Es una amarga paradoja: The Walking Dead empieza a parecer cada vez más un tributo a su propio título. En primer lugar están las preocupantes cifras de rating en los Estados Unidos, que se dieron a conocer el viernes y marcan su nivel histórico más bajo: “Omega”, el segundo episodio de la segunda parte de su novena temporada –suena farragoso pero bueno, es la exacta descripción– obtuvo 4,5 millones de espectadores, un 12 por ciento menos que la semana anterior (“Adaptation”) y por debajo del que hasta ahora era su índice histórico más bajo, los 4,7 millones cosechados por el segundo capítulo de la primera temporada en 2010. Es cierto que tuvo enfrente la difícil competencia de la transmisión del All Star Game de la NBA, y que la serie sigue siendo el programa no-deportivo más visto del cable, pero las señales son igualmente preocupantes.
El panorama para la ficción de AMC (que aquí transmite Fox) no es alentador, pero no solo por sus números de audiencia, que ya habían decaído en la tanda de episodios emitida en octubre y noviembre de 2018. Ocurre que el artefacto narrativo parece seriamente dañado: mientras el comic de Robert Kirkman y Charlie Adlard lleva más de quince años y 188 ediciones de buena salud, su adaptación televisiva anda a los tumbos, con lagunas narrativas, tiempos muertos y estiramientos innecesarios, sobre todo si se tiene en cuenta la abundancia de material al que apelar. El fuerte salto temporal expresado en “What Comes After” pareció dar un nuevo impulso, pero no alcanza con eso.
Para colmo de males, esta temporada significó la despedida de algunos personajes de peso. Tras el fracasado reclamo de un salario igual al de sus compañeros varones –hola, movimiento #MeToo–, Lauren Cohan abandonó la serie; la salida de su personaje fue tan poco espectacular como un “Maggie se fue a fundar otra comunidad” (?) pronunciado por Siddiq en el séptimo episodio. Jesus (Tom Payne) fue la gran baja del final de la midseason, y más pesado fue el adiós del mismísimo Andrew Lincoln, protagonista de la saga desde el debut: para los demás personajes el sheriff Rick Grimes está muerto, aunque el espectador sabe que fue rescatado por un misterioso helicóptero, listo para una trilogía spin off aún sin fecha de estreno. Que hace poco haya trascendido que Danai Gurira (Michonne) no estará en la décima temporada no mejora el panorama.
No es que Daryl (Norman Reedus), la misma Michonne o Carol (Melissa McBride) no tengan a su cargo personajes con cierta potencia, pero el recambio del elenco potencia la sensación de que The Walking Dead se sigue desinflando. En los primeros dos episodios que siguieron a la midseason, la trama se enfocó en la aparición de los Whisperers, nuevo clan de villanos encabezado por Alpha (la gran Samantha Morton), que introducen un nuevo matiz... pero aún está por verse si pueden alcanzar el nivel de amenaza que transmitían las huestes del Gobernador o los Saviors. Hablando de los Salvadores, el Negan “domesticado” que aparece en la pantalla de esta temporada tampoco ayuda a mantener la tensión. Una tensión y una sensación de peligro que quizá alcanzó su pico máximo con el hombre del bate de béisbol envuelto en alambre de púas: con ese tono zumbón, la parada canchera en campera de cuero y un insaciable instinto sanguinario, Jeffrey Dean Morgan supo encarnar al mejor villano de toda la historia de la serie. Y los productores de Star Wars saben bien los riesgos de querer reemplazar a un Darth Vader con un Kylo Ren.
Y entonces, ¿qué hacemos con el muerto? Esa es la pregunta que parece imperar entre los creadores de una serie que en sus comienzos supo encontrar un giro atractivo al trillado tópico zombie, pero que siguen cambiando showrunners sin poder recuperar el timón. Algo anda mal cuando se termina llegando a la conclusión de que lo mejor que ha mostrado The Walking Dead en los últimos tiempos es la animación de su apertura.
* The Walking Dead. Fox Premium, domingos a las 23.30; en cable básico, los lunes a las 23.30.