Da la impresión de que Joaô Dumans y Affonso Uchoa, correalizadores y coguionistas de Arábia (en portugués se escribe con acento) se propusieron primero hacer un relevamiento documental sobre el estado del trabajo manual en el interior brasileño. Que después se decidieron por la ficción, con un protagonista que funcionara como cifra del conjunto de la clase trabajadora. Y que finalmente a eso le sumaron una voz narradora, reflexiva y progresivamente nostálgica. La trayectoria de los realizadores Joâo Dumans y Affonso Uchoa, nativos del estado de Ouro Preto, se presenta hasta el momento entrelazada. Dumans escribió el guion del único largo previo de Uchoa, La vecindad del tigre (2016), y ahora codirigen por primera vez. Tras presentarse en competencia en Rotterdam, Arábia anduvo por todos lados, del Bafici a San Sebastián, pasando por IndieLisboa. Es una película frágil, solitaria y singular, que merece verse.
Cuando se asoma a la ventana, André, un muchacho de unos 15 años, ve el humo de una fábrica de aluminio. Uno diría que esos mundos, el del muchacho de clase media y el del edificio amurallado como una cárcel, no tienen por qué tocarse, podrían permanecer ajenos toda una vida. Y sin embargo lo harán, cuando André encuentre el cuaderno de un obrero llamado Cristiano, y se interese en leerlo. Cristiano lo escribió como parte de un ejercicio encargado por los directores del grupo de teatro que funciona en la fábrica, y el momento en que André empiece a leerlo representará un quiebre. Un quiebre en el relato, que hasta ese momento había tenido por protagonista a André (con una indicación indudable al respecto, que es su protagonismo absoluto en la escena de créditos). A partir de ese momento el protagonismo girará hacia Cristiano. Que sea el adolescente el que lee sus memorias podría hacer pensar en una posible fusión de la voz narradora, pero ésta es indiscutiblemente la del obrero, en el sentido más literal del término “voz” (en off).
Cristiano narra –como si se tratara de una road movie, con la ruta como eje– sus peregrinaciones en busca de trabajo. Su relato tiene algo de crónica, cuando cuenta los detalles de cada trabajo, y algo de melancolía, a medida que va entendiendo que no son buenos tiempos para la clase trabajadora. Cristiano cosecha mandarinas, no le pagan durante tres meses, reclama y le dicen que no hay plata. Participa luego de la construcción de una ruta. Hace unas reformas en “el puterío de Doña Olga”, trabaja más tarde en un empleo de cargas, luego en una hilandería y finalmente en la fábrica de aluminio de Ouro Preto, invitado por su mejor amigo. Allí terminará de constatar que no hay seguridad ni garantías para nadie, y allí el relato hace un rulo final, con Cristiano trabando conocimiento de André, “un muchacho al que parece no gustarle el barrio”.
En realidad, más importante que todo eso es su conocimiento de Ana, una chica que trabaja en la hilandería, y que le gusta mucho de entrada. Como todo vagabundo, Cristiano es un solitario. Esa oportunidad de enamorarse parece única, pero la fortuna no acompañará, dejando para la melancolía una bella primera salida. El relato se hace progresivamente amargo, un poco por las injusticias laborales, otro poco por circunstancias personales. Su mejor amigo, Cascâo, describe un mundo contemporáneo en el que todo se ha vuelto más insensible. Un viejo héroe sindical campesino, cuyo camino se cruza en un punto llamativamente con el de Lula, vive solo, olvidado y bajo el peso de falsos estigmas. Influida seguramente por el ambiente campestre, Arábia (¿por qué Arábia?) avanza con ritmo pausado y se permite de a ratos algunas rupturas de tono, como la graciosa escena en que Cristiano y un empleador juegan a enumerar, casi al infinito, “buenas” y “malas” cargas para subir al camión. Si los tres cuartos de película que tienen a Cristiano por protagonista se presentan focalizados y concentrados, no ocurre lo mismo con el primer cuarto, protagonizado por André, su hermano menor y su tía, ninguno de los cuales llega a adquirir una entidad dramática. La banda de sonido, muy esmerada, incluye un tema del primer disco de Maria Bethánia (1965) y uno del songwriter Jackson C. Frank, autor de un único y venerado disco.