Cuando te nombro, el mundo enloquece y conspira. Pájaros caen de cielo cargados de cadaverina y me clavan en las muñecas sus picos afilados para que pare de escribir, para que no siga nombrándote. Así es como porto estigmas de la locura del mundo. Cuando te nombro, todas las niñitas del vecindario son poseídas al unísono por las deidades oscuras de la lujuria y sin saber siquiera lo que dicen gritan "¡Puta!" ante mi puerta. Sus madres no las oyen pero sus vecinas sí. El piso se hunde cuando te nombro. El suelo me queda a la altura del pecho y de ahí para abajo mi cuerpo desciende al infierno. Más no baja; es como si lo frenara el corazón. Cuando te nombro, todo cae al fondo de la nada y el nombre del tiempo es angustia. Veo a tu padre enojado en una pesadilla, le hablo en inglés: "I appreciate you very much", le digo y no se calma, ni se parece a tu padre.

Cuando te nombro, los billetes desaparecen de mis manos sin haberlos perdido ni dado ni gastado, y dormida me choco en la mañana con redondas durezas invisibles. Cuando te nombro, las paredes empiezan a percutir: toc… toc... toc… toc, toc… toc, toc, toc. Es la misma secuencia de nueve a diez, de trece a catorce, de una a dos, cada día a partir de que te nombré. En código Morse, significa: "¿OÍS?". La vecina del fondo a la izquierda, la kiosquera enemiga, pasa frente a mi puerta gruñendo como un perro a las nueve, a las doce, a las tres, a las seis y a las nueve de nuevo. Cada tres horas pasa gruñendo, cuando te nombro. Cuando te nombro, todos los niños se vuelven locos como en la canción de Jim Morrison y la nena de enfrente grita cánticos de cancha con voz de muchacho. "Esa piba está endemoniada", asegura mi vecino de adelante, mi kiosquero amigo. Y yo sé que esto es así porque te nombré. Cuando te nombro, mis pesadillas se llenan de magos asesinos y en mi barrio los kiosqueros se hacen la guerra entre sí, odiándose hasta morir.

Cuando te nombro, todos los mares se tiñen de sangre rosada como champagne o luz de alborada en mis sueños y en los de mis amigos, los que saben que no te puedo nombrar. Pero te nombro y el día se da vuelta, la vida de la vigilia se vuelve irreal y lo único real es el sueño. Te nombro y enseguida la hermana de mi vecina de al lado sale a buscar un gallo blanco para desangrarlo a las doce de la noche en la luna de nieve. Te nombro y mis ancestros negros tiran de mis plantas para que crezcan más y me protejan de los efectos nefastos de haber pronunciado tu nombre. Pero las del segundo, las de enfrente, son poseídas al unísono por las deidades oscuras de la burla estridente de veintitrés a una mientras hacen tortas para la boda nefasta del hombre blanco y su novia umbanda, y desde arriba me miran y se ríen a carcajadas de cómo tomo mate y riego las plantas.

Escrito por mí, bajo mi firma, tu nombre abre las puertas del infierno y por ella salen aullando legiones de espíritus iracundos, burlones, vengativos, feroces y se apoderan de los hombres, las mujeres y los niños de este vecindario que es una aldea medieval en pleno siglo veintiuno y todos gritan frente a mi puerta, al unísono como zombis, o por turno como pájaros mecánicos de un reloj medidor de condenas. Tu nombre me abre las puertas del inframundo pero yo ignoro tal efecto o no me importa y te nombro igual, trayendo la peste. Cuando te nombro, mis vecinos tratan de lincharme y yo no entiendo qué les pasa. Mi primera impresión es que son presa de un delirio persecutorio, que son todos paranoicos; se los digo y se ofenden, no sólo ellos sino más aún los demonios que suben a ensañarse con sus hijos y cuya existencia he rebajado al rango de alucinación.

Cuando te nombro, una mujer sin casa me toca el timbre y una mulata desconocida me regala estampitas de todos los santos chorreadas con parafina de vela que parece semen. Cuando te nombro, un brujo africano sin rostro y con huesos en la cabeza motosa se me acerca a través de la pared como por un túnel. Es porque te he nombrado que me mira sin ojos. Cuando te nombro, los niños compran armas de plástico y profieren insultos.

Tu nombre viene lleno de pájaros muertos, tu nombre viene cortado por un espejo. Te nombro y mi nombre se borra del mundo. Te nombro y mis mejores amigos se lanzan al mar, o son abducidos por extraterrestres, o son captados por sectas, o se los llevan unos duendes a una selva norteña de donde no regresan nunca más. Te nombro y mi cámara se desmaterializa; mi teléfono se ahoga solito en un inodoro. Cuando te nombro, todas las computadoras se tildan y se corta la luz. Tu nombre desata una ola de calor, una ola de suicidios, una ola de denuncias por acoso, un tsunami de calamidades imponderable.

Cuando te nombro, los mártires dudan de su fe y les duele todo. ¿No serás yeta, vos?