducidos cuyas expresiones fueron y son el encarcelamiento de Milagro Sala y los asesinatos de Santiago Maldonado, Rafael Nahuel y el tucumanito Facundo Ferreira, por lo menos. Y racismo que se expresa en el destrato a los pueblos originarios: mapuches en el Sur, kollas en el Norte, y bolivianos, paraguayos y negros en general, perseguidos incluso por sus hermanos policías, embrutecidos a conciencia por un gobierno que los alecciona para ser traidores y hasta asesinos.
Y lo vemos también en Chile, donde sus clases acomodadas se pretenden “los ingleses de América”, pero cuyo 40 por ciento de ciudadanía está en iguales condiciones de miseria y marginación que los otros pueblos del continente, originarios y no. Excepto en Bolivia –hoy el país con mayor y mejor desarrollo relativo de Nuestra América, y donde los pueblos originarios son gobierno y se reafirman como nación plurinacional, desmintiendo todos los prejuicios del racismo latinoamericano– en el resto de Sudamérica el fascismo está volviendo a ser una amenaza.
Definamos entonces, antes de que algunos intelectuales y los trolls onanistas se apliquen a inútiles cuestionamientos, algunas características de lo que entendemos por fascismo: mezcla de autoritarismo gubernamental intolerante; fomento del odio en todas sus expresiones; racismo activo y verbalizado; una Justicia que no es tal; sectarismo de clase en todas sus expresiones; dictadura mediática; negacionismo y recorte de derechos cívicos; poder económico hiperconcentrado y al servicio transnacional. En tales contextos, el enemigo del pueblo argentino ya no es Macri solamente. Es, podría decirse, el bolsonarismo como contemporánea expresión triunfal de la insolidaridad, la inmoralidad y el autoritarismo en todo el mundo.
Ahí tienen al Sr. Olmedo, sojero y diputado ricachón de Salta, quien a pesar de su discurso medieval, por momentos risible y ridículo –y quizás por eso mismo– ya “mide” en algunas encuestas con hasta un 6 o 7% que, aunque pequeño, puede ser una bomba de tiempo. Claro que esas mediciones pueden ser mentirosas como muchas que están en boga. Y disculparán este aserto l@s encuestador@s más seri@s –que también hay– pero cada vez está más instalada en much@s ciudadan@s la idea de que hoy en la Argentina muchas encuestas dicen lo que quiere quien las paga.
Como sea, lo cierto es que hoy el mamarracho salteño es uno de los candidatos que más sostenidamente crece y a quien acompañaría, se dice en mentideros afines, la Sra. Cecilia Pando.
La pregunta es entonces audaz, casi delirante: ¿quién lo va a enfrentar si en el último momento la candidatura de CFK es impedida por la mafia político-comunicacional-judicial?
Ahí acaso se esté incubando un drama concreto, y al menos a este columnista le resulta entre raro y absurdo que muchos destacados dirigentes no lo estén viendo. O lo ven y no saben qué decir.
Obvio que abrir este debate es riesgoso. Pero cerrarlo, o negarlo, podría ser peor.
Quizá sea también por esto que casi toda la oposición política en nuestro país mira con inocultable desconcierto y ansiedad creciente a la ex presidenta, que maneja hilos y tiempos con sutileza, pero aún no se pronuncia.
Desde ya que CFK parece ser la única garantía para acabar con el desastre que vive nuestra nación. Pero entonces otra vez esta columna subraya la necesidad de un Plan C. Porque si hay algo que las mafias del poder macrista no van a tolerar es su candidatura. El fascismo si hay algo que no tiene son dudas. Y si alguien por ignorarlo sueña con negociar con el Diablo, estará jugando con fuego. Porque el elenco de presidenciables alternativos que propone el sistema está sobrado de impresentables.
Sin dudas la unidad electoral del campo popular es imperiosa y urgente, pero su condición básica y necesaria –si CFK no fuese candidata– exige por lo menos tres condiciones: no salir corriendo a inventar un Haddad a último momento; que el candidato sustituto no tenga absolutamente nada que ver con embajadas, departamentos de estado ni economías neoliberales; y que esté decidid@ y sea capaz de hacer cirugía política, económica y social, y hacerla veloz, a fondo y sin dobleces.
Para lo cual, y dicho sea con todas las letras, los apellidos Massa, Lavagna, Pichetto, Urtubey y algunos otros que surgen de esas canteras, distan mucho de ser los apropiados para semejante tarea.
Con el radicalismo en descalabro, el socialismo fragmentado, una izquierda atomizada y la otra sectaria, el pueblo condenado a pobreza y desocupación, y con la educación y la salud pública en caída libre, algunos en El Manifiesto Argentino pensamos que la candidatura de CFK debería lanzarse ya, ahora, para conducir la mejor Argentina de los últimos 64 años, sin hesitaciones y corrigiendo errores cometidos.
Pero si no es ella –porque no quiere o no puede o no la dejan– entonces sepamos que ha empezado la carrera.