María Zubieta tiene 46 años y hace 22 vive en la Villa 21-24. Desde hace 8 años es responsable del comedor Madre Teresa de Calcuta, ubicado en Loma Alegre, uno de los barrios que integran la 21-24, donde todos los días da de comer a 250 personas. Además, tienen una escuela primaria para adultos y distintos talleres de oficios. A fines de los 90, en la previa de lo que sería la crisis económica y social que estalló en 2001, María, su marido y sus cinco hijos perdieron todo lo que tenían y así fue como llegaron al barrio del que hoy, dice orgullosa, “no me saca nadie”.
–¿Cómo fue que se vino a vivir a la Villa 21-24?
–Con mi familia teníamos un negocio de máquinas. Mi marido arreglaba máquinas industriales y vendíamos hilos y materiales. Vivíamos bien. No nos sobraba nada pero tampoco nos faltaba. Pero por la situación económica nos tuvimos que venir a vivir acá. Al principio yo no quería saber nada y hoy tengo la suerte de poder decir que nadie me saca de acá.
–¿Les costó mucho adaptarse?
–Al principio la pasamos muy mal. Nos costó mucho habituarnos a esta nueva vida. Fue muy difícil, pero ante la necesidad empezamos a construirnos nuestra casilla. Después, por la falta de agua y de luz en el barrio, empezamos a reunirnos con las familias que vivían acá y así fue como me nombraron delegada de la manzana 4 y referente de Loma Alegre. Nosotros acá abrimos las calles, hicimos los pasillos, pusimos los caños, armamos el barrio a pulmón porque nunca tuvimos ayuda.
–¿Cómo son las instalaciones de agua en el barrio?
–Las instalaciones del barrio, de la calle para adentro, están hechas con cañerías que compramos nosotros. Son instalaciones precarias en las que el agua se mezcla con la cloaca y por eso es que hay muchos chicos enfermos, con la panza destruida, a los que les empiezan a salir granos con pus, chicos con plomo en sangre y mucha gente grande con problemas de salud. Lamentablemente, en la 21-24 todo es precario y todo lo que se hace son parches. El agua que hemos puesto nosotros no tiene mucha presión, es escasa y en este momento está contaminada.
–¿Tienen alguna respuesta oficial ante esta situación?
–No, la 21-24 hoy está más abandonada que nunca. Nosotros llamamos, insistimos y acá no viene nadie. Estamos trabajando directamente con la UGIS (Unidad de Gestión de Intervención Social), pero así como te atienden el teléfono, te cuelgan y se olvidan. Entonces, UGIS se olvida del problema y se lo pasa a AySA, y lo que nos dice AySA es que ellos no pueden hacerse responsables de las villas porque ellos sólo trabajan por afuera. Se lavan las manos y hacen la vista gorda a todos nuestros reclamos.
–Desde AySA dicen que cuando se detectó la contaminación, ellos entregaron agua y pusieron camiones cisterna. ¿Es así?
–Sí, ellos entregan el agua pero no alcanza. Y el camión vino dos días para calmar la desesperación de la gente y se fue. Ahora se comprometieron a traer de nuevo el camión para llenar de agua para los comedores y los espacios más grandes del barrio. Pero ésa no es la solución. Nosotros tomamos agua de la canilla porque es lo que tenemos y no nos queda otra, y los adultos nos podemos cuidar y tomar recaudos, pero con los chicos es más difícil controlar.
–¿Y cómo se organizan en el comedor?
–Con o sin agua, nosotros tenemos que cumplir con el comedor porque la demanda, el hambre y la necesidad es mucha y creció demasiado en estos últimos tiempos. Nosotros damos merienda y cena. Recibimos 70 raciones de Desarrollo Social de la Ciudad y con eso asistimos a 250 personas por día. Nosotros tenemos que seguir porque no nos queda otra. Hay días que por el olor de la cloaca o la falta de agua decimos “no podemos cocinar”, pero cuando ves a los chicos irse con la olla vacía, lo sufrís y te das cuenta que tenés que cumplir como sea. Lamentablemente eso es lo que vivimos todos los días. A nosotros nos gustaría poder contar que estamos bien, pero la situación es desesperante. Lo único que nos queda es seguir luchando. Desde la semana pasada, en Loma Alegre tenemos la cloaca tapada. Todo eso contamina el agua y el olor es terrible. Nos cansamos de llamar pero no tenemos respuesta, total como no son ellos los que viven acá, no les importan. No les importa la villa, el barrio, no les importamos nosotros.
–¿Creció mucho la demanda en el comedor?
–Sí, viene muchísima más gente. Antes podíamos darle una milanesa a cada uno, hoy no podemos. Tengo que ponerle puro pan y partirla en cuatro para poder llegar a darles a todos, porque no podes permitir que una familia se vaya sin comida. Nosotros tomamos mate y ya está, pero los chicos, no.
–Antes decía que cuando se mudó no quería saber nada, pero que hoy no la saca nadie de la villa. ¿Cuál es su sueño para el barrio?
–Viniéndome a la villa descubrí la militancia. Eso me lo dio la 21 y por eso voy a seguir luchando. Nosotros queremos vivir dignamente. No queremos planes y vivir de arriba como dicen muchos. Somos laburantes. Mi sueño para el barrio es que podamos tener urbanización y dignidad.