“La cámara, la credencial de prensa, fueron siempre un escudo: las veían y se cuidaban, ponían un freno. Hoy es al revés. Si sos fotógrafo, pasás a ser un blanco”. Esto concluyen varios reporteros gráficos consultados por PáginaI12 sobre lo que es hacer fotoperiodismo hoy. Ir a cubrir una marcha, con su respectiva represión policial, por ejemplo. En la Argentina actual, los fotógrafos ya no solo cubren esas represiones. Al igual que los trabajadores y desocupados que protagonizan las marchas, también son reprimidos.
En los testimonios de los fotógrafos, una palabra aparece, repetida y peligrosamente: miedo. Un miedo que, sin embargo, no detiene la tarea. La reciente golpiza y detención a Bernardino Avila, fotógrafo de este diario, y Juan Pablo Barrientos de la revista Cítrica, y el modo en que previamente fueron “marcados” por la policía –como testimonian sus propias fotos, entre otros registros– vuelve a poner el foco en un estado de situación que excede cualquier “margen de riesgo” de la profesión.
“Hoy sabemos que nos tenemos que cuidar. Nos quedó muy claro después del día de la reforma previsional. Ahí a Pablo Piovano lo acribillaron a corta distancia con balas de goma, a muchos otros colegas los atacó la policía de frente. En el verdurazo de la famosa foto de la abuela a mí me vieron y me tiraron gas con total alevosía. Como diciendo: Ah, ¿sos reportero? Para vos también hay”. El que habla es Avila, todavía dolorido por los palos que recibió en el Cuadernazo, mientras junta documentos para responder a las causas que les abrieron a los cuatro detenidos: Resistencia a la autoridad y lesiones leves. No recibidas, sino infringidas. Con una cámara.
Avila vuelve a repasar la escena: “Yo estoy haciendo mi trabajo y un policía se me viene encima, señalándome. No puedo asegurar que fue: ahí está Bernardino, pero que nos tienen recontra fichados a todos, de eso estoy seguro. Me marca y me saca del sector donde estoy trabajando, de mala manera, se me viene encima. Yo empiezo a ir hacia atrás sin dejar de hacerle fotos, mientras se acerca. Solo pienso en la cámara y en las fotos. Es un acto reflejo que tenemos los fotógrafos: salvar el instrumento con que trabajás, que es muy caro, y hacer tu trabajo”, relata.
La parte grata es la de las fotos, que seguirán sacándose. Y algunas, volviéndose icónicas, como la de “la abuela de las berenjenas”. “Jamás pensé que una foto mía iba a tener ese impacto. El gesto de los Trabajadores de la Tierra de buscar a la abuela y garantizarle sus verduras, la repercusión nacional e internacional que tuvo... Me alegra que haya cumplido el objetivo de mostrar lo que pasa”, dice el fotógrafo. ¿Será que se busca que no muestren más? “No quisiera pensar eso, pero pareciera que sí. Es muy estúpido, porque noso-tros llevamos cámaras profesionales, pero a nuestro alrededor hay cientos registrando con celulares. Y porque no se puede tapar el sol con la mano”.
Avila se permite terminar la charla con una sonrisa: “Yo sabía que iba a estar horas bajo el sol y llevé el gorrito piluso. Lo voy a cambiar por un casco”, se ríe. Pero resulta que el chiste hace pie en la realidad: los fotógrafos, efectivamente, comienzan a ir pertrechados para la defensa a las marchas, cuenta. Lo corrobora Kaloian Santos Cabrera, fotoperiodista que trabaja de manera free lance para varios medios nacionales e internacionales. “Las charlas entre colegas antes eran qué equipo y qué lentes nos podíamos comprar, qué es lo último que salió. Ahora empezamos a hablar sobre dónde comprarnos los cascos y las caretas anti gas. Parece una anécdota graciosa, pero es grave, y es tal cual”, advierte.
Señalados
Santos Cabrera es cubano y llegó a la Argentina hace diez años. “Si bien tenía una preparación y algunos años de experiencia dentro del fotoperiodismo, era en otra coyuntura y en otro país. Empecé a ir a Argra, a ver ciertas dinámicas, a cubrir marchas… Y a escuchar los relatos de mis colegas sobre lo que habían vivido en 2001, y los más grandes antes, en la dictadura. Nunca pensé que iba a volver a pasar”, asegura. “Recuerdo que en mis primeras marchas, cuando la policía te veía con una cámara y una acreditación, se frenaba. Empecé a vivir un país distinto a partir de 2015, ya con los ánimos caldeados. Hasta que cambia mi forma de trabajo, en lo personal, con lo de la reforma previsional, el 14 y 18 de diciembre de 2017. Me impactó la cantidad de fuerzas de seguridad que vi, pero seguía con la inocencia de que no nos iba a pasar nada por portar cámara y credencial. No fue así”.
“En la primera marcha yo estaba a unos metros de Pablo Piovano, cuando uno de los policías nos ve y nos apunta, directo. Lo veo a Pablito lleno de corchazos, ensangrentado… Sentí un miedo que jamás había sentido”, recuerda. “El 18 ya fui cuidándome de otra manera. Pero viví una cacería. Nos tiraron gas lacrimógeno, palazos, en la 9 de Julio nos volvieron a disparar directamente a los fotógrafos. Comparado con otros, a mí no me pasó nada, solo recibí balas de goma en la espalda y en la pierna, de lejos. Ahí por primera vez tomé conciencia de que podía peligrar mi vida por hacer mi trabajo. Fue muy fuerte. Esos relatos de mis colegas, que parecían lejanos, los estábamos viviendo. Hoy siento miedo cuando cubro una marcha. Es un miedo que hay que sobrepasar, y al mismo tiempo cuidarnos más que nunca. Esa conciencia no la tenía antes, ahora la tengo. No somos héroes, pero tampoco podemos dejar de hacer fotos. Hoy trabajo sabiendo que nos salen a cazar, porque somos peligrosos. Porque mostramos lo que pasa”.
Paula Ribas, fotógrafa de Télam, data “el comienzo de la escalada” un poco antes, el 21 de septiembre de 2017, tras la marcha por Maldonado que terminó con represión y con varios periodistas y fotógrafos, sobre todo de medios alternativos, presos. “Desde entonces, sucedieron una serie de hechos que demuestran que el periodismo pasó a ser un blanco de las fuerzas de seguridad. Empezaron a pegar golpes, bastonazos, patadas, balas de goma, gases lacrimógenos. Y ahora han dado un paso más: Ya no solo somos un blanco, parecería que hay un señalamiento”, advierte. “Es innegable que a los colegas que apresaron los fueron a buscar, está todo filmado. Y que son justo los autores de las fotografías del verdurazo que generaron mucha empatía en la sociedad”.
En aquella represión de la reforma previsional, Ribas recibió diez balas de goma, mientras cubría para la agencia oficial del país. “Igual transmití como pude, las fotografías estuvieron on line en el servicio, una de mis fotos fue portada durante todo el día. Unos meses después me despidieron, sin ninguna justificación, tras trabajar 16 años en Télam”. El repaso conmociona. Como muchos de sus compañeros, fue reincorporada tras la lucha gremial y judicial. “Los fotoperiodistas ponemos el cuerpo. Donde creemos que vale la pena ponerlo, cuando nuestro trabajo sirve para contar un hecho de interés público. Corremos muchos riesgos, eso es verdad. Pero pasar a ser un blanco, es otra cosa. Y si además sos señalado por hacer fotos, todo es mucho más grave”, marca.
Ribas aporta otro dato: “Noso- tros trabajamos con la credencial de Argra (la asociación de reporteros gráficos). Nos la otorga Presidencia de la Nación, a través del Ministerio del Interior. Estamos registrados porque nuestro ejercicio profesional hace que estemos en lugares donde es necesario saber quién está detrás de la cámara. Todos los años nos renuevan la credencial, y para eso tienen todos nuestros datos y antecedentes. Es decir que la policía actúa por sobre una credencial otorgada por Presidencia de la Nación. Está claro que nadie debería ser reprimido, con o sin credencial. Pero estamos hablando de una coerción concreta a la libertad de expresión”.
Los presos de la berenjena
Tras la represión al cuadernazo, en la puerta de la Fiscalía donde estaban detenidos dos trabajadores de Madygraf y dos fotógrafos, se vivió otra escena urgente, de dignidad y de bronca. La protagonizó Pepe Mateos, fotógrafo que trabajó 24 años en Clarín y que, entre otros registros históricos, hizo el de los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en la Masacre de Avellaneda. Blandiendo berenjenas, Mateos se plantó a gritar lo inadmisible: “Estos son los presos de la berenjena”. La escena circuló en las redes y, probablemente, ayudó a acortar las horas de detención. “Hice lo que pude. No sé si lo más correcto”, explicó después en su cuenta de Facebook. “Desde que supe de las detenciones de Bernardino y Juan Pablo sentí, por primera en muchos años de profesión, algo que no había experimentado con tanta claridad hasta ahora: miedo. No porque sea particularmente valiente, sino porque siempre sentí que nuestra actividad, los lugares para los que trabajábamos, los compañeros, la gente , la clase política, un tejido social en definitiva, nos amparaba más allá de avatares que podían atravesarnos. Escribo esto y pienso en José Luis Cabezas y en la multitud de fotógrafos heridos y golpeados estos años de democracia. Pero esta vez me pareció distinto”, advirtió.
Eso “distinto”, cuenta ahora en diálogo con PáginaI12, es la idea concreta de la acción policial en represalia por una imagen. “Veo que hacen mucha inteligencia. Descaradamente te filman y fotografían, sobre todo la Policía de la Ciudad. Y encima hay mucha gente joven que tiene una actitud muy soberbia, se te burlan, sobre todo cuando hay represión”, observa Mateos. El fotoperiodista sufrió en carne propia el “debut” de la Metropolitana en 2012, cuando fue herido y detenido durante una represión en el hospital Borda. Pero ahora es distinto, insiste.
“Siempre filmaron en las manifestaciones. Pero antes las cámaras estaban escondidas, los fotógrafos de la policía se disfrazaban; ahora no les importa nada, te siguen a tres metros de distancia. Es preocupante que haya tanto interés en hacer registro, no solo de los fotógrafos, de cualquier manifestante. No quiero ser paranoico pero, ¿qué hace la policía con todo eso? A esta altura tienen el álbum de figuritas de los que cubrimos siempre las marchas. Entonces, se instala la duda lícita de la represalia. Eso da miedo. El riesgo que pasamos a correr es muy alto, ya entramos en una dinámica distinta a la de represión en el campo, para pasar a la programación”, analiza. Y agrega: “También me preocupó que no haya habido una decisión política, un llamado de Santilli, de Rodríguez Larreta, para que los liberen rápido. No porque seamos especiales, por el costo político que, evidentemente, no están teniendo”.
El citado Pablo Piovano contó trece balas de goma en el cuerpo tras la represión de la reforma previsional; ese día Barrientos también fue uno de los muchos fotógrafos baleados. “La policía había dispersado a los manifestantes, y yo estaba solo con una cámara colgada en el hombro. No hay ninguna duda que le dispararon a un fotógrafo, no sé si a Pablo Piovano, pero sí a un fotógrafo”, analiza. Piovano fue durante muchos años fotógrafo de PáginaI12, y actualmente recorre el mundo haciendo trabajos de investigación, como su premiado El costo humano de los agrotóxicos. Uno de sus libros es Episodios argentinos diciembre y después, en coautoría con otros colegas, Avila entre ellos. Asegura que en aquel 20 de diciembre trágico que retrata el libro, los fotógrafos no corrieron tanto peligro como el que corren hoy trabajando en la calle.
“Yo antes no tenía miedo a acercarme a nada. No tenía que pensar que algo me podía pasar. Ahora trabajamos en estado de alerta, mirando a los costados, viendo por dónde va a entrar la policía”, describe. “Hemos cubierto situaciones peligrosas, como la del 20 de diciembre, con decenas de muertos. Sin embargo en ese momento la policía no direccionaba las balas hacia los compañeros. De hecho no recuerdo muchos compañeros heridos ese día trágico”, compara, y concluye: “Se han perdido los derechos individuales”.
“Nunca en democracia hubo tantas represiones direccionadas hacia quienes los que tenemos que informar y documentar, como en este gobierno. Hay una intención de silenciar voces, e imágenes. Y lo vemos también en lo laboral, cómo han cerrado las agencias, cuántos compañeros han quedado sin trabajo. Nos va quedando claro que hay una intencionalidad de mostrar un país que no existe, y la manera de mostrarlo es corriéndonos del camino a los encargados de comunicar”, analiza el fotógrafo. “Este es nuestro oficio. No podemos elegir no estar en las represiones. Contar lo que pasa es nuestra obligación. Y es nuestro derecho.”