Te nombro mi corcoveo, avatar de todos mis versos, dios me libre y me guarde, multiplicación de espasmos que nunca han visto tus ojos. Pero, diré honestamente, que lo impresionante es mi mano desmenuzando la aleta del vaporoso pliegue.

Me preocupan las paradojas atemperadas por las congruencias del tiempo que no puede ir para atrás. ¿Qué hora es? El tiempo vuelve a ser a la misma hora. La pregunta de siempre jamás vista. Sale de ella una especie de Nilo con plasma de última brizna. Y si me empecino, no es por curiosidad, cuerpo desnudo aquí, dirigiéndose a la propia intención de un imperativo raro, no conjugado jamás.

Si me empecino, no es por el drapeado de la íntima contorsión, es más bien un movimiento de continuada voracidad sobre los rulos de este pequeño diablo espeso en ardores.

Algo debo hacer con él. Te lo enseñaré, jip, jip, jip, sólo a vos, no a todos.

Precisamente, en el arte que no es grande, y no tiene subtítulos ni paréntesis, la mayor parte de los rulos de los pequeños diablos tienen hélices y resisten las tentaciones de no ser objeto de deseo o fragmento de discurso amoroso. Órbita. Ciénaga. Cuscús. Hada de los pantalones. Perogrullo del laqué.

¿Lo has visto? Sólo los ojos como un conducto hacia una larga nota al pie barbilla de emperatriz, decís en medio del corcoveo y abrimos. Pasa el Nilo recién nacido como un muchacho mil veces amado.

Palpando nudosidades pasan los faraones de rima rotunda y las princesas de la métrica regular, con una vara de papiro o una pestaña, o mil varas y mil pestañas, o cero: ninguna vara, ninguna pestaña.

Verdinegro, casi lila, casi púrpura, casi blanco, que se vuelve a su vez incoloro cuando el poema se va convirtiendo completamente en ser, don, rareza de la joya que habla de las quemadas, de los ahogados, de las ajusticiadas, de los desposeídos.

Hay gente que logra realizar sin esfuerzos una lluvia de oro cuando no lloverá apenas casi jamás.

Aquí están, abundan en los relatos y poemas, nos lamentamos.

Vibración del humus que se dibuja en conjuntos, como un estiércol erótico de excesos bíblicos.

Yo no debería llover, admito. Aparte de eso, no tengo las piernas juntas, cosidas en ángulo recto a la página, a la obra, ala verdinegra, casi lila casi púrpura incolora. Pis egipcio de Klimt sobre las alas.

Inexistente, la costura.

Muy poca luz en la voluta tornasolada del ser poema. Mil varas, sí; mil pestañas, sí; y cierta costumbre queja los inacabados dados que jamás abolirán el azar.

Arrancados de la ausencia de las hadas, delicadamente sueño, nombramos nereidas fálicas y eunucos vibratorios.

Para la vara de papiro preparás la medida.

Para las pestañas cargo el rímel.

Me siento un poco antepasada. Cuerpo desnudo. Cráneo alargado. metro sesenta y seis existencial. Inexistente Tu cuerpo desnudo. Tu cráneo alargado. Un metro noventa y dos existencial. Inexistente.

Como dije, digo, diré, descubro en el corcoveo algo que eriza la consciencia de los ángeles, su aparato digestivo, su excreción celeste.

Este asunto desde siempre jip jip jip confunde signos para impresionar a la misma literatura. Jipeamos sin rencor. Esto debe acabar. Toda la vida las mismas respuestas a las mismas preguntas, debe acabar.

Y el envión del sueño recto a toda lucidez está pronto a la envoltura. Le vamos colocando el entonces y el corazón para que todo cambie.

Los pies blancos invisibles, los talones despojados de mundo, los efectos, las consecuencias.

Este proceso divino desgarra las mucosas de la vigilia, y se crea el gran páncreas espiritual, el aplomado hígado extraterrestre.

Verdinegro, casi lila, casi púrpura, casi blanco, que se vuelve a su vez incoloro cuando el poema se hace completamente ser, don, rareza de la joya que habla de las quemadas, de los ahogados, de las ajusticiadas, de los desposeídos.

Apenas siempre trasladando, invistiendo, desnudando lo sensorial, el goce y los dolores de comer, de amar, de beber, de volar.

La sexualidad, su efecto humano, su causa divina, las platinadas vísceras de los ángeles sin dientes y sin ano.

Pedimos ayuda. Susurro apenas. Los libros se abren en sus páginas. Los ríos Nilos se derraman en tu garganta primero, en mi garganta después. Heidegger en su lugar.

Los efectos de lo sensual sobre lo no sensual.

Red pegamentosa de nudos que atan la tierra con el cielo, sólo que los ángeles sin ano morirían de jip jip jip en este mundo de ametralladoras ra-ta-ta-ta-tá si nuestros versos estirados de dos, tres renglones, no los nombraran, no los amaran, no los existieran en esta poesía contranatura de jip jip y no sólo ra-ta-tá.

No quiero que muera el ángel sin ano en manos de la gramática natural, murmurás en el idioma de las magnolias sublunares. Quiero que el color de cada palabra quiebre la garganta del cielo y, si es preciso, reinventemos la anatomía del colon sagrado y los intestinos colosales.

Entonces, será lo justo, te lo prometo: los ojos apenas, y la mirada tal vez, abracadabra vuelven a ser lo que no eran.

Es más, vaticino que nuestro poema ganará por belleza, no por verdad.

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