¿Hace falta un régimen dictatorial… para convertir los medios en una máquina de lavar cerebros?
El sentido común dice que en una democracia es imposible que ocurra.
El sentido común se equivoca. ¿Cómo se hace?
Es bastante sencillo en realidad: hay que suprimir todas las demás voces.
Uri Avnery
Las estelas del faraón Sesostris (2000 AEC) y las Actas Diurnas de Julio César (publicitando hasta la venta de esclavos) son buenos ejemplos de la antigüedad en la administración de mandatos, injurias y alabanzas. Pero clásicos del disciplinamiento de masas y el reclutamiento de adeptos como la campaña antisemita que instauró al régimen nazi y la propaganda del Comité de Información Pública Creel, promotora del ingreso militar de EE.UU. a la Gran Guerra, acontecieron en plena democracia.
Sin embargo, demasiados ciudadanos ilustrados y defensores de la libertad de expresión niegan que la concentración de medios amenace al sistema democrático y continúan creyendo que imperios y dictaduras poseen la exclusividad de la manipulación cultural.
El mito del sentido común, operador sintético de construcciones culturales masivas y hoy intervenido por expertos cognitivos, elude contradicciones y saberes teóricos.
Más de un coreuta del “Nunca hubo tanta libertad de prensa” acuerda con Herbert Schiller** acerca de los esfuerzos corporativos por naturalizar las narrativas culturales obedeciendo a idénticas leyes del mercado que los productos industriales. Se pretende inmune a cualquier adoctrinamiento y actúa “como si” los discursos mediáticos de democracia establecieran suficientes límites legales y culturales al dominio sobre los contenidos, tecnologías y estrategias de comunicación planetaria diseñadas, gracias a las inversiones de las casas matrices del poder económico y financiero.
El fenómeno no solo afecta a otros. Cuando hablamos de “industrias culturales” para referirnos a la producción de patrimonios socioculturales, olvidamos las palabras de Schiller y suprimimos irreflexivamente las advertencias al respecto, de Michel Foucault y Theodor Adorno.
La alienación del sentido común
Los picapedreros de las nuevas estelas suelen ampararse en la presunta neutralidad de sus herramientas, mientras implementan cambios culturales llave en mano y aplican algoritmos y contenidos subliminales con los cuales teledirigen a los clientes de sus clientes hacia la compra de mercancías (objetos, políticas, candidatos) y, de paso, hacia la resignación de sus derechos, soberanías nacionales incluidas.
Aun cuando también se trate de “sus” derechos, pocos trabajadores de la info-esfera prestan atención a la relación subjetiva que ellos mismos y sus afectos establecen con los productos que crean y consumen y se perciben a salvo de las consecuencias de “lo-que-pasa” cuando el Estado no garantiza la pluralidad de voces y los derechos humanos involucionan a lujos.
Una lógica de pensamiento acostumbrada al “Neccesitas caret lege” (La necesidad no respeta la ley) y cuyo sentido común se justifica convirtiendo en ritual cotidiano la aplicación implacable de la doble vara y un sentido común diferente, al que identifica que las dictaduras nacen de las desnutriciones de las instituciones democráticasy del escamoteo de los hechos a la ciudadanía.
La tarea siempre empieza por casa
En tiempos –como dice Bretch– en los cuales “hablar de árboles es casi un crimen porque implica silenciar injusticias” urge resolver las confrontaciones que impiden al progresismo (y no solo en nuestro país), la construcción de objetivos políticos comunes y organizaciones afines.
La descontaminación (por llamarla de algún modo) de subjetividades nada tiene que ver con las autocríticas destructivas que algunos reclaman.
Se trata de un trabajo imprescindible y paralelo a las batallas culturales por cimentar el sentido hegemónico de una comunidad solidaria.
Identificar intereses comunes y negociar diferencias se realiza en primera persona del singular y del plural así que, demanda ahondar en cuero propio para desarraigar las instalaciones culturales del Gran Hermano.
La comprobación de ideas y prácticas significativas con los patrones introyectados, no solo favorece la desinstalación de los dos demonios en el sentido común. Invita a abandonar nubes preformateadas y predispone a una mayor comprensión de los diferentes intereses y opiniones sectoriales que siempre, atentarán contra la “mayor Verdad” pero, permiten auténticos debates.
La pluralidad de voces avala la construcción de un Gran Proyecto Nacional y Popular.
Del mismo modo y, la experiencia histórica así lo señala, deberá incluir un plan de comunicaciones y producción de tecnología y contenidos audiovisuales nacionales.
* Antropóloga UNR.
** “Los manipuladores de cerebros”.