La laguna Setúbal divide la ciudad de Santa Fe y existe antes que ella. En cierta zona es angosta como un río y la cruza un puente colgante, que para los santafesinos es "el" puente colgante. Más al norte del puente, va ensanchándose hasta que la otra orilla queda lejos. También la ciudad se aleja. Existe allí un paraje costero llamado Chaquito, donde la naturaleza del Litoral se halla a sus anchas entre los bañados que rodean la laguna.
El artista plástico Andrés Dorigo eligió el Chaquito en dos momentos de su vida. Primero fue en su adolescencia, durante sus escapadas de la escuela, cuando prefería conocer la fauna y la flora de primera mano antes que escuchar áridas clases de biología. Cuenta que ya siendo padre, durante un paseo con su mujer y sus hijos, su hijo Álvaro se perdió. Él salió a buscarlo y lo encontró sentado en un banco de arena. Casualmente ese terreno estaba en venta. Andrés lo compró con sus hermanos y así fue como los niños de la familia, todos los fines de semana y veranos, crecieron en el Chaquito. Álvaro, hoy diseñador gráfico, reconoce que el haberse criado allí con sus primos hizo de él alguien muy distinto al pibe de ciudad que hubiera sido.
La obra de Andrés Dorigo (San Cristóbal, provincia de Santa Fe, 1944) es muy conocida en la ciudad de Santa Fe, donde todavía resisten algunas de las prendas de vestir y joyas artesanales que realizó hace décadas, a la par de sus exploraciones pictóricas de la Nueva Figuración. Más recientemente, inventó su propia técnica de aguada con que traducir su imaginario litoraleño a su gusto personal por el arte egipcio. En su imaginación, la laguna Setúbal es el delta del Nilo, algo que el clima parece confirmar. (Los alquimistas llamaban "verano egipcio" a la cocción a fuego lento a 41 grados Celsius, técnica que también hubiera podido merecer el nombre de "verano santafesino"). A Dorigo le interesa representar el paisaje del Chaquito con un lenguaje moderno de su propia invención, y en ese sentido suele encontrar él mismo paralelismos con su casi coterráneo el escritor Juan José Saer, nacido en Serodino y fallecido en París.
Si bien su exposición antológica en el Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas, con curaduría de Miguel Benassi, fue uno de los grandes acontecimientos artísticos del año pasado en la capital provincial, en Rosario la obra de Andrés Dorigo era un secreto entre especialistas. Algunas piezas de su serie Homenaje a la naturaleza se vieron en la muestra Instantáneas que curó Guillermo Fantoni en OSDE en 2007. También circularon por varias localidades en la muestra itinerante Santa Fe pinta bien, junto al primero y el segundo de una serie de tres videos de sus dibujos, animados por Álvaro Dorigo.
Esto cambió a partir del viernes pasado, un día perfectamente caluroso en que la galería rosarina Subsuelo (Balcarce 238) inauguró su nueva sala, Gabinete, con una exposición individual de Andrés Dorigo. La muestra incluye dibujos animados por Álvaro junto a los dibujos en gran formato de Andrés, que ocupan la sala de piso a techo y posibilitan una inmersión en su universo. Una inmersión teatral, gracias al carácter escenográfico de la instalación de dibujos monumentales, que ambientan el espacio del gabinete transformándolo en una selva de fábula.
Los alquimistas llamaban "verano egipcio"
a cocción a fuego lento a 41 grados Celsius.
También podría ser "verano santafesino".
Andrés Dorigo tiene una forma completamente única de vincularse con el paisaje natural de su lugar. Y esto se ve en su obra. Así como su mirada no invasiva le permite "espiar" la vida, a la que se acerca siempre en piragua ("nunca en lancha, no soporto el ruido del motor"), también su vastísimo oficio le habilita un gesto pictórico para sus inmensos dibujos que es ineluctable y preciso, como una escritura. Esta distancia respecto del detalle naturalista mimético, donde elige el plano en vez de la ilusión de volumen y el dato expresivo vívido en vez de la cantidad de información, este predominio de la síntesis intuitiva por sobre el análisis reflexivo quizás configuren lo que él denomina "lo egipcio" de su estilo.
Alto y tranquilo, indio blanco armado de una paciencia casi animal, Dorigo narra el paisaje. Habla de cómo entre las multitudes de mojarritas que pululan cerca de la superficie de la laguna de pronto salta un dorado que las devora. Se lamenta de haber pescado un surubí de su estatura cuando era joven y juró no ser jamás pescador. Dice que las víboras padecen una injusta mala fama y recuerda que sus hijos se comieron una (de tres metros, a la estaca). Y pinta en su selva de papiros un gato montés de teatral ferocidad que es primo de sus gatos expresionistas al óleo y sobrino tataranieto de los tigres ingenuos del Aduanero Rousseau. Le gusta cuando la literatura moderna pinta la naturaleza salvaje de la región y entre sus preferencias conviven los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga con Chaco y La paliza de Marcos Apolo Benítez (escritor y psicoanalista de origen chaqueño que vive en Rosario).La muestra se podrá visitar hasta el 23 de marzo.