Desde que en 2008 protagonizó Búsqueda implacable, el nombre de Liam Neeson se convirtió en sinónimo del héroe de acción entrado en años. Y un poco más también: al momento del estreno de Venganza, del noruego Hans Petter Moland, el actor irlandés que se hizo mundialmente famoso con La lista de Schindler (1993), opus magnum de la filmografía “seria” de Steven Spielberg, está cerca de cumplir 67 años, extendiendo su rango heroico hasta la tercera edad (o casi). Desde entonces y contando los dos mencionados, son diez los títulos cuyos argumentos pueden resumirse en una sola frase: “Liam Neeson ahora pelea solo contra todos para...” La línea de puntos debe completarse con diferentes opciones: a) salvar a una hija/hijo de diferentes mafias; b) recuperar su memoria y averiguar quién lo quiere matar; c) resolver un crimen durante un viaje en avión/tren/otros; d) sobrevivir a una manada de lobos en la nieve; e) vengar el asesinato de un pariente muy cercano. A la última categoría pertenece Venganza. El muerto esta vez es un hijo y el objeto de su ira serán los miembros de un cartel narco dirigido por un dandy y psicótico, en alguna parte helada de Estados Unidos o Canadá.
En contra de lo que se podría suponer, estas diez películas funcionan lo suficientemente bien como para que los guionistas sigan produciendo material a su medida. Y en especial esta última, que le aporta un nuevo y bienvenido ingrediente a la repetida receta del cóctel Neeson: el humor. En Venganza hay muchos y muy diversos tipos de humor y a todos ellos Moland los maneja con un timing que cualquier director de comedias le envidiaría. De diálogos filosos a lo Tarantino hasta el absurdo, pasando por un humor naíf al que el contexto vuelve negrísimo, el director noruego se vale de todos los recursos y de una amplia paleta de personajes secundarios para aligerar la trama violenta y muscular, cuyo garante es, por supuesto, el propio Neeson. Pero aún cuando la risa es parte fundamental de su éxito, de ningún modo se trata (solo) de una comedia. Como tampoco es nada más que un drama, un policial o una película de acción. En la suma de los elementos que le dan forma a Venganza ninguno de los términos es más importante que el resultado final. El producto es una película de trama ajustadísima, donde todo encaja a la perfección.
Además es la primera vez que este personaje del vengador/justiciero empujado por circunstancias que le son ajenas, no ha sido escrito pensando en Neeson. Venganza es el remake de la película noruega Por orden de desaparición (Kraftidioten, 2014), protagonizada por el sueco Stellan Skarsgård y también dirigida por Moland, que tuvo un auspicioso paso por la Competencia Oficial de la 64° Berlinale y que en Argentina solo se proyectó en la edición 2015 del desaparecido Festival Pantalla Pinamar. Muchos de los aciertos de Venganza son herencia recibida de Por orden de desaparición, al punto de que por momentos parece fotocopiada. Lo cual no está mal teniendo en cuenta que en el original todo funcionaba de modo igualmente preciso.
Sin embargo hay algunos cambios, notorios más por el efecto que causan que por su incidencia en la trama. El caudal humorístico es uno de ellos, mucho más abundante y ajustado en esta nueva versión, generando que la película pierda casi por completo cierto tono oscuro que definía a la versión noruega. El otro cambio es el personaje del malo. No es que haya muchas diferencias en el perfil del narco obsesivo, sociópata y padre de familia interpretado acá por Tom Bateman y en la otra por Pål Sverre Hagen. Ambos resultan muy atractivos en términos dramáticos y funcionan como contraparte perfecta del héroe. La diferencia es que Hagen consigue ir unos pasos más allá que Bateman en la crueldad y falta de empatía que muestra su personaje, haciéndolo por un lado más intimidante pero también más divertido. Y ya se sabe lo importante que es el villano de una película: cuanto más malo, mejor; y en eso lleva ventaja la original.