Estuvo a un paso apenas, a unos pocos votos seguramente de lograrlo. Pero la realidad es que Ted Sarandos, el CEO de contenidos de la gigante plataforma online Netflix, se quedó con las ganas de subir al escenario del Dolby Theatre de Los Angeles. El y su compañía habían hecho todo lo posible por posicionar a Roma de manera tal de que, por primera vez en la historia de la Academia de Hollywood, una película proveniente del sistema de streaming –y no hablada en inglés– tenía chances reales de llevarse el premio mayor de la noche. Pero todo el esfuerzo –incluido el económico: la señal de la N roja invirtió 25 millones de dólares en la promoción de su película– no fue suficiente para el envión final. El director mexicano Alfonso Cuarón sí fue convocado tres veces al centro de la escena –como mejor director, como mejor fotógrafo y como responsable de la mejor película extranjera– pero Green Book - Una amistad sin fronteras se quedó con el Oscar a la mejor película, en lo que puede ser interpretado como un voto de consenso.
El llamado “voto promedio” –en el que influye el sistema de sufragio de la Academia, denominado “preferential voting” y en el que no necesariamente gana la película que suma más votos sino la que consigue el mejor cociente– inclinó la balanza hacia una película de reconciliación y armonía interracial, como es Green Book (ver nota aparte). Una película amable, predecible, políticamente correcta y en una tradición liberal muy arraigada en la Academia de Hollywood, que tiene antecedentes muy notorios.
El primero, allá por 1967, con el triunfo de Al calor de la noche, donde un orgulloso detective negro interpretado por Sidney Poitier (“Call me Mr.Tibbs!”, reclamaba furioso cuando en un pueblito racista lo llamaban de modos menos formales) debía entenderse y resolver un caso con un bestial policía blanco sureño interpretado por Rod Steiger.
El segundo antecedente es más cercano en el tiempo y tiene más de una similitud con el de Green Book, al punto de que la película de Peter Farrelly parece casi una copia al carbón –si se permite la expresión en este contexto- pero a la inversa. Se trata de Conduciendo a Miss Daisy (1989), donde a diferencia de la película de Farrelly había un chofer negro (Morgan Freeman) y una presuntuosa pasajera blanca (Jessica Tandy), que al comienzo se llevan como perro y gato y previsiblemente terminan amigos y compinches, con un bienintencionado mensaje de tolerancia y comprensión.
Como en el caso de Conduciendo a Miss Daisy, el film de Farrelly no ganó el Oscar a la mejor dirección (tampoco en su momento se lo pudo llevar Bruce Beresford), pero ambas películas ya amagaron con posicionarse para el momento culminante de la noche cuando obtuvieron sendas estatuillas por sus respectivos guiones, por más convencionales que fueran.
Hay otra coincidencia histórica a tener en cuenta, que no pasó inadvertida para uno de los principales damnificados, al margen de Netflix y Cuarón. Se trata del director Spike Lee, que 1989 competía por el Oscar a la mejor película con una de las más valiosas de aquel período inicial de su carrera: Haz lo correcto. Iracunda, sorpresiva, impredecible, Do the Right Thing era todo lo contrario de Driving Miss Daisy, del mismo modo en que ahora El infiltrado del KKKlan –su mejor trabajo en años– lo es de Green Book.
Ambas son películas inspiradas en hechos reales, ambas tienen una pareja protagónica interracial, ambas están ambientadas en el pasado reciente, cuando la discriminación estaba mucho mas naturalizada que ahora en los Estados Unidos. Pero mientras la de Farrelly no parece aspirar a otra cosa que a decir que un blanco y un negro pueden ser amigos y aprender de sus diferencias, la de Spike Lee en cambio, sin perder nunca el sentido del humor –que lo tiene, y mucho– es una película profundamente política, que aprovecha un caso histórico para hablar del presente y que vincula inequívocamente al presidente Donald Trump con los supremacistas blancos del Ku Klux Klan que todavía hoy siguen ejerciendo su influencia en la agenda pública de los Estados Unidos.
“Esta es mi sexta copa”, dijo cuando anoche se presentó champán en mano en la sala de prensa del Dolby Theatre, feliz de haber ganado el Oscar al mejor guión adaptado por BlacKkKlansman, pero resentido no tanto por no haber ganado la estatuilla principal, a la que estaba nominado, como al hecho de que la hubiera obtenido Green Book, una película con la cual evidentemente no comulga. “Estoy un poco envenenado”, confesó entre risas. “Cada vez que alguien le maneja su auto a otro estoy en problemas”. Pero también valoró la apertura de la Academia, que en los últimos años incorporó casi dos millares de nuevos votantes, gracias los cuales “tres mujeres negras ganaron un Oscar esta noche”, reconoció. Y también él tuvo la oportunidad de llevarse una estatuilla y de dar un potente discurso sobre la esclavitud y el racismo en los Estados Unidos (ver <https://www.pagina12.com.ar/177241-haz-lo-correcto>).
Mientras tanto, en Hollywood siguen las especulaciones. ¿Cuánto influyó en los votantes de la Academia el hecho de que Roma no estuviera hablada en inglés? ¿O no llegó a la instancia final porque todavía hay en Hollywood una férrea resistencia al sistema de streaming que Netflix está imponiendo al mundo de un modo avasallante? Para Ted Sarandos quizás sea sólo cuestión de tener un poco más de paciencia. Guarda en las gateras nada menos que The Irishman, una saga mafiosa dirigida por Martin Scorsese y coprotagonizada por Robert DeNiro y Al Pacino. No por nada, ayer, en pleno desarrollo de la ceremonia, las redes oficiales de Netflix difundieron el primer tráiler de esa película, con casquillos de balas como leitmotif. Fue casi como un desafío. O una amenaza. Como decir: si no es éste, será el año que viene. Y ya no con una película mexicana sino con una superproducción con tres de las mayores figuras de Hollywood. Pero finalmente conquistaremos la ciudad.