Wallace Stevens escribió alguna vez: "Hay hombres de una provincia".

Y entonces pienso quién puede ser ese hombre de nuestra provincia. Sin dudas a la vista ubico a José Pedroni, cuya sola poesía es el mapa de todo lo que somos. Tal vez para los que no lo han leído nunca, tal vez para los que no lo van a leer, ni falta que hace. Es él todo un nombre que representó lo mejor de estas tierras de las cuales dijo "no tengo por qué irme".

¿Por qué Wallace Stevens habrá escrito estas palabras? Es de suponer que nunca habría leído a Pedroni y quiero entender que ni falta que hace, y es seguro que nuestro comprovinciano lo habrá frecuentado en esas noches lentas de Esperanza donde las luciérnagas entraban por las ventanillas de los trenes solitarios, los vilanos volaban erráticos por las ventanas del Club Social donde el poeta de la inmigración se entretenía con un póker entre amigos, esa paz bucólica que bien se había ganado con su vida simple "que no me separa de los demás y están en mi canto", como bien escribió después.

Miguel Brascó relata que cuando en 1950 lo visitaron con César Mermet en su amada cuidad adoptiva ya había leído la "Antología de Spoon River" y tal vez se haya inspirado para sus textos de Monsieur Jaquín donde otros hombres moraban en el afán ejemplificador. De allí su homenaje a ese Juez que escribió para siempre "los unos no pueden disponer sin el consentimiento de los otros". Esto lo escribió Teodoro Meurzet, antes que nosotros. Habría leído a Lamartine, profundo y suave razona benévolamente Don José. Era como una voz que venía del Antiguo Testamento. Era como el hijo de David labrador. Y la relación la hace el mismo autor que se disputan dos ciudades de la Provincia. Gálvez y Esperanza.

La generación de José Pedroni es la primera de padres extranjeros, Italiano en este caso. No tuvo la facilidad de Borges o Juan Laurentino Ortiz, que escribían en un argentino decantado por los siglos. La generación de Pedroni con esa carga encima se cuidaba mucho al escribir, lo hacía con una cuidadosa hipercorrección. Ese cuidado los perseguía y los hacía sumisos.

En carta a José Portogalo (éste, italiano de nacimiento) insiste en que hay que cuidarse de los enemigos. ¿Quiénes eran esos "enemigos"?. En ocasión de un trabajoso intercambio de textos, donde el otro José le pedía una colaboración para el diario porteño Noticias Graficas, Pedroni accede y luego de un extenso envió de materiales, el santafesino de pronto le recomienda: "Por favor amigo rompa todo, no le deje nada a los enemigos no hay que dejarles pruebas". Eso está en su correspondencia que yo mismo recopilé del archivo General de la Provincia y que titulé Papeles Inéditos.

Había un temor de ser tildado de recién llegado a la cultura, de ser acusado de advenedizo, de parvenú, a la cual tal vez la clase dueña de la lengua no se lo podía permitir. ¿Acaso estos hijos de inmigrantes no fueron grandes estilistas del castellano? Alberto Gerchunof, Conrado Nale Roxlo, Carlos Mastronardi, Leonidas Barletta. Y el más rebelde de todos ellos, Roberto Arlt, que mezclaba los residuos de una lengua de modo tal que nos parece leer una traducción.

Escribe Wallace Stevens: "De noche junto al fuego/ los colores de los arbustos/ y de las hojas caídas/ repitiéndose/ giraban en la habitación como las hojas mismas/ giraban en el viento/". Estas palabras tal vez pudieron ser escritas por Monsieur Jaquín. Mi antecesor lo llama Pedroni y agrega era "Un dulce poeta de tono menor", nos escribirá para siempre y esa carta que envió a su hermana Melanie viviendo en Francia y que el propio poeta tradujo.

Ese bello poema donde remata Don José: "Tal vez cepilles la madera/ a juzgar por la nieve".