Seguramente porque soy hijo único, siempre me han llamado la atención los hermanos. Pero ni bien lo digo me suena falso. Demasiado evidente, grosero, seguramente erróneo. Quién sabe si es tan así. Tal vez los otros –los que tienen la dicha o la fatalidad– de tenerlos, también hayan estado alertas hacia ese particular tipo de relación. A fin de cuentas, me he cruzado por igual con gente que al enterarse de que era hijo único me compadecía y confortaba, como también, con ironía o airadamente, me decía lo afortunado que era. Pero a esta altura, lo mismo da. Sin embargo, al encontrar y quedarme mirando anoche Farinelli, il castrato, donde la relación entre los hermanos es ominosa y crucial, me han venido a la memoria una serie de hermanos, más precisamente pares de hermanos, parejas de hermanos, que por algún motivo mi memoria ha retenido a pesar del tiempo.

 

En verdad los dos primeros no necesito recordarlos, están ahí, viven enfrente de donde vivo. Contemplo sus ceremonias todos los días. Son dos hermanos que atienden una tiendita juntos. Tanto por su rubro como por su aspecto, es un negocio anacrónico y, tal vez por eso, con mucho movimiento, sumamente útil. ¿Mercería, retacería, sedería? En la tiendita se podía conseguir desde sábanas a pañuelos o bufandas, desde un paraguas a toallas, gorros y cortinas de baño, pero también hilos, cierres, botones y ciertas prendas de entrecasa o incluso íntimas: medias, pijamas, calzoncillos. Como un pequeño bazar de todos los rubros textiles. La tiendita es atendida por esos dos hermanos de los que nunca pude retener el nombre. Son casi de la misma edad, aunque claramente, uno es el mayor y el otro el menor; lo que es otra forma de presentar sus diferencias. En verdad, resulta muy difícil, en base a la apariencia, al aspecto de los dos, saber cuál es el mayor o el menor. Es más, ninguno parece llevarle al otro más de un año o dos. No son gemelos y todo me dice que no deben ser mellizos tampoco (en un barrio como este, se hubiera sabido, quizá hasta la tiendita se llamaría de ese modo). Sin embargo, así como es tan difícil adjudicar por apariencia el mayorazgo, es muy simple adjudicarlo por carácter, por el estilo de cada uno frente al otro. En ese sentido, el mayor era el más alto o, de otro modo, el que era un poco más delgado. El mayor era el que parecía importarle un poco más el negocio, y solía pasar más tiempo adentro, no sólo atendiendo sino acomodando y reacomodando toda la mercadería. El menor, en cambio, pasa gran tiempo en la vereda, sentado sobre el escalón de mármol gastado que da a la vidriera. Siempre parece estar desganado y de mal humor. En cambio, el mayor, es muy atento y vital. Suelo comprar en la tiendita los gorros de lana negros para el invierno que pierdo a su vez todos los inviernos. Siempre les hago el chiste de que nunca dejen de traerlos y ellos me responden que “las prendas básicas” se venden siempre. Se sabe que la tiendita la manejan los dos hermanos, pero que antes perteneció a sus padres. El hombre está muerto, pero la madre todavía vive, y a veces viene a hacerles compañía detrás del mostrador. Parece una señora incómoda y odiosa. Vive detrás del negocio, aunque a su casa se ingrese por un portón que está al costado. El hijo menor todavía vive con ella.

 

  Como si fuera un decorado, justo en la esquina hay una librería comercial que también está atendida por dos hermanos. Pero en este caso, se trata de dos hermanas. Tampoco recuerdo sus nombres. En cambio las identifico, una vez más, por sus rasgos dominantes que además, en este caso, son sus principales y opuestas diferencias. La hermana mayor tiene al menos diez si no quince años más. La menor es muy obesa. Estas dos diferencias parecieran suficientes para crear el drama, para componer sus personajes. La mayor siempre está arreglada y busca lucir atractiva. También busca quitarse algo de edad. La menor, en cambio, se viste de entrecasa (aunque su trabajo sea atender el negocio, es decir, aunque su trabajo sea atender al público) y, por el contrario, siempre está desarreglada. La mayor suele estar de buen humor y ser bastante despistada. La menor, intratable y obsesiva. Ahora que lo escribo, resulta pesado y absurdo el incesante juego de contrastes al que parecen dedicarse cada día. ¿Lo será así para ellas? Hay algo más a destacar: la mayor estaba casada y tenía dos hijos, mientras que la menor estaba soltera. Durante muchos años todo ocurrió de esta forma. Hasta que primero entró en escena un hombre, un novio para la hermana menor. Y tiempo después, una hija. La hermana menor y obesa pareció, sin mejorar su carácter, adquirir mayor vitalidad; se volvió enérgica, convencida. Nunca bajó de peso. Por lo general, la hermana menor trata con dureza a la mayor, lo hizo de esa manera antes de armar su familia y lo hizo después de hacerlo, pero la hermana mayor nunca se ofende ni se enoja, apenas si la oye, su espejo parece invulnerable, su lejana belleza y sensualidad –y acaso su suerte, el notable favoritismo de los astros frente a su hermana– es definitiva.

 

  Hay un dúo de hermanos legendario. Son los Carpenters. Karen y Richard Carpenter. Los Carpenters tuvieron un éxito notable durante la década del setenta, una década que de algún modo musicalizan. La monótona y dulce, la afinada y ligada voz de Karen interpreta baladas y optimismos sintonizando a la perfección con el abyecto gusto de su público: la conservadora clase media blanca americana de esos años. Tal vez por eso la foto de Wikipedia los muestre con el presidente Nixon. La originalidad del grupo no era que estuviera compuesto por dos hermanos, hay tantos grupos así, ni que la cantante fuera una mujer, si no que Karen fuera además la baterista. El hermano era el orquestador y pianista y ella la cantante y baterista. Pero sobre todo Karen tenía, hasta lo reconoció John Lennon, una voz espléndida. Los Carpenters fueron tan populares y exitosos a comienzos de los setenta como trágica y hasta cruel fue su caída durante la segunda mitad de esa década. La razón parece un poco vulgar y cursi, como su música, todo se debió a cómo lidiaron con el éxito –entendido como fama y dinero–. El éxito y algunas de sus condiciones. O mejor dicho, cómo lidiaron con el hecho de no poder sostener el mismo nivel de popularidad comercial que habían alcanzado. Richard empezó a tomar pastillas para dormir que le destrozaron los nervios y las manos, hasta dejar de tocar. Y Karen, desde que algún productor “creativo” consideró que debía mostrarse “entera” al público, abandonó la batería, y así profundizó sus problemas de anorexia –lo que le trajo complicaciones cardíacas– hasta morir a los 32 años, a comienzos de 1983. Además Karen debió sobrellevar los celos de su hermano quien se pensaba destinado a la gloria musical y en cambio, a medida que el grupo fue haciéndose más conocido permanecía en segundo plano, eclipsado por la maravillosa voz de su hermana. Resentido, Richard se transformó en villano, impidió que Karen sacara un disco solista muy bueno, grabado con Phil Ramone, que recién se conocería en 1996. Los villanos quieren ser inmortales, así que todo continuó con la muerte de Karen; se ocupó de controlar, maquillar y hacer rentable su muerte con series y películas donde hasta incluso participó del guión. Los hermanos sean unidos, esa es la ley primera. Karen no pensaba dedicarse a la música, pero adoraba a su hermano.

 

  Volviendo al barrio. Increíblemente, a media cuadra de la librería de las hermanas, frente a la tiendita pero un poco en diagonal, hay un supermercado chino que también tiene por dueños o encargados a dos hermanos. Esta vez no se trata de que no pueda retener los nombres. Nunca los supe. Los hermanos son jóvenes. Ninguno debe tener más de treinta años. Ocupan puestos diferentes en la dinámica del supermercado; mientras el menor suele estar en la caja, el mayor es el que atiende a los proveedores y está más en la calle, probablemente buscando precios, mejorando costos, o coordinando con mayoristas y otros miembros de su comunidad, que manejan las cadenas de supermercados. O tal vez simplemente trabaje menos; esté más en su casa o en cualquier lado, pero ociosamente. El hermano menor es muy simpático, incluso divertido. A todos los clientes le hace algún chiste, o son los clientes los que lo cargan y él se deja cargar sin problemas. Cuando alguna vez he ido temprano en la mañana, tiene su cara muy hinchada y los párpados especialmente, lo que hace que pareciera atender dormido. Debe acostarse tarde. Es realmente joven. Una novia, o varias, o amigos, o tal vez se la pase jugando con una consola hasta perder la noción del tiempo. Su hermano mayor en cambio está casado, tiene un hijo chiquito, y aunque no es antipático, parece mucho más serio. No sé si alguna vez los vi dirigirse la palabra, ahora se me ocurre que no, que nunca vi que se hablaran. Y sin embargo, no puedo deducir de eso un enfrentamiento, una enemistad o malestar. Es algo más raro y sincero. Como si cada uno tocara sin mirarse un instrumento distinto dentro de la misma orquesta. ¿Y si en verdad no fueran hermanos? Lógicamente es probable, sensiblemente imposible. Desde la primera vez que entré al negocio, nunca tuve ninguna duda de que fueran hermanos.

 

Hay casos de dúos de hermanos muy fuertes. De entre ellos, tal vez el más conocido sea el de Vincent y Theo Van Gogh. De hecho, el gran pintor y su hermano están enterrados juntos en el cementerio de Auvers–sur–Oise, en las afueras de París. Una tumba al lado de la otra. Dos tumbas idénticas, por cierto; lo único que cambia es el nombre y las fechas. Y tampoco tanto, Van Gogh nace en 1853 y muere en 1890. Theo, el menor, nace en 1857 y muere algunos meses después que su hermano, en 1891.

Van Gogh le escribió más de seiscientas cartas a su hermano. En ellas está casi todo el lenguaje que no esté en sus dibujos y pinturas. “Los otros pintores, instintivamente, se mantienen a distancia de las discusiones sobre el comercio actual”, escribió en la última, después de agradecerle por los cincuenta francos enviados; una carta inconclusa, que una parte suya pensaría terminar de escribir y despachar en esos días, aunque la otra decidiera interrumpir todo cuando se disparara en el pecho. “Vos sos otra cosa que un simple marchand de Corot”, también le dice; efectivamente, Theo, era mucho más, sobre todo para él, Theo lo había sostenido económicamente durante los últimos quince años, cuando los hermanos habían hecho el enroque clave: Vincent había dejado su trabajo en la firma de arte Goupil. “El comercio del arte es una farsa”, había sido su sentencia final, y entonces Theo había debido tomar su lugar como marchand. Van Gogh apenas llegó a vender una sola pintura suya durante su vida. Theo sin embargo compró y vendió numerosísimas obras de Monet y otros impresionistas. Pero a pesar del amor y la admiración que sentía por su hermano, su ética no permitía que las obras de Vincent se mezclaran con los negocios. Pienso lo solo que se habrá sentido Theo cuando murió su hermano y pienso en otros casos similares, la hermana de Robert Walser, Stanislaus, el hermano de Joyce. Hermanos que parecen impensables el uno sin el otro, que no podrían haber sobrevivido –y que no sobrevivieron– si el otro no estaba ahí para mirarlos, escucharlos y decirles algo.

 

Termino este relato y la cabeza insiste en reproducir “We’ve only just begun”. Una canción tan inocente, tan virgen, verdaderamente propia de un comienzo. Pensaba escribir también sobre Farinelli, el prodigioso castrati y su hermano Riccardo, pero ahora pienso que la saga de hermanos es infinita, y que si escribiera sobre ellos, enseguida aparecería otro par que dejaría afuera. “Recién empezamos a vivir / lazos blancos y promesas”, traduzco, canta la voz madura de Karen con sus veinte años, sentada sobre un alto de la escenografía de TV, mientras Richard está a su lado y va respondiendo, acompañándola, haciendo las armonías y coros. De todos ellos, me quedo con los hermanos del supermercado chino, que parecen no dirigirse la palabra en todo el día, no estorbarse ni inmiscuirse, es más, parecen ignorarse y olvidarse el uno del otro, y sin embargo, yo sospecho que se entienden y se quieren mejor que todos.