En este 2019 que lleva poco más de 50 días, a los femicidios y los travesticidios los contamos de a uno: ya son 36 y sé, lo sabemos, que cuando estas palabras estén impresas habrá más. En febrero, el ritmo se aceleró: 20 femicidios y un travesticidio. Al menos una adolescente de 15 murió por un aborto clandestino, otras son ahora mismo expropiadas de su infancia: porque fueron violadas y quedaron embarazadas, porque aunque demandan su derecho a un aborto legal, hay quienes se toman el tiempo para pensar como si la decisión les perteneciera. Son niñas, no madres. Este es el piso sobre el que caminamos hacia el tercer Paro Internacional Feminista.
Las doñas en la calle recogiendo las verduras que la represión sobre trabajadores y trabajadoras de la tierra, la semana pasada, esparció en la calle. El miedo de cualquiera antes de abrir el sobre que trae la cuenta de luz. Las miles que todas las semanas pueblan la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema esperando hacer una denuncia aun sin saber cómo van a sobrevivir, porque no hay techo seguro, porque hay que ver cómo se mantienen en adelante. Sobre esta memoria cotidiana, nos organizamos para volver a llenar las calles el 8 de marzo.
A espaldas de las centrales obreras y la mayoría de los sindicatos que no se dejan interpelar -hasta ahora- por la huelga feminista, hoy volveremos a reunirnos, masivamente, en asamblea feminista para poner en común los cientos de motivos que tenemos para parar: la violencia sexual, la violencia machista a secas, la violencia extractivista sobre los territorios, la desprotección de un Estado que recorta presupuesto y desprotege a las victimizadas, la agresión contra migrantes, la represión y la condena contra los cuerpos desobedientes a la belleza hegemónica, la avanzada fundamentalista que hace bandera contra la “ideología de género” y pretende anular la Educación Sexual Integral, volver atrás con la autonomía de las personas trans y travestis, el hambre, el trabajo de reproducción de la vida que no es considerado siquiera trabajo, el abuso sobre el trabajo comunitario y los cuidados que entre nosotres nos proveemos y tampoco es reconocido como trabajo aunque doble los cuerpos y los explote. Nos mueve el deseo de parar, de hacer huelga y también de detener la crueldad y su pedagogía cotidiana que organiza jerarquías y pretende que unos cuerpos valen más que otros. Y etcétera, porque las razones son muchas y el deseo de una vida digna, de otras formas de vida que inventamos a pesar de todo es una cuestión de supervivencia. Los feminismos no piden cambios culturales, nuestras identidades son políticas, nuestros planes vitales son políticos, nuestro deseo de cambiarlo todo es profundamente político. No hay opción, luchar contra el patriarcado y todas las formas de explotación de las que se beneficia es hacer arrancarle dignidad a este tiempo de hambre, deuda y terror que nos imponen.
El movimiento feminista que venimos construyendo es transversal, conviven diversas fuerzas políticas, formas de organización y de resistencia. Esa es una de sus enormes potencias. La masividad que conseguimos, la forma en que jerarquizamos nuestras voces, los debates que no tienen vuelta atrás sobre los vínculos, sobre la sexualidad, sobre cada espacio de nuestras vidas, la forma de entender las relaciones de sexo género como una máquina de violencia y opresión; nada de eso tiene una sola pertenencia ni fue provocado por alguna fuerza en particular. Nos potenciamos entres todas, entre todes y esas fuerzas rebeldes se instalaron en todas las formas de organización. Sin embargo, el año electoral mete la cola también en la transversalidad de la organización feminista. En las asambleas pasadas, las tensiones que la necesidad de acumular votos contra el macrismo -pero también contra otras fuerzas que gobiernan algunos territorios- desde los diversos espacios partidarios impone, fueron explícitas. Las elecciones de octubre aparecen como un fin en sí mismo. Hay amenazas de ruptura de esa transversalidad que es poder. Esta es una alerta. El movimiento feminista, los feminismos que lo integran, tiene una agenda propia y sabemos que esa agenda tendrá que sostenerse ¿O acaso la violencia sexual va a terminarse según quién gane las elecciones? Cuando el colectivo de Actrices Argentinas puso en el cielo el grito de Mirá cómo nos ponemos, las denuncias atravesaron a todas las organizaciones políticas y sindicales, las universidades, los colegios y los lugares de trabajo. Esto sólo por poner un ejemplo. ¿Por qué no es posible pensar en la construcción de herramientas que nos permitan poner en juego los saberes que acumulamos por sobrevivientes, por que nos defendemos entres nosotres, porque nos cuidamos entre nosotres? ¿Cómo desarticulamos la imposición del trabajo doméstico y de cuidado como si no fuera trabajo? ¿Cómo fortalecemos la organización feminista, de mujeres, de lesbianas, travestis y trans que todos los días inventa formas de acompañamiento y de autodefensa? Nosotras y nosotres nos organizamos, queremos recursos para sostener esa organización porque es la que nos salva la vida cotidianamente. Y queremos autogestión de esos recursos que reconozcan el trabajo que ya hacemos.
La aparición de las feministas radicales –ver nota aparte– que ya habían anticipado posiciones públicas de exclusión de las travestis y trans, generó otro conflicto que regaló imágenes de riña al final de la asamblea feminista. Fue una torpeza habilitar esas voces porque la asamblea ya había hecho un acuerdo básico: nadie excluye a nadie. La propuesta de hacer un paro “pura y exclusivamente de mujeres” es justamente lo contrario. Impone la biología como segregación y esa posición es fascista: para la asambleas que convoca Ni Una Menos, todos los cuerpos cuentan, en todos los cuerpos nos narramos y nos sentimos narrades. ¿Por qué con el trasfondo de las disputas electorales que electrizan el ambiente aparece este conflicto que había sido desarticulado por consenso? La pregunta tiene que quedar repicando en todas, en todes. No hay lugar para la segregación y no podemos, en este tiempo histórico, mientras la represión a la protesta social arrecia, mientras contamos los femicidios y los travesticidios de a uno porque cada uno, como nunca antes, nos duele; mientras las deudas y el hambre nos asedian, poner en cuestión los acuerdos que ya tenemos. No se pueden tolerar estas posiciones ni tampoco la imposición de estas disputas que crecen en la medida que se ponen a disputar con un antagonista gigantesco: el movimiento feminista, transversal, interseccional que venimos construyendo. No podemos regalarles nuestra estatura.
Hoy tenemos la responsabilidad de construir el Paro Feminista que se está tramando a la vez en más de 50 países. Tenemos razones, tenemos fuerza, tenemos deseo y no damos más. Proteger la asamblea y proteger esa medida de fuerza que se re inventó con la potencia de la calle es a la vez proteger a cada una y cada une que toma el riesgo de abandonar las estructuras patriarcales que parecen indestructibles. Sin embargo, se resquebrajan y tiemblan cada vez que hacemos casa feminista, en la calle, en los barrios, en los acampes, en los territorios. Cada vez que nos ponemos el pañuelo verde. Cada vez que decimos Ni Una Menos como contraseña contra la violencia machista. Porque nos mueve el deseo de habitarla, es que hoy en la asamblea tenemos que hacer otra vez esa casa feminista que ya nos habita, que está en nuestra memoria, en nuestros cuerpos y que sin duda, ha transformado la época. El tiempo de la revolución es ahora, decía la dirigente travesti Lohana Berkins, y tenemos el privilegio de estar haciéndola con nuestras propias manos.