Ocupar las calles, las plazas, hacer de los adoquines y el asfalto suelo fértil en donde desplegar nuestras rebeldías, nuestro derecho al ocio, al placer, a pasarla bien. A transpirar y expulsar toxinas, saludar al sol, bailar un rato. Y también un lugar de trabajo para quienes por diversas razones eligen esta metodología para entrenar y dar clases.

Deporte y espacio público aparecen en este cóctel de ocupación callejera como un dispositivo que requiere la aplicación de tácticas colectivas e individuales para que circulen los cuerpos en una ciudad que entre “rejas” y “no pisar el césped” disciplina nuestras formas de tomar el espacio público. “Yo no sé cuántos de mis colegas piensan o no un sentido político en cuanto al uso del espacio público. Muchas veces es simplemente por una cuestión de costos, el espacio público es ‘gratis’, cuenta Shiksa, que da clases de entrenamiento personal en la Ciudad de Buenos Aires. “Hacer uso del espacio público es también hacer valer nuestros derechos. Si no ocupamos los espacios públicos y los hacemos nuestros, ¿a qué público quedan destinados esos espacios entonces?”.

El gobierno de la ciudad marca la cancha con guardianes de plazas y parques que pertenecen al Sistema Integral de Seguridad Pública (SISP): ejércitos que velan por el disfrute y el ocio de lxs vecinxs en comunicación constante con las fuerzas de seguridad por cualquier incidente o denuncia: geolocalizadores, equipos high tech y botones por todos lados. Sin embargo, la tecnología no pareciera ser tan necesaria cuando se trata de “cuidar los espacios verdes”. Nathalia Amaya dejó Bogotá, vino a vivir a Buenos Aires y es instructora de entrenamientos personales en plazas. Uno de los lugares en donde trabaja es en el Rosedal, allí muchas veces cuelga elementos con los cuales ejercitar: “Vinieron y me dijeron que para eso tenía que pedir un permiso especial. Y obviamente que para eso te hacen pagar”. También en otra plaza, en el barrio de Villa Ortúzar, a la mañana temprano, se le acercó una “guardiana” a decirle que con los objetos estaba obstruyendo el paso. “Era temprano a la mañana y no había nadie en la plaza”. Pero el ejército de guardianes de la bahía verde no es el único obstáculo que hay que sortear. La presencia de cuerpos no hegemónicos se ven, desde la fantasía de la pancita marcada y el outfit fluor, como una incomodidad dentro del paisaje. Luca es entrenador en “Queer Fit”: “Siempre decimos que el fitness que hacemos no es hegemónico porque en los demás grupos de entrenamiento son de corporalidades hegemónicas donde se escuchan comentarios gordofóbicos, capacitistas, actitudes muy patriarcales y binarias. Y nosotres estamos en una esquinita jugando y reencontrándonos con les cuerpes”, afirma. Hacerse del espacio con otres, enfrentando miradas discplinadoras y risas burlonas, “una vez otros chabones se pusieron a joder a unes alumnes no binaries y les sacaron la pelota. Me dio bronca porque hasta que no les hable fuerte no les dejaron de joder”.

Nathalia relata hechos de violencia e intimidaciones xenófobas, vecinos que creen poder decidir a quiénes le pertenece tal o cual plaza: un hombre se le acercó para decirle que no podía ocupar “todo ese espacio” y cuando ella le respondió que ya se estaban corriendo, él siguió hablando a las alumnas (rubias y blancas) diciéndoles que eso estaba mal y que “lo que pasa es que ella no entiende porque no es de este país”.

Se trata del cuerpo en el espacio, una huella que modifica el paisaje y lo hace más o menos seguro, más o menos incómodo, más o menos bello. La libertad del aire libre es lo que se pone en juego a la hora de preguntarnos –como hacía Shiksa– para qué público es el espacio público. Además de ser “gratis”, una plaza o un parque entran en el terreno de la visibilización, activan un engranaje que puede poner en cuestión el discurso validado socialmente que sostiene que características físicas hay que tener para hacer deporte. Pero para eso, hay que crear rutinas y ejercitar músculos agarrotados: habitar la noche en los parques no es lo mismo para el varón cis corredor de maratones de Chacarita como para el grupo de futbolistas trans de Barracas; no es lo mismo hacer la pretemporada veraniega de fútbol masculino en los bosques de Palermo que el grupito de gordxs que salen a correr por la plazas de Boedo sin que eso signifique que están a dieta. Determinadas corporalidades requieren doblegar esfuerzos a la hora de ocupar el espacio público, las estrategias pueden basarse en el cuidado colectivo, la creación de alianzas con otras personas que trabajan en el espacio público y sin dudas la certeza que si hay aire libre entramos todes.