“Estamos cerca de alcanzar un punto de muy difícil retorno. Suelo ser optimista pero no dejo de pensar que la comunidad tiene que hacer algo al respecto”, señala Karen Hallberg, egresada y docente del Instituto Balseiro e investigadora del Conicet en el Centro Atómico Bariloche. Es una de las cinco científicas que el próximo 15 de marzo recibirá en París el premio internacional L’Oreal-Unesco Mujeres por la Ciencia 2019 y 100 mil euros como reconocimiento. Hallberg nació en Rosario pero se crio en Jujuy. De chica fundó un club de ciencia para jugar con sus amiguitas del colegio mientras soñaba con ser científica. Realizó toda su trayectoria en instituciones públicas y hoy está preocupada por una realidad que cada día se torna más oscura. Aquí describe cuáles fueron sus contribuciones vinculadas a las técnicas computacionales y las propiedades de los materiales, plantea la necesaria comunión que debe generarse entre ciencia básica y aplicada, al tiempo que expresa sus temores respecto de la situación actual, incertidumbre que también es la de todo el sector de CyT.
–Usted fue reconocida por “el desarrollo de técnicas computacionales para entender la física de la materia cuántica”. ¿De qué se trata?
–Junto a mi equipo hemos desarrollado códigos numéricos computacionales, con el objetivo de calcular las propiedades cuánticas de los materiales. Realizamos investigación teórica que luego es cotejada con experimentos que se realizan en el Centro Atómico y en laboratorios externos, para conseguir predecir y explicar fenómenos diversos. Hacemos física básica y pretendemos avanzar en la frontera de conocimiento e incrementar el bagaje cultural. Hago esta aclaración porque a diferencia de los que hacen ciencia aplicada, nos preguntamos por qué ocurren las cosas y no el para qué.
–¿A qué materiales se refiere?
–Estudiamos aquellos que, desde nuestra perspectiva, podrían funcionar como aplicaciones en un futuro, pero también nos interesan los que, gracias a sus propiedades microscópicas, ya son empleados como base de la tecnología y la electrónica moderna. Me refiero a los materiales que posibilitan las telecomunicaciones, interacciones vía celular y las computadoras que utilizamos todos los días. Un buen ejemplo son los semiconductores (basados en elementos como el Galio y el Arsénico) que, aunque fueron investigados hace unos 100 años, tuvieron que aguardar varias décadas para que el ser humano pudiera hallar sus utilidades concretas en los transistores, los circuitos integrados y microchips.
–Desarrollos teóricos que, con el tiempo, son claves para producir grandes beneficios en las sociedades. ¿Cómo investigan las propiedades microscópicas de estos materiales que estudia?
–Al ser escalas tan pequeñas (atómicas), lo hacemos a partir de las leyes de la mecánica cuántica y no a partir de los postulados de la mecánica clásica newtoniana. En un paper que publicamos de manera reciente descubrimos una cuasipartícula nueva, más compleja que un electrón y que se destaca por su interacción al interior de los materiales. No sabemos a ciencia cierta si en un futuro cercano este elemento llegará a ser utilizado en la computación cuántica, o bien nos servirá como llave para entender fenómenos que todavía ni siquiera sabemos que existen. En física, el todo es mucho más importante que la suma de las partes; esto quiere decir que no basta con conocer las características de cada uno de los átomos por separado, ya que al juntarse determinan propiedades imposibles de advertir previamente. Lo mismo ocurre en el cerebro: para comprender cómo se forma la conciencia es más fácil comenzar por interpretar las conexiones neuronales, ya que si se examinan por separado no se accede a la complejidad del asunto.
–Hablemos del reconocimiento. Si todavía es necesario tener un premio para visibilizar el trabajo de las mujeres científicas es que algo no anda bien. ¿Qué cree al respecto?
–Creo que las cosas han cambiado, en las últimas décadas hemos vivido una de las transformaciones más importantes en muchísimo tiempo. Sin embargo, las luchas de las mujeres deben sostenerse todos los días. Si se observa bien, por ejemplo, se ha incrementado el número de científicas invitadas a los congresos; en el pasado esta situación ni siquiera se discutía. No hay ninguna razón que explique el desbalance de género en el campo científico. Lo que sucede, como es bien conocido, es el fenómeno “techo de cristal”: mientras las oportunidades de crecer están repartidas en los primeros estadios de la carrera (del investigador científico), luego la cosa cambia. Esto se acentúa mucho más en disciplinas como física, computación, ingenierías o matemática, donde los porcentajes se reducen de manera considerable (en promedio, menos del 30 por ciento de mujeres se reciben en estas áreas). Lo mismo ocurre en las universidades: mi hijo estudió Ciencias de la Computación en un aula con 15 personas, de las cuales 13 eran hombres.
–Un asunto que, como se advierte, desborda al campo científico.
–Sí, comparto, son barreras culturales las que se deben vencer. Faltan espacios institucionales que puedan resolver asuntos tan sencillos como centrales, como la existencia de jardines maternales. Al mismo tiempo, se deben modificar mandatos sociales que se han instalado en la historia y hoy dominan el sentido común. Sin ir más lejos, las mujeres son las que deben “ocuparse” de las familias. ¿Por qué? ¿Por qué no lo hacen los hombres? Los costos sociales que debemos pagar son más altos si no cumplimos con roles que están distribuidos de antemano y de forma tácita. Todavía, en algunos espacios académicos, se sigue pensando que mientras los hombres aportan el pensamiento abstracto, las mujeres solo contribuyen con su costado emocional. Son estereotipos que lo único que hacen es aumentar las brechas.
–Ahora bien, ¿cómo estimular vocaciones científicas en un contexto de techo de cristal por un lado y de ajuste presupuestario por el otro?
–Existe una falta de equidad muy grande en el acceso al conocimiento científico y tecnológico. Los sectores marginales más vulnerables, a pesar de los cambios y de las instituciones universitarias con anclaje territorial, aún no se incorporan de manera definitiva a la educación superior. La situación actual del campo científico es muy adversa, contamos con serios problemas financieros y necesitamos que se revierta. No podemos seguir por mucho tiempo más así, porque estamos cerca de alcanzar un punto de muy difícil retorno. Suelo ser optimista pero no dejo de pensar que la comunidad tiene que hacer algo al respecto. Necesitamos que la ciencia y la tecnología sean redefinidas como una política de Estado, en la medida en que debe ser capaz de trascender a los gobiernos de turno. Las fluctuaciones no nos favorecen en nada, por el contrario, necesitamos continuidad y apoyo constante con horizontes a largo plazo, si lo que buscamos es finalmente desarrollarnos como país. A pesar de los conflictos, los investigadores tenemos la obligación de convencer a la sociedad y a los gobiernos de lo imprescindibles que son nuestros trabajos.
–De aquí la centralidad de la comunicación pública de la ciencia y la divulgación en medios masivos.
–Exacto. Los niños y las niñas de nuestra sociedad deben recibir una educación científica más robusta, más allá de que luego se desempeñen en otras profesiones, oficios y trabajos. La formación de la ciencia es rigurosa y hace hincapié en una mentalidad lógica que puede ser aplicada y dar sus frutos en cualquier actividad cotidiana a la que nos enfrentemos. El abordaje científico favorece nuestras capacidades cognitivas y si está a mano no podemos dejar de aprovecharlo.