La policía detuvo hoy a los fotógrafos Bernardino Ávila y Juan Pablo Barrientos de Página 12 y Revista Cítrica, respectivamente, mientras estaban cubriendo la protesta de los trabajadores de la imprenta Madygraf que consistía en el reparto de cuadernos gratis para denunciar la crisis del sector y las irregularidades en las contrataciones del Ministerio de Educación.
Ambos también habían cubierto el ‘Verdurazo’ en el que los trabajadores rurales organizados en la UTT (Unión de Trabajadores de la Tierra) vendían verdura a precio justo como modo de protesta. Ese día Bernardino Ávila tomó la fotografía de la señora recogiendo berenjenas del piso que se viralizó y generó una cadena de emociones y reacciones sociales por la fortaleza intrínseca de la imagen. Juan Pablo Barrientos captó por su parte el momento en que un policía rocía de gas pimienta a uno de los trabajadores mientras cargaba un cajón de lechuga.
Tres días después un policía aparece en la calle señalando a ambos fotógrafos, que son a partir de ese momento golpeados, esposados y detenidos.
¿Quién le teme a lxs fotógrafxs? ¿Quién le teme a las fotografías? ¿Quién no quiere que se vean las imágenes que se producen en el espacio público? Marchas, actos, intervenciones artísticas, huelgas de hambre, acampes sirven para que los diferentes actores sociales expongan sus opiniones, propuestas y/o exigencias. Las protestas en sí mismas son el modo en que distintos grupos luchan por hacer visibles sus demandas, sus formas de pensar, ver y sentir. Los y las fotógrafxs son un eslabón clave de ese proceso de visibilidad social. Lo que sucede en la calle llega a la opinión pública masiva a través de sus imágenes. Y esas fotografías pueden ayudar a generar aprobación o rechazo, pueden influir en el éxito o fracaso de las mismas.
La foto de la señora mayor recogiendo berenjenas tocó fibras profundas del sentir social. Es una imagen que ayuda a vencer al odio, genera emoción y empatía. El poder político y policial lo saben. Por eso cambió en el último tiempo el accionar policial. Ya no basta con enviar un ejército de trolls para hacer creer que una foto es falsa o trucada. Ahora quieren directamente impedir la propia producción de imágenes o peor aún, acusar a los fotógrafos de violentos.
No cabe duda que la profesión del reportero gráfico en Argentina hoy vuelve a ser una profesión de riesgo. Ellos tienen que estar donde suceden los hechos. Por la propia definición de su trabajo necesitan poner el cuerpo, acercarse, involucrarse. A su vez tienen que transformar esa experiencia vivida en un recorte, en una composición, en una síntesis.
La historia argentina demuestra que innumerables veces no solo cumplieron su rol profesional sino que muchas veces sus fotos permitieron visibilizar lo que intentaba mantenerse oculto. Durante la última dictadura militar innumerables veces fueron golpeados, detenidos, heridos con balas de goma. Les rompieron o robaron las cámaras, les velaron los rollos. Durante la temprana post-dictadura algunas de sus fotos fueron clave para denunciar la impunidad con la que presionaba el sistema represivo aún latente. La de Enrique Rosito, por ejemplo, del 21 de agosto de 1984, donde podía verse al ex general Luciano Benjamín Menéndez con un cuchillo en la mano, abalanzándose sobre unos manifestantes o la de Rafael Calviño el 30 de diciembre de 1987, en la que un carapintada le apunta con su arma al fotógrafo.
En Argentina sufrimos el asesinato de un fotógrafo, José Luis Cabezas, porque sus fotografías molestaron a un personaje vinculado al poder. Más cerca en el tiempo, la acción de decenas de reporteros gráficos durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 permitieron ver la crueldad de la represión policial que terminó con un saldo de 38 muertos en todo el país. Y gracias a las fotos de Sergio Kowalewski, José Mateos, Ricardo Abad y Mariano Espinosa se pudo comprobar cómo la policía asesinó a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán el 26 de junio de 2002.
Todos estos casos y muchos más son el antecedente sobre el que se monta hoy tanto la detención de los fotógrafos por parte de la policía como la rápida reacción social de repudio a estas detenciones.
A lo largo de la historia argentina el trabajo de lxs fotógrafxs permitió denunciar intentos de impunidad, expandir los límites de lo visible, esquivar prohibiciones, visibilizar la represión y mostrar lo que, desde el poder, se trataba de mantener oculto. Ante cada limitación e imposición fueron encontrando resquicios, la forma de sortearlos o contrarrestarlos. Muchas veces incluso esas limitaciones fueron el punto inicial para que surgieran nuevas formas de creatividad e iniciativas colectivas. Esto les permitió mantener una alta credibilidad social en una sociedad donde ese valor fue puesto en duda en referencia a múltiples actores sociales. Hoy están enfrentando además despidos masivos y pérdida de puestos laborales. La policía de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el gobierno de Macri podrán intentar cercenar la labor del fotoperiodismo pero ya sabemos. Es imposible tapar el sol con las manos.