Desde el comienzo de esta década casi todos los años viajo a Brasil. Voy a universidades, comparto un tiempo de dicha con los generosos profesores que incluyen mis ficciones en sus cursos y con los estudiantes que las eligen como tema de sus investigaciones y posgrados. El inmenso país vecino se ha vuelto un espacio recurrente y hospitalario, donde me siento valorada y querida. Donde siempre me suceden las felicidades de la amistad.

Pero también ocurren ciertas perturbadoras epifanías. Como la que se narra en esta historia, basada en una anécdota real. Hace poco más de dos años, durante un congreso, tres brasileños y una argentina quisimos tomar café después de una cena de grato reencuentro. Lo que parecía algo natural y de ejecución muy simple, se convirtió en una absurda odisea nocturna, que nos llevó a dar vueltas interminables hasta desembocar en el mall de la ciudad pocos minutos antes de que lo cerraran. La escena posterior de la droguería que se describe en el relato no ocurrió, aunque a esas alturas hubiese resultado muy verosímil. Como una frustración deliberadamente repetitiva, por algún problema en la cocina del hotel, nos negaron también el café del desayuno a la mañana siguiente.

Por la tarde nos propusimos el desquite. Y terminamos tomando batidos de leche con tiramisú en una confitería llamada Blumenau. No era lo que queríamos, pero estaban muy buenos. En el cuento los sirven con una yapa un poco cara: la promesa de unas “Revelaciones Inesperadas” (o indeseadas), administradas por una tan ridícula como veraz hechicera. Vivir, sentencia ella, es un arte extraño que incluye entre sus aprendizajes fundamentales el de la pérdida, y entre sus gozos posibles, el de encontrarnos con una compensación que no buscábamos.  

Escribí el cuento al volver, perturbada por ese café huidizo que nos fastidió, nos hizo reír, y me llevó, finalmente, a la melancolía reflexiva y un tanto profética, en diversos sentidos: “Donde siempre hubo, no hay más. Donde todo era familiar, el mundo se vuelve extraño. Lo que se quiere, no se tiene. Lo que se sueña, no se puede. Lo que se va, no retorna. Lo que nos ganamos, no nos lo quieren dar. Lo más lógico, ahora es absurdo. Y eso no cambia”, dice la bruja de Blumenau. A veces, en efecto, ya no se encuentra café en Brasil, ni mate en Buenos Aires.