Tras una historia que la unió a la cultura de Buenos Aires a lo largo de ochenta años, ayer fue desalojada la emblemática librería porteña Clásica y Moderna. La caída en las ventas y los altísimos costos de mantenimiento hicieron imposible cancelar la deuda de varios meses de alquiler y precipitaron el final. El desalojo dejó a diez personas sin trabajo y a miles sin un lugar que amaban.
Fundada en 1938 por Francisco Poblet, albergaba lo mejor de la narrativa, la poesía (y también diccionarios y ensayos sobre literatura). Ese fue el primer golpe de timón, ya que Clásica continuaba la tradición familiar, iniciada en 1916 con la Librería Académica Poblet Hnos., que se especializaba en textos científicos. Otra tradición familiar de los Poblet fue poner sus negocios sobre la avenida Callao. El primer local, donde funcionó la Académica, lo tuvieron al 400, luego se mudaron al 600 y finalmente abrieron Clásica en Callao 892. Por ahí pasaron Borges, Bioy Casares, Jauretche, Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Mujica Lainez, Alfredo Palacios.
En 1980, a la muerte de Francisco, se hicieron cargo sus hijos Natu y Paco. Siguió siendo un icono porteño, frecuentada por figuras como Abelardo Castillo, Liliana Heker, Ana María Shua, Fernando Noy, Susana Rinaldi. Hacia fines de esa década, un nuevo golpe de timón la convirtió en la primera librería porteña que incorporó un espacio para tomar café, modalidad que después fue imitada por innumerables librerías. Y continuaron los talleres, los cursos de escritura y literatura y las exposiciones de plástica y fotografía. También empezaron a organizarse recitales, especialmente de jazz y tango. Allí, a puertas cerradas, cantó una noche Liza Minnelli. Y tanto Joaquín Sabina como Joan Manuel Serrat la frecuentaron cada vez que vinieron al país. En 2013 fue declarada de Interés Cultural por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Según su actual dueño, Fernando Monod, el “proceso de desgaste” comenzó en el 2017, cuando Natu Poblet murió, víctima de la osteoporosis. Poco antes de morir, Natu se casó con Alejandro Monod, un ex empleado de la librería con el que había tenido una relación llena de idas y vueltas. A su muerte, Alejandro se hizo cargo. Pero poco después también se enfermó y su hermano Fernando, ingeniero, quedó al frente del negocio familiar. Pese a sus esfuerzos, no pudo evitar la debacle.
Según contó Monod, cuando se encargó de la librería se encontró con una deuda que no pudo cancelar. “Ofrecimos propiedades para pagar la deuda, pero el desalojo ya estaba avanzado. Además, todo sucede en el mes de feria judicial, por lo que en ese sentido no pudimos hacer nada”, explicó. Luego detalló que los actuales dueños del local le dieron un mes para pagar lo adeudado (que según algunos medios supera los 700 mil pesos, entre alquileres, expensas y servicios del local), pero que su búsqueda de socios aún no dio resultados “y ahora, con la persiana baja, se hace más difícil todavía”.
“Creo que el propietario debería ser la Ciudad, ésa es la única manera en que lugares como éste y tantos otros no cierren nunca”, señaló Monod ayer por la mañana, ante las puertas cerradas de la mítica librería y espacio cultural. “No importa quién la administre, si unos no funcionan que vengan otros, pero la librería ya es un patrimonio. Esa sería la única manera de volverla eterna”, insistió. Hasta ahora, el Gobierno de la Ciudad no dio ninguna señal de querer salvaguardar este mítico espacio de la vida cultural de los porteños.