Fueron tres meses de rimbombante juicio, uno de los mayores por narcotráfico celebrados en Estados Unidos, para lo que –se presume– acabará en cadena perpetua para el infamemente célebre Joaquín Guzmán Loera, aka El Chapo, otrora todopoderoso líder del cartel de Sinaloa. Recién en junio se sabrá la sentencia definitiva del capo de la droga y dónde habrá de cumplirla, pero el asunto ya da para especulaciones, ya que el hombre tiene en su historial dos fugas exitosas de prisiones de alta seguridad mexicanas. De allí que la prensa norteamericana se entusiasma ante la posibilidad de que ubiquen al famoso prisionero en una fortaleza penal a prueba de escapes, conocida como “el Alcatraz de las montañas Rocosas”, al sur de Colorado Springs. ¿Por qué? Porque la lista de sus potenciales compinches es casi un desfile de supervillanos. Allí está Theodore Kaczynski, el Unabomber, terrorista neoludita que, desde los 70s hasta los 90s, envió cartas-bomba, asesinando a 3 personas, hiriendo a otras 23. Está Dzhokhar Tsarnaev, el atacante de la Maratón de Boston, que aguarda su pena de muerte en la mentada prisión por matar a tres personas y herir a más de 260 en su atentado con explosivos de 2013. Está Terry L. Nichols, recluso número 08157-031, cómplice del ataque en Oklahoma de 1995, que dañó un radio de 16 manzanas: uno de los más letales en suelo estadounidense, con una saldo de 168 fallecidos y 700 heridos. Está Zacarias Moussaoui, conspirador en los ataques del 11 de septiembre. Está Richard Reid, aka shoe-bomber, que intentó detonar un artefacto explosivo escondido en sus zapatillas en un vuelo de París a Miami en 2001, pero fue interceptado a tiempo por otros pasajeros. Está Ramzi Yousef, condenado a perpetua (más 240 años adicionales) por el atentado de 1993 en el World Trade Center, que dejó seis muertos... Es con ellos que El Chapo podrá sentarse a charlar de explosivos bueyes perdidos. Si es que coinciden, claro, en la única hora libre que cada uno de ellos tiene fuera de sus celdas de altísima seguridad.