“Es como Liberace pero mejor”, le dice Tony Lip a su familia para intentar describir la sofisticación como pianista clásico de Don Shirley. Aunque pareciera que la cultura de clase obrera italoamericana que tiene Lip le imposibilita encontrar otro referente más que el pianista pop Liberace, la verdad es que tiene bastante razón: el afroamericano Shirley tiene la misma carga de excentricidad y mariconería que el italopolaco, pero es más virtuoso en la interpretación en vivo, deja de lado la artificialidad barroca entre la que vive para que brille con brío y delicadeza el sonido al dar en la tecla. Lip, seudónimo de Vallelonga, es hijo de migrantes que vive en Brooklyn con su esposa y sus hijes, desocupado temporario, quien acepta trabajo como chofer de Shirley en su gira riesgosa por las rutas del sur profundo y racista de EE.UU., para ofrecer una serie de recitales para la alta burguesía.
Shirley es un moderado, sobreeducado pianista clásico homosexual que vive en el edificio del Carnagie Hall, una suerte de residencia de artistas permanente en pleno Manhattan. Ambos personajes fueron reales, la relación entre ambos sucedió a inicios de los 60 y se convirtió en una amistad que duró el resto de sus vidas, hasta que ambos murieron en 2013 con pocos meses de diferencia. El episodio que narra Green Book es el inicio de todo: una road movie que pareciera volver a poner en movimiento la fábula del chongo y el puto, y se hace cargo de eso desde el primer momento, confrontando modos de ser y estar en el mundo, las distintas teatralidades opuestas, la viril y la marica, en una pareja que parece complementaria al modo de Dioses y monstruos, la película donde el cineasta James Whale se enamora de su jardinero, pero que termina siendo un mismo punto de fuga. Pero aunque amaga con una tensión erótica entre ambos protagonistas, en el clisé narrativo más común en estos relatos donde la red maricona captura a la mosca hétero, Green Book se sacude esa matriz y pone en tensión un juego de diferencias culturales, describe las formas del racismo estructural, interno y externo, para buscar una dimensión política de la convivencia. Esquivar el clisé del homoerotismo entre lo viril y lo marica y viceversa no es negar el deseo sino poner en acción un movimiento deseoso diferente, otra libido: el afecto profundo del entendimiento mutuo, la intensidad de la caricia del cuidado. Shirley le enseña a Lip a escribir cartas amorosas para su esposa; Lip entrena a Shirley para comer pollo frito con la mano. Aunque se abisme a la cultura sureña de Estados Unidos, Green Book es una película muy New York resiste, con su conciencia multicultural, su cosmopolitismo, el diálogo siempre bilingüe que es multiplicidad. A pesar de transcurrir hace más de medio siglo, la historia de la película es un afrenta política al presente, a la New York que se parece más al sur, esa que hoy representa Donald Trump.
NUEVOS ÍCONOS
Si bien puede decirse que el erotismo entre ambos personajes no está desarrollado, la película si tiene una mirada bastante sexy de cada uno de ellos. La elegancia de extrema pulcridad y la actitud cool de Don Shirley son muy potentes: su aparición con una túnica rodeado de objetos exóticos es pura seducción camp. En un punto, casi que la película sugiere que es el Little Richard de la música clásica. Pero la clave es que el pianista sea encarnado por el actor Mahershala Ali, quien hizo un meteórico ascenso de popularidad en pocos años. Su mayor hit fue ganar el Oscar por su interpretación de la queer Moonlight, donde es un dealer de Miami que adopta a un niño gay. Ali ya es un ícono de la renovación afroqueer del cine estadounidense, apostando por proyectos como Green Book, que fueron difíciles de producir, porque pocas productoras quisieron apostar por sus temáticas, sus tratamientos y sus obsesiones, pero que salieron adelante a fuerza de ponerle el cuerpo. Ali ya ganó 15 premios por el personaje de Shirley, incluido el Globo de Oro, antes de quedarse con el Oscar.
Por otro lado, Viggo Mortensen, quien interpreta a Tony Lip, subió unos 20 kilos para meterse en el personaje. Se dice que cuando conoció a la familia real de Lip, su hijo Nick Vallelonga actúa y es co-guionista de la película, lo invitaron a comer y cuando terminaba un plato, aparecía otro y otro y otro. Esa experiencia alimenticia la perpetuó como disciplina personal hasta ensancharse, hasta que las curvas lo abrazaran. La mirada sobre el cuerpo gordo de Mortensen, la sobredimensión que adquiere su panza en la mirada del director Peter Farrelly, parece tener un alto contenido erótico. De hecho, Mortensen come sin trucos de montaje durante los planos, llegó a clavarse 14 panchos para filmar una escena. La orgía culinaria del cine italiano, con La gran comilona de Marco Ferreri a la cabeza, parece encarnarse en su interpretación. Se puede decir que Mortensen engorda en cada plano, casi como si se tratara de un documental. Me parece que por eso hubiera merecido ganar el Oscar. Un efecto de realidad que podría convertirlo en un ícono de la subcultura gainer, una sensibilidad gay, que también se la tilda de esotérica, que basa su erotismo en hacer y ver engordar a alguien. Chancho gusto.