A un año de las movilizaciones que instalaron las representaciones sociales de una marea verde que logró posicionar al aborto en la agenda parlamentaria, surgen, desde dentro del mismo movimiento de mujeres, argumentos biologicistas, cis-sexuales y trans-odiantes, que buscan excluir la participación de compañeras travestis y transexuales. Dichos argumentos, fundados en el odio y la ignorancia de la fecundidad de las epistemologías feministas, representan un claro retroceso para el pensamiento político del feminismo y, mucho más urgente, para el reconocimiento de la legitimidad y la historia del movimiento travesti/transexual (T/T) como sujetx político.
El feminismo y el movimiento de mujeres no guardan entre sí una relación lineal, homogénea y transparente. Las teóricas feministas, como Elsa Dorlin nos ayudan a entender, manifiestan una tradición de pensamiento que, desde hace siglos demuestran, por distintas lógicas, la desigualdad estructural entre hombres y mujeres como causa de todo sistema de opresión en nuestras sociedades. Estos saberes feministas representan la acumulación de un conjunto de saberes locales, diferenciales y minoritarios, producidos desde un punto de vista particular: el del movimiento de mujeres que, encuentra su máxima expresión, en el lema "lo personal es político".
Politizar la experiencia personal a la luz de dicha desigualdad estructural y transformar lo personal en político ha representado, desde siempre, un modo de cuestionamiento de lo que se entiende por dado y natural. En palabras de Dorlin, este trabajo de pensamiento crítico sobre las diversas experiencias de llegar a ser mujer ha dado lugar a un sujeto político particular: las mujeres; permitiendo, a su vez, captar la historicidad de los orígenes y del desarrollo de los dispositivos que normalizan y naturalizan, no sólo la diferencia sexual, sino también las jerarquías de género, cuerpos y deseos, junto a las prerrogativas sociales y culturales que las sostienen, así como la normatividad de la heterosexualidad reproductiva y su forma jurídica moderna, la familia patriarcal.
El devenir de estas acumulaciones de saberes es también la memoria viva de los combates del movimiento de mujeres. Una memoria que nos permite observar cómo la categoría de mujer, en tanto categoría política viable para suturar la lucha que representan/mos, resultó cuestionada por su propia historia al punto de hacerla estallar. Recordemos la proclama de Simone de Beauvoir que parafraseamos en el título: "no se nace mujer, llega una a serlo", allí se destrona el biologicismo y la distribución sexual del trabajo como superficie que resuelva el destino de las mujeres. Luego, Kate Millet contribuye a la apertura del horizonte político del feminismo al afirmar que "lo personal es político", para derribar el binario público-privado que mistifica a la mujer como un ser social apolítico, relegada a la privacidad del hogar. Estos giros abrieron las posibilidades de pensar un feminismo y un movimiento más allá de las determinaciones del sexo y de la clase, tal como lo enuncia Monique Wittig cuando insiste en que "las lesbianas no son mujeres".
Esta variabilidad en la lucha de las mujeres y los saberes que producen, ha llegado a reconocer en las experiencias travestis y transexuales un movimiento que multiplica los procesos de politización que los feminismos acumulan. Desde principios de los noventa, Judith Butler afirma que la encarnación de los significados culturales de sexo, género y deseos que las performances travestis representan, destronan las categorías ontológicas fundamentales para leer y pensar nuestras identidades autopercibidas y políticas. La mera presencia de una travesti nos obliga a pensar más allá de nuestros pacatos binarismos sexo-genéricos, haciendo estallar nuestros horizontes políticos y nuestro umbrales epistémicos, hacia marcos donde dichas existencias sean reconocidas como vidas vivibles.
Ahora bien, el reconocimiento del movimiento travesti-transexual como expresión de esa memoria viva de las luchas contra todo sistema de opresión, no sólo representa una de las grandes torsiones que subvierte radicalmente nuestras categorías políticas, sino también es el punto de mayor resistencia hacia una agenda ampliada y aliancista de los horizontes de lucha del movimiento de mujeres y los feminismos. Desde las posiciones de sujetos disponibles hasta las teorías políticas que las sistematizan, los marcos se sacuden y sucumben cuando lo abyecto logra nombrar sus rostros, insistiendo en su corporalidad y el derecho a una vida vivible.
En las últimas semanas, de cara a la organización del próximo #8M, convocado como Paro Internacional de Mujeres bajo la proclama de una huelga internacional e interseccional de lesbianas, travestis, trans y mujeres, la historia viva de estos combates es avasallada y violentada por agrupaciones de cis-mujeres que reivindican una discusión arcaica y ya saldada, tratando de excluir de la jornada de lucha a las compañeras del movimiento travesti/transexual.
En la distribución de los argumentos posibles, las declaraciones que van zigzagueando el debate no parecen interpelar ni al logos ni al ethos de la República, y acopladas al giro afectivo que abraza a los feminismos de esta "cuarta ola", las declaraciones trans-odiantes van directo al pathos de la vida pública, inyectando lo que las disidencias sexuales impugnan con el nombre de ideología del odio, en una apropiación insurrecta de aquello que la derecha busca denominar como ideología de género.
La inyección de fundamentalismo biologicista trans-odiante parece encuadrar perfectamente con los efectos de un pensamiento conservador y de derecha, reaccionario al debate parlamentario por la ley de interrupción legal del embarazo, cuyos niveles de discriminación y violencia se desdibujan en la precocidad con la que los medios masivos retratan la llegada de los feminismos a la política argentina y la fugacidad de las redes sociales.
En la deriva de los debates y las resistencias suscitadas por la marea verde, al que habría que agregar las resonancias de la lucha por el reconocimiento del trabajo sexual, resurgen las expresiones más rancias de un feminismo llamado radical, que a través de la mistificación y victimización de la experiencia de las mujeres, excluye y tira abajo el paradigma de ampliación de derechos que caracteriza al movimiento feminista en nuestro país.
Este autoproclamado feminismo radical incuba en los argumentos de sectores antiabortistas, abolicionistas, lesbofóbicos y trans-odiantes que se gestan, no sólo al abrigo del debate por la interrupción legal del embarazo, sino también en la disputa por una correcta implementación de la Ley de Educación Sexual Integral y de Ley de Identidad de Género. Los argumentos de estos sectores feministas radicales anti-derechos reflejan otra vertiente de la creciente derechización de la política y del sentido común que baña nuestra región, en una ampliación del ejercicio de la impunidad hacia todas sus aplicaciones posibles.
Si bien el mismo proceso asambleario rechazó de plano las intenciones de estos grupos cisexitas, biologicistas y trans-odiantes; resulta urgente frenar los efectos subjetivantes de sus declaraciones, pues representan una invitación al odio y al avasallamiento de los derechos conquistados por el movimiento travesti/transexual. Derechos que, vale decir, cuentan con una implementación paupérrima y precaria, siendo muchas veces el mismo Estado garante quien, por omisión, ignorancia o cinismo, los violenta sistemáticamente, dejando a su suerte las condiciones de precarización, vulnerabilización y muerte que azotan sistemáticamente las personas trans y travestis.
Es en su insistencia por permanecer vivas que el movimiento trans/travesti ha reinventado la política feminista, sublevándose nuevamente ante el tutelaje político-ontológico de vaginismos y cánones feministas, proclamando el fracaso del cis-tema heterosexual como régimen político capaz de aportar respuestas emancipadoras, para engarzar desde la reflexión de sus propias lógicas, la articulación de márgenes de justicia social más amplios, igualitarios y libres de toda violencia.
El mismo movimiento T/T se rehúsa a escuchar el llamado querellante de esta reversión conservadora de un biologicismo lesbotransfóbico, sabiendo que es inadmisible un feminismo que niegue la interseccionalidad que se acumula en la historia de sus combates. Es la memoria política escrita al ritmo de los cuerpos y la sangre de las compañeras que en las fugas de la mujer como destino político, comparten el destino feminicida que esta sociedad imprime sobre todo aquello que se aparte de la cis-heteronorma. El llamamiento de estos sectores anti-derechos representa un claro gesto de tutelaje político que el movimiento T/T no está dispuesto a sostener.
A la luz de los saberes situados propios de las teorías travestis, nada parece quedar en pie de las propuestas de un proyecto de democracia radical inspirado en la subversión del marxismo y del psicoanálisis como una teoría política lo suficientemente buena que dé cuenta de un mundo donde quepan todos los mundos. Tal como afirman estos saberes trans-sudacas, una teoría travesti lo suficientemente buena tendría la prerrogativa de insistir en el fracaso de la heterosexualidad como un régimen político capaz de sortear las disputas por el reconocimiento a través de horizontes más igualitarios, incardinados en la promesa de una efectiva justicia social y erótica.
No es sólo una disputa por el reconocimiento, es también una disputa por la legítima vida vivible desde lo impensado que marcan las condiciones de aparición de las personas trans-travestis, es también una impugnación a los derechos humanos.
PEGUES/ Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Rosario. [email protected]