Desde Barcelona
UNO En estos días difíciles Rodríguez se acuerda mucho de esa frase con la que comienza A Frolic of His Own, novela de William Gaddis. Allí se lee: “¿Justicia? La justicia se encuentra en el otro mundo. En éste lo que hay son leyes”. Lo de Gaddis es una esperpéntica y en espiral farsa judicial moderna pero cuyo impulso viene de mucho antes: de El mercader de Venecia de William Shakespeare o de Casa desolada de Charles Dickens. Y de antes aún: de Dios desahuciando a Adán y Eva y del equitativo Salomón y así el premio/castigo en el Día del Juicio Final.
Mucho después pero en esa eternidad de lo juicioso –que se sabe cómo y cuándo empieza pero no cuándo o cómo termina– todas esas películas y series y libros que han ido constituyendo la (de)formación legal de Rodríguez. La distancia que va del intachable Atticus Finch en Matar a un ruiseñor, pasa por los más grises juristas de El caso Paradine y Heredarás el viento y El veredicto, y llega hasta el turbio Jimmy McGill/Saul Goodman de Breaking Bad y Better Call Saul. También, la miniserie QBVII durante su infancia, con un Anthony Hopkins en el rol de un Adam Kelno mucho más amoralmente terrorífico que Hannibal Lecter y finalmente humillado y condenado a pagar medio penique por sus imperdonables crímenes contra la humanidad. Y las novelas de Scott Turow y no las de John Grisham. Y todos esos realities y todos esos letrados con errores de ortografía aullando en comerciales en la t.v. norteamericana e invitando a demandar e inspiradores de todos esos chistes de abogados estilo “¿Cuál es la diferencia entre Dios y un abogado? Dios no se cree abogado”. Y basta de risas y mantener la compostura porque ese pequeño martillito hace un ruido atronador en ese sitio que es cruza de Arca de Noé con casa de muñecas mientras esa mujer se venda los ojos no para ser imparcial sino porque prefiere no ver lo que allí está pasando o no pasando y que nunca es la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad.
DOS Y sua culpa: Rodríguez se declara culpable pero con atenuantes y casi en defensa propia. La semana pasada confundió el título de las flamantes memorias de Pedro Sánchez quien, se sabe, llegó a dónde está luego de condenar a muerte (política) primero a su correligionaria y enemiga íntima Susana Díaz y luego a su rival en la oposición Rajoy. Sí: Rodríguez rebautizó al libro de Sánchez como Manual de supervivencia cuando era Manual de resistencia. No es un error tan grave, se defendió Rodríguez ante el jurado: sobrevivir puede equivaler a resistir. Pero aun así lo de Rodríguez es el tipo de imprecisión bajo juramento que puede llegar ser considerada como perjurio e invalidar todo un juicio. Sobre todo cuando –con una ayudita de los catalanes, que no saben lo que se les viene por culpa del chistecito de si no me dejas autodeterminarme yo automáticamente determino que te vayas– le han tumbado a Sánchez “los presupuestos más sociales de toda la Historia” y “la ley más importante para un presidente de gobierno”. Sánchez sometió a esos Presupuestos Generales del Estado a la voluntad del tribunal de sus pares y éstos le enseñaron el pulgar hacia abajo. Y –como consecuencia directa de ello– se vienen nuevas elecciones para ver si ahora a Sánchez lo elige la gente y no, como el pasado junio, lo ratificó el Congreso a través de una moción de censura.
Ahora, las ya en marcha encuestas –esa forma de veredicto prematuro que no condena pero sí condiciona– determinan que Sánchez y el PSOE sacarían más votos, pero que también las derechas juntas (PP y Ciudadanos y Vox) sumarían más que las izquierdas. Cosas de la democracia parlamentaria en lugar de la democracia presidencialista. Y paradoja: Sánchez llegó a La Moncloa luego de perder y se iría de La Moncloa ganando. Y entonces, enseguida, en lo que hace a Cataluña, los cada vez más ultra-diestros activando de nuevo el constrictivo/restrictivo artículo 155 como evidencia incontestable de su mano dura y allá vamos otra vez. Aunque, de nuevo, con Sánchez, mañana nunca se sabe. Y lo que sus detractores definen como “sanchismo” –y que a Rodríguez a veces le recuerdo lo de “quijotesco”– puede que aún tenga algún nuevo truco de su manual de supervivencia/o resistencia.
TRES Pero, por ahora, no hay –demasiada– sorpresa. Elecciones generales para el 28 de abril que, más o menos previsiblemente, resultarán en una ingobernable e ingobernante fragmentación política igual o superior a la ya existente y hasta en un posible retorno al bloqueo de 2016 y esas consultas con Felipe VI que parecían salidas de Sopa de ganso. Y con la Derecha y la Izquierda divididas novedosa y torpe y multipartidísticamente en razas que ya evocan a las de las malas novelas fantasy. A partir de entonces: maleficios, duelos, castillos en ruinas, y draconianos tertulianos televisivos escupiendo fuego. Todo y todos muy lejos del rigor y de los modales de los mejores legal thrillers, donde al menos la mierda se perfuma con ordenadas y bien interpretadas alocuciones a un jurado que, sí, querría estar en cualquier otro lado que no sea ese juicio. Como ahora Rodríguez en Barcelona, Cataluña, España, Europa, etc.
CUATRO Sí: este abril va a ser el abril más cruel del que se tenga memoria. Hasta entonces, antes de disolver las Cortes el 5 de marzo (decenas de proyectos se quedarán en el camino, como el fin de los aforamientos para los políticos y la suspensión de la censora Ley Mordaza) Sánchez intentará cumplir con algo de lo que prometió como, por ejemplo, remover esa evidencia del cadáver de Franco de la escena del crimen que es el Valle de los Caídos. Luego, todos se verán abocados a una campaña –en sincro con la parte más álgida del proceso a los procesados del Procés– que los especialistas anticipan como “poco política y muy emocional”. Es decir: falsos testimonios, (des)concentraciones surtidas, provocar el terror a rojos y/o nazionalistas, memes de memos, y el incremento de los delirios febriles e impugnables de gente fuera de la ley de la realidad como el actual president de la Generalitat Quim Torra (Rodríguez exhibe como pesada prueba la demoledora entrevista que –como uno de esos letrados implacables en clásico tribunalicio– le hizo la semana pasada en la emisora radial Onda Cero el periodista Carlos Alsina).
Y, ah, Rodríguez tenía una fantasía seguramente ilegal pero bien intencionada: la de que Sánchez iba a durar más, que los presos serían encontrados culpables para ser inhabilitados políticamente de por vida y, a continuación, humanitariamente indultados para que no fuesen a la cárcel. Pero que sí cambiase el reparto ya más que recusado y todo pudiese discutirse de manera más justiciera con nuevos testigos. Pero no. Y el pasado miércoles en Barcelona Rodríguez ya vio como el vagón de su metro estaba cubierto por calcomanías donde se leía “Un judici contra tot un poble”. ¿De verdad? ¿”Todo un pueblo”? ¿”Todo”? Y, oh, las audiencias televisadas (que a Rodríguez no le queda sino ver porque la indemandable pero ya delictiva en su torpeza Telefónica/Movistar aún no le ha devuelto todas las series y películas con pleitos y fallos que le quitó) en las que los enjuiciados intercambian bufidos y sonrisitas y carraspeos y giros de ojos como en una versión in/madura de los castigados en The Breakfast Club. Y después, pasan al frente, y lanzan inocentones mensajes de paz y amor a todos jurando que lo de la declaración de independencia fue una simbólica travesura sin el menor asidero jurídico mientras Puigdemont desde sus autoexilio de luxe transmite esas cosas con un aire a Kurtz cruzado con Jerry Lewis.
Así, el cansancio. El cansancio que es una condena a la que por aquí se está cada vez más perpetuamente encadenado, en el absoluto desorden de una sala que no ha lugar.
CINCO La otra noche Rodríguez volvió a ver –en DVD– la para él mejor legal movie de todos los tiempos: Michael Clayton, escrita y dirigida por Tony Gilroy y con el mejor George Clooney. Allí, al final, esa larga escena con el vencido en la vida pero vencedor en la ética Michael Clayton en el asiento de atrás de un taxi. El fixer-paralegal Michael Clayton con cara de quien se siente satisfecho consigo mismo pero asqueado por todo lo que lo rodea y haciendo un enorme esfuerzo que nadie indemnizará –como Rodríguez ahora, protestando objeciones ante Su Señoría– por no perder el juicio sabiéndose que ya está visto para sentencia.