Una historia animada de dos chicos púberes, que son enviados a pasar las vacaciones a la cabaña de un excéntrico tío-abuelo, se convierte en una marca multigeneracional y en un pasadizo para entrelazar mitos urbanos, humor desafiante y miedos adolescentes. Cuesta creer que Gravity Falls, la serie en cuestión, apenas dure lo que un verano: 40 episodios, podríamos decir que el equivalente a sólo los días hábiles de enero y febrero o a la extensión del receso escolar. Sin embargo, esa dosis parece haber sido suficiente para que Disney la convirtiera en un fenómeno mundial, para que se disparara también un posterior hit con sus novelas gráficas y para que una gorrita blanca y azul, decorada con un icónico pinito bifaz, hoy lleve dentro las cabezas de incontables niños, niñas, adolescentes y adultos argentinos. La gorra de Dipper, uno de los dos protagonistas, junto con su hermana Mabel.
Aunque la serie terminó hace tres años y “sólo” constó de esos 40 episodios, su emisión continúa en forma constante en las distintas señales televisivas de Disney, y también forman parte del menú de Netflix. Su universo encontró una potente sobrevida en librerías y kioscos, con la versión en cómic de la serie y sus publicaciones satélites, como manuales enciclopédicos sobre las criaturas, libros de historias breves, versión “elige tu propia aventura”, o tomos de actividades y enigmas. Todos esos títulos se convirtieron en un boom editorial: esta semana, por caso, tres de los cinco títulos más vendidos en la categoría infantil de Yenny-El Ateneo pertenecen a la saga Gravity Falls, mientras que ocupan buena parte de las góndolas de libros de los supermercados.
¿Cómo explicar el impacto cultural de Gravity Falls, esta suerte de The X-Files animado y centennial? Acaso su primer mérito sea obtener esa deseada cucarda plurigeneracional que hizo grande a Los Simpson o a buena parte de los títulos de Pixar: la habilidad de funcionar en distintos niveles y de disparar en la misma metralla matices de humor para espectadores de todas las edades. Un Rubicón que llega siempre bien rápido: basta con ver dos minutos de cualquier episodio para recibir algún impacto etario certero y casi personalizado. La alusión a esas grandes ligas audiovisuales no es casual: el creador de Gravity Falls, el californiano Alex Hirsch (responsable de los guiones y de buena parte de las voces de la serie), hizo carrera previamente en Cartoon Network, y a fines del año pasado fue convocado y contratado por Netflix para diseñar nuevos proyectos. Todo un CV para alguien de 33 años, que tenía 26 cuando debutó con Gravity Falls.
El otro gran atractivo de la serie es su cruce narrativo, en el que conviven los temores de la incipiente adolescencia –hablar con las chicas, acercarse a los chicos, crecer, ver pasar el tiempo– con los terrores de las amenazas desconocidas. Así es que la serie incluye personajes estremecedores, surrealistas, bizarros, como Rudo McGolpes –un descerebrado y violento luchador exiliado del universo de videojuegos arcade de artes marciales– o el temible Hombre Polilla –que recuerda al bestiario psicodélico que lanzara la carrera como comediante televisivo de Pipo Cipolatti. Al mismo tiempo que se permite ironizar con los preconceptos de género, como con el delicioso personaje de Grenda –una niña musculosa y hosca–, como cuando Dipper interpela qué es la masculinidad –en un vestuario de pilosos minotauros que comparten yacuzzi– o como cuando Mabel ve chocar su fe infantil al conocer un bonito unicornio –que resulta ser un tremendo pelotudazo que no hace sino posar para las fotos junto a un paisaje celestial.
Como todo hit, Gravity Falls ha gatillado consecuencias inesperadas. Como los tutoriales hardcore, techno o sólo para ukelele de la música original de la serie, o las versiones para coro de flautas en las clases de música de escuelas primarias porteñas. De las polémicas internacionales, como la prohibición del Diario 3 en algunos países, debido a ciertos pasajes nihilistas que podrían sugerir una invitación autodestructiva (mientras ese título pelea acá la punta de los más vendidos en Cúspide). O como la generación de íconos laterales, como el meme del gnomo vomitando un arco iris, como la mencionada gorrita de Dipper o como la remera verde con el signo de pregunta, que en el universo comiquero fue durante décadas patrimonio de El Acertijo, archivillano de Batman en Ciudad Gótica, y que en esta década se convirtió en favorita de las chicas gracias a Soos, el buenazo y bastante estúpido aspirante a DJ de la saga de Hirsch.
Gravity Falls sabe que todos necesitamos escaparnos alguna vez y reconoce el valor intrínseco del verano. Un verano iniciático y feliz, que pasa rápido pero deja marcas. A fin de cuentas, el amor de verano es un derecho.