El domingo Green Book ganó el Oscar a Mejor película y se intensificó un debate que ya había empezado desde el estreno: si es un crowd pleaser, una película amable que a todxs deja satisfechos, si BlacKKKlansman, de Spike Lee, es más intensa y políticamente lúcida al poner en escena el conflicto racial no como cosa del pasado sino de este álgido presente, para no hablar de que está dirigida por un negro. La lucha por los derechos civiles, por otra parte, es en la película de Spike Lee un asunto colectivo; en Green Book está prácticamente ausente, o reemplazada por la gesta personal de un artista negro que le pone el cuerpo a una gira por el sur, enfrentándose al peligro y poniéndose en riesgo de distintas formas para cambiar los corazones de las personas (sí, la película misma lo plantea con esa ingenuidad). Sin embargo, ninguno de estos criterios tiene que ver en última instancia con lo que hace que el cine sea cine, y si hay algo en Green Book que funciona es el grado de humanidad que tienen los personajes de Mahersala Ali y Viggo Mortensen cuando están juntos y porque están juntos.
La película está basada en la amistad real entre Don Shirley, un pianista negro (Mahershala Ali) y Tony Vallelonga, también conocido por el seudónimo con aires mafiosos de Tony Lip (Viggo Mortensen), un italiano del Bronx que hacía trabajos de “seguridad” en los boliches de Manhattan. Está empezando la década del sesenta y Don Shirley quiere contratar los servicios de Vallelonga para que sea su chofer durante una gira por varias ciudades del sur, en los que el pianista se presentará junto a otros dos músicos frente a un público de clase alta y media alta exclusivamente blanco. En un mundo dividido en que los negros tienen su música, sus bares, sus hoteles, y no son admitidos en los espacios destinados a los blancos (de hecho el libro verde del título es una guía por los lugares donde se admiten negros), Don Shirley es una especie de infiltrado que usa su prestigio de intérprete refinado y carismático de la música de la cultura blanca para lograr, por decirlo sin vueltas, que los ricachones conservadores del sur admitan un afroamericano en sus salones y teatros. Claro que el músico no es un igual, ocupa un lugar raro entre la servidumbre y el estrellato, y sobre todo sabe que necesita la protección de un blanco como Vallelonga, que presume de ser el mejor artista del embuste del Bronx.
Entre la elegancia impresionante de Don Shirley, que no abandona la postura espigada ni siquiera cuando está agotado en el asiento trasero del auto, y la brutalidad adorable de Vallelonga, que come pollo con la mano, pronuncia como si tuviera la boca llena todo el tiempo y piensa que una carta de amor es contarle a la esposa que secó las medias arriba del televisor, la película trabaja una pareja de opuestos a la que no le cuesta mucho empezar a quererse. Porque Don Shirley, que además es gay, tiene una delicadeza femenina y marica que es enternecedora, y Vallelonga con toda su vulgaridad tana parece un niño –especialmente cuanto tacha y borronea las cartas que le escribe a su mujer con la dificultad de un alumnito de primaria–. Green Book es una road movie que despliega con elegancia y lujo de detalles a sus personajes y la relación entre ellos, que da tiempo para conocerlos y quererlos en secuencias de comedia, sin sorpresas. Así y todo la película juega todo el tiempo con la posibilidad de que ese viaje se descarrile hacia el drama, pero no: esta es una historia optimista y amable, de idealización del afecto, que cuida cada detalle y por cada policía racista se ocupa de poner un policía amable como para que nunca se consolide un villano, ya sea individual o colectivo. La novedad es modesta y atañe exclusivamente de los dos protagonistas, construidos con una sensibilidad contemporánea que se despreocupa por completo de apuntalar o defender la masculinidad: se trata de tipos que se abrazan y se enseñan la ternura, casi como si Peter Farrelly hubiera trasladado los parámetros de la comedia bromantic a otra época que requería herramientas más duras y realistas. El resultado es raro, pero tiene su encanto.