“Supongamos que me ausento unos días en el trabajo: no es lo mismo explicar a mis compañeros y a mi jefe que salí a esquiar y me rompí una pierna, en vez de decir que estuve deprimida y no sentía ganas de salir de la cama. De hecho, si explico que estuve deprimida, la gente evita seguir indagando porque los problemas mentales continúan constituyendo un tabú y causan rechazo”, afirma Dévora Kestel, la primera mujer en la historia a cargo del departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la Organización Mundial de la Salud. Es psicóloga por la Universidad Nacional de La Plata y magíster en Salud Pública por la Universidad de Londres. Desde hace un cuarto de siglo concentra sus esfuerzos en el diseño de políticas sanitarias y, en la actualidad, trabaja desde su oficina en Ginebra para lograr que los gobiernos de las 194 naciones que suscriben a la OMS incluyan estas problemáticas en sus agendas. En esta ocasión, señala por qué es fundamental un abordaje científico transdisciplinario y describe de qué manera expresarse puede contribuir a desarmar las etiquetas del prejuicio y la desinformación.
–¿De qué clase de problemáticas se ocupa la unidad que dirige? La denominación del departamento no es muy precisa.
–Es cierto, el término “salud mental” involucra situaciones múltiples: desde las problemáticas contemporáneas(como la depresión y la ansiedad) hasta las más severas (como la psicosis y los trastornos bipolares), pasando por asuntos neurológicos tradicionales (demencia y epilepsia). Por otra parte, bajo el paraguas “abuso de sustancias” buscamos ocuparnos del consumo problemático de alcohol y drogas, pero también de adicciones de otra estirpe como el juego y los videojuegos (recientemente incorporada en el mapa de conflictos). En este marco tan diverso diseñamos planes de políticas públicas, elaboramos presupuestos y legislación, proponemos líneas de acción y confeccionamos guías. Además, elaboramos programas de prevención, promoción y tratamiento que desarrollan cada una de las 194 naciones que forman parte de la OMS.
–Detrás de los datos que instituciones como la OMS proporcionan hay mucho trabajo científico.
–Todos nuestros datos se basan en la evidencia de la mejor ciencia disponible. Para confeccionar líneas de acción consensuadas es necesario generar acuerdos y reunir las voces de muchos especialistas a lo largo y ancho del globo. Resulta fundamental realizar abordajes transdisciplinarios, capaces de generar respuestas a las diversas necesidades de las diferentes naciones. No nos podemos dar el lujo de cerrarnos en trabajar con las herramientas de una sola disciplina; menos cuando el objeto/sujeto de estudio es el ser humano y toda su complejidad intrínseca.
–Recién mencionaba los problemas de depresión y ansiedad. ¿Por qué son tan comunes en esta época? ¿Qué hay respecto de los suicidios?
–Trabajar para prevenir los suicidios es una de nuestras prioridades. Incluso, constituye uno de los indicadores de los objetivos del desarrollo que se propone Naciones Unidas. Esto constituye una pista fundamental e indica que la problemática salió del nicho para comenzar a ser reconocida y discutida en el ámbito público. Se estima que se producen 800 mil suicidios al año y el promedio de edad disminuye conforme transcurre el tiempo. Además, como es prevenible, necesitamos actuar con urgencia. Según las últimas estadísticas, aproximadamente 300 millones de personas afrontan problemas de depresión y ansiedad en el mundo, y las cifras van en aumento. Ambas situaciones se conectan de manera muy clara.
–Usted menciona que uno de los principales desafíos es revertir el estigma vinculado a los problemas de salud mental y el consumo de sustancias.
–El ejemplo de la ausencia laboral por esquiar o por estar deprimida es tan banal como cotidiano. No poder expresar el conflicto clausura las posibilidades de mejora y la búsqueda de ayuda. Sin ir más lejos, la depresión se ha convertido recientemente en la primera causa de discapacidad a nivel mundial, por lo que tiene un alcance que ya no distingue entre países desarrollados y periféricos.
–¿Cómo desarmar el tabú?
–Es muy difícil porque constituye un conflicto histórico que forma parte de las entrañas de esa caja negra, que es la mente humana. Desde siempre, en las diferentes culturas el que se comporta raro es tildado de “loco” y, como resultado, debe correrse fuera de la vista de los “normales”. Tendemos a segregar al diferente, a mirarlo con los ojos del prejuicio y la discriminación. De ahí que el aislamiento y el encierro en instituciones específicas eran las respuestas que ofrecía la medicina tradicional con una perspectiva esencialmente farmacológica y cientificista. Incluso forma parte de nuestro discurso cuando intentamos describir una situación violenta: “No sé qué le ocurría, estaba agresivo, estaba loco”. Pienso que podemos comenzar a revertirlo a partir de acciones colectivas que promuevan la comunicación.
–¿En qué sentido?
–Hace dos años realizamos una campaña denominada “Hablemos”. La depresión y la ansiedad son problemas que se manifiestan de manera individual pero constituyen conflictos que deben ser abordados de manera colectiva, desde el enfoque de la salud pública. Cuando los medios masivos hacen circular discursos en esta línea también es muy positivo. Hace poco Lady Gaga, durante la ceremonia de entrega de los Grammy, manifestó la importancia de dialogar acerca de los problemas de salud mental. Nos puede gustar más o menos lo que hace pero no podemos desconocer que su palabra es reconocida en el espacio público y que su experiencia puede servir de ejemplo. Hace algún tiempo, el primer ministro de Noruega se retiró de su cargo por asuntos similares y luego regresó cuando se sentía listo y había mejorado su salud mental. Si esto hubiera ocurrido en otros contextos posiblemente hubiese desencadenado la culminación de su carrera política, pero aquella vez su coraje para expresar lo que le sucedía le valió otra repercusión social y cultural. De la misma manera que la salud pública, históricamente, se ocupó con eficacia de las enfermedades contagiosas y los planes de vacunación, es necesario que las afecciones mentales tengan otra jerarquía en la agenda política.
–¿Y los hospitales psiquiátricos? ¿Qué rol deben asumir?
–Las personas con trastornos mentales pueden convivir en sus comunidades siempre y cuando sean bien atendidas en el marco de un sistema de salud adecuado. Formar parte de la sociedad siempre será una solución preferible antes que estar recluido en una institución, encerrado detrás de muros que alimentan fantasías sociales que asocian la locura con la monstruosidad.
–El obstáculo es que países en desarrollo como Argentina no cuentan con sistemas de salud pública adecuados. ¿Qué estrategias propone la OMS en estos casos?
–Lo que comúnmente se hace es trabajar para generar consensos con los representantes de los ministerios de Salud de los Estados miembros que, de manera anual, plantean prioridades para sus naciones. En ese marco, nosotros proponemos objetivos que los países deben cumplir e indicadores para medir de qué manera han cumplido o fracasado con las metas. No contamos con un poder operativo o decisional, pero tenemos el respaldo de los Estados y eso nos faculta para diagramar planes que gozan de independencia respecto de los humores y las negligencias de los gobiernos de turno.
–¿Argentina tiene una agenda en salud pública?
–Es difícil decirlo de manera taxativa porque no hay una investigación específica que me permita responder de manera rotunda, pero hay una serie de datos. Por ejemplo, Argentina es el país del mundo con más psicólogos por habitante y presenta números notables de otras profesiones vinculadas a la salud mental, como el caso de los psiquiatras. Existen, por otro lado, muchas ONG que se están moviendo mucho y muy bien y demuestran su interés por construir una mirada integral de salud mental basada en los derechos humanos. La ley de Salud Mental fue muy discutida y contaba con muchos elementos positivos, pero no fue acompañada por una implementación acorde. Son distintos componentes de un proceso que avanza, pero necesitamos que avance mejor y más rápido. Para ello, la intervención de los Estados es irreemplazable.