En la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood parece que se tomaron muy a pecho eso de que la realidad supera a la ficción. Porque este año, más que ningún otro, las películas basadas en hechos reales fueron las estrellas más brillantes de la entrega anual de los Oscars. Y, entre ellas, hubo un lugar destacado para las películas LGBTIQ que empujan hacia la pantalla historias de personas reales. Tres de las ocho nominadas a Mejor Película tienen conflictos centrados en personajes queer, y una cuarta, El vicepresidente de Adam McKay, desarrolla un relato lateral pero definitorio de Mary Cheney, la hija lesbiana del político republicano Dick Cheney. Bohemian Rhapsody, la biopic de Freddie Mercury según Bryan Singer, La favorita de Yorgos Lanthimos con su potenciado triángulo lésbico en la corte de la Reina Anna, y Green Book, la road movie del pianista marica afroamericano Don Shirley, fueron las tres candidatas que disputaron varios de los principales premios de la Academia. Y no fueron las únicas, porque ¿Podrás perdonarme algún día? de Marielle Heller, sobre las memorias de la escritora lesbiana Lee Israel, y su amigo de copas Jack Hock, un gay viviendo con vih, tenía tres nominaciones: a sus protagonistas que encarnan esos personajes, Melissa McCarthy y Richard E. Grant respectivamente, y a guión adaptado. En este contexto, casi que el Oscar se debería haber apellidado Wilde.
¿Hay algún beneficio estético, político, activista en todo este fenómeno? Hasta ahora el balance es difícil. En primer lugar, esta tendencia parece basada en que las relaciones entre hechos reales y cine rinden en la performance comercial en las boleterías, y no solo de las producciones de Hollywood. Por ejemplo, El Ángel, candidata al Oscar por Argentina que no quedó nominada, es también prueba de la eficacia de retratar la diversidad sexual desde hechos reales. Es cierto que, aún, algunas de las películas más arriesgadas, como tal vez sea ¿Podrás perdonarme algún día?, no encuentran un lugar central en el interés de la Academia, que privilegia visiones glam de la diversidad: para bien, como la aguerrida La favorita, o para bastante mal, la demasiado edulcorada Bohemian Rhapsody. La recuperación masiva de la historia de la diversidad y la disidencia sexual y de género puede ser una estampida pero no necesariamente eso se convierta en un movimiento que haga tambalear nada. Obviamente son beneficiosos los mas frecuentes cruces entre orientación sexual e identidad de género con otras formas de existencia (de clase social, aspecto físico, color, etc.) que antes casi no llegaban a las pantalla. Pero la clave no parece ser comparar la ficción y la realidad como el juego de las siete diferencias, sino tomar las películas como obras de fricción, de roce entre ideología y representación estética y política. Prestar atención a la trampa que retrata inteligentemente Adam McKay en El vicepresidente: aunque la hija lesbiana Mary Cheney pareciera ser defendida por su propia familia, al final termina traicionada, humillada por los “valores” republicanos. Hollywood es pura manipulación, tiene intereses demasiado cruzados y variados, y la actitud siempre es estar alertas a la visibilidad, pero también al fuera de campo.