Durante muchos años, los martes y jueves fueron mis días preferidos de la semana. Por una simple razón: esos dos días, a las cinco de la tarde, “había cancha”. Así les llamábamos a las prácticas de fútbol. No nos importaban el frío ni la lluvia, estábamos siempre puntuales, esperando que don Negro abriera su cuartito de utilero, se colgara el silbato y nos alcanzara las pelotas para empezar. Don Negro Malatesta fue nuestro primer entrenador. Generaciones enteras de chicos de Hernández aprendimos a jugar al fútbol gracias a él. Don Negro nos enseñó la diferencia entre una comba y un chanfle y por qué el cabezazo de pique al suelo descoloca al arquero; nos explicó las reglas del juego, nos hizo querer el fútbol. Pero sobre todo, nos enseñó a jugar en equipo, no le gustaba nada que buscáramos destacarnos solos. “Toque, toque”, era su frase de cabecera. El verdadero fútbol era más toque y menos gambeta; más pasarla al pie y picar a buscar el claro para volver a pedirla que trasladarla solo durante treinta metros; menos yo y más nosotros.

Años después, cuando ya éramos adolescentes un tanto desganados y afectos a la noche, entrenábamos los sábados a las diez de la mañana con la quinta división. Yo no me quería perder el boliche, pero era consciente de que a las nueve tenía que estar arriba. Mamá me despertaba, me servía un desayuno potente y a la media hora estaba listo para correr. Nuestro técnico de la quinta división era Bochi Zuázaga. Bochi perfeccionó lo que habíamos aprendido con don Negro, nos enseñó a pensar el juego, a entender que el fútbol es mucho más que correr atrás de una pelota y patearla más o menos bien, y que si fuera sólo eso, no tendría demasiado sentido. Bochi nos hizo comprender que en el fútbol la inteligencia es tanto o más importante que el estado físico, que hay que tener sentido de la ubicación (propia y ajena) y, si es posible, nociones de estética y de física, es decir: no tirar pelotazos sin sentido, jugar con la pelota pegada al pie, dar pases precisos, cabecear con elegancia, leer el juego del contrario y adelantarse a sus intenciones, como en el ajedrez. 

Si algo bueno tengo, se lo debo al fútbol: a ese fútbol que jugué de chico. Como dijo Albert Camus: “Todo lo que sé sobre moral y sobre las obligaciones de los hombres lo aprendí jugando al fútbol”. Vaya este pequeño homenaje para dos de mis técnicos queridos, y a todos aquellos con los que alguna vez compartí un partido de fútbol y defendimos juntos la camiseta de Cultural de Hernández.