Ubisoft abrió su cronograma de lanzamientos de 2019 con Far Cry: New Dawn, un videojuego que pretende actuar como una secuela desconectada de su edición anterior. Reivindicándose desde el Watch Dogs 2 (2016), la desarrolladora tiene ahora el desafío de consolidar la confianza de un público al que dejó perplejo con la calidad gráfica de Far Cry 5 y Assassin’s Creed Odyssey. El jugador vuelve a adentrarse en Hope County y se encuentra –aunque no desee spoilearse la precuela– un condado de Montana superviviente de una crisis nuclear que sus habitantes llaman “El Colapso”. Después de 17 años, resurgen pequeños asentamientos que ni bien florecen terminan por ser defenestrados por los cc.

En un mundillo estilo Mad Max, pero que cambia el color óxido por lo fosforescente a la Fortnite, el personaje principal tiene que rescatar especialistas para mejorar sus asentamientos y defenderlos de los saqueos. Mientras tanto, rumores de la presencia de un grupo de fanáticos religiosos liderado por Joseph (el último boss del Far Cry 5) empiezan a correr entre los NPCs a medida que se avanza en la historia.

No hay muchas diferencias de jugabilidad con la entrega interior: Ubisoft comprobó que sus controles eran bastante cómodos e intuitivos y se mantuvo en la misma línea. Y esta escasa imaginación al crear un nuevo capítulo en la saga de Hope County provoca la sensación de que el Far Cry: New Dawn es sólo un DLC extendido del último juego. Sin un contexto tutorial para aquellos que comienzan a jugarlo, con guiños directos a la historia anterior y un principio que sólo entreteje la trama básica del personaje principal/héroe, New Dawn no genera novedad para aquellos que retoman el control de la saga Far Cry.

En un mundo donde explícitamente explican que no hay nafta, aunque haya rebeldes motorizados por todas partes, el contexto post apocalíptico se siente magreado. El principio constructivo del juego es ir saqueando lugares para mejorar diferentes bases –algo en lo que cualquier jugador de las últimas entregas de la saga Fallout (de Bethesda) está diplomado–, buscar partes señaladas en un mapa preexistente, completar las misiones que devienen del avance de la historia y rescatar personajes para conformar el equipo del jugador.

Según la propuesta del New Dawn, una crisis apocalíptica sólo deja a la región de un color rosa fosforescente, con gente que renace de búnkeres y un hábitat natural que sólo en 17 años se recupera para conquistar espacios que antes ocupaban los humanos. Con cada mejora de asentamiento se destraban nuevas modalidades de juego –como ir a buscar loots que caen del cielo, de un modo similar a estos sucesos en títulos de género battle royale– pero también aumenta el nivel de saña que los enemigos de esta edición demuestran hacia el personaje principal.

Far Cry: New Dawn peca de poco original, y en consecuencia hay un detalle que no debería haber dejado de lado: el refinamiento gráfico. Al tener un argumento que se apoya en la edición anterior y una estética no demasiado conflictiva, sorprende ver modelos de personajes desarreglados cuyas texturas están en baja definición, así como los mismos bugs que fueron viralizados el año pasado en internet y un nivel de inteligencia artificial que pareciera haber involucionado comparado con el 5. Resulta entonces esperable que el usuario tenga que hacer un poco de lugar para grandes parches aplicados al apartado gráfico, ya que da la impresión que debido a su aún reciente lanzamiento (este 15 de febrero) hay aspectos que no se terminaron de consolidar.

Esta edición arranca con la idea de saquear búnkeres olvidados, y esa cualidad será admirada por los amantes del completacionismo y el coleccionismo. A pesar de la aparición de nubes tóxicas inconsistentes que no permiten al jugador moverse al principio por todas las zonas del mapa, New Dawn no frustra pero tampoco muestra un desafío para aquellos que quieran jugar un shooter estético y casual.