“Crochet al servicio de primores bien, bien macabros”, sería una posible –y ajustada– descripción del laburo de la ilustradora y, cómo no, tejedora Caitlin McCormack: artista con base operativa en Filadelfia, Estados Unidos, que gusta usar cadena simple, medio punto, vareta y picot con lúgubre finalidad. Teje y teje huesitos para luego montar finas estructuras óseas que recuerdan a esqueletos de aves, primates, murciélagos de dos cabezas, diablillos, serpientes, alguna que otra parte humana. En el delicado gabinete de curiosidades de la chica McCormack, hay de todo como en botica; obras escultóricas construidas con técnicas del crochet y elementos descartados del mundillo del hilo, amén de retratar cráneos y huesos dimensionales, espinas ligeramente táctiles, que –según voces calificadas– flirtean con la abstracción. “Estas piezas recuerdan a las esculturas de Annete Messager de pájaros muertos con suéteres de punto, y a las suaves y amorosas fotografías de taxidermia de Ann Hamilton”, propone el Huffington Post, a la par que entiende el trabajo de Caitlin como abordaje a temas gordos como vida, muerte, memoria. Los decadentes restos fósiles, finalmente, no se pretenden réplicas fidedignas… “Paso mucho tiempo observando estructuras esqueléticas en libros y en museos. Parto de esas fuentes de referencia, sí, pero luego bocetode memoria, apartándome de la autenticidad ósea de la criatura. Es entonces cuando mis propios sesgos visuales y las inconsistencias de mi memoria se apoderan de la obra”, explica la propia artista, que dice encontrar especial inspiración en “el modo en que nuestros recuerdos cambian con el tiempo, y la manera en que las cosas se desmoronan inevitablemente y se reconstituyen a sí mismas de otras formas, a veces imprevisibles”. Distorsión, cambio, pérdida, revisión cruzan los tejidos de McCormack, que admite usar mucho, ¡mucho! pegamento para aunar las partes y lograr la rigidez deseada. Por lo demás, sobre el puntapié inicial que la volcó a tan peculiar artesanía casi una década atrás, cuenta que fue a modo de homenaje: para rendir loas a la destacable habilidad de sus abuelos fallecidos. La abuela, un talento en crochet; el abuelo, ducho tallador de aves en madera. Y la nieta Caitlin, hacedora de piezas de un encanto imposible que ofician de síntesis de sendos oficios, y, claro, de recordatorio: vulnerable el cuerpo, también la memoria.
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