El 17 de diciembre de 2015, un grupo de ex boy scouts víctimas del padre Bernard Preynat, que abusó sexualmente de setenta niños entre 1986 y 1991, crearon la asociación La Palabra Liberada. Juntos, se negaron a someterse al perdón que les sugería la Iglesia y desde entonces no han dejado de luchar para exigir justicia. A principios de enero de este año consiguieron hacer comparecer al cardenal Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon, y a cinco personas de su entorno, ante el Tribunal Penal de la muy burguesa y católica ciudad. Los acusan de no haber denunciado las agresiones sexuales reportadas en distintas fechas, y de haber dejado a Bernard Preynat, ex sacerdote de la parroquia de Sainte-Foy-lès-Lyon y fundador del grupo Scouts Saint Luc, en contacto con niñes hasta el 2015. En el último día del juicio, la Fiscalía anunció de antemano que no pediría ninguna condena, argumentando que los hechos –nunca desmentidos por el propio Preynat– están prescriptos. La sentencia se pronunciará el 7 marzo. Si bien la palabra que las víctimas están logrando liberar no pudo tirar abajo el muro de opacidad tras el cual se esconden los pederastas dentro del marco de sus funciones pastorales, el Vaticano tuvo que dar una respuesta contundente. Sin embargo, en las conclusiones de la reciente cumbre vaticana sobre la protección de menores en la Iglesia, la impunidad de los agresores queda intacta. El discurso final del papa Francisco, muy esperado por las asociaciones de víctimas que viajaron a Roma desde el mundo entero, defiende de manera sustancial la gestión del arzobispo Philippe Barbarin tal y como aparece en el último largometraje de François Ozon, basado en hechos reales, Gracias a Dios. El cineasta francés, al ser galardonado con el Oso de Plata en la Berlinale el 16 de febrero pasado, expresó el deseo de que Philippe Barbarin asistiera al estreno de la película en Lyon, cosa que éste se cuidó muy bien de hacer. La película fue recibida en Francia con dos requerimientos de medidas cautelares ya que, supuestamente, los hechos relatados por Ozon constituyen una violación de la presunción de inocencia de Preynat y de la identidad de Régine Maire, benévola de la Diócesis de esa ciudad. Gracias a Dios salió en la fecha prevista en las salas francesas, el 20 de febrero. Cuenta la historia de La Palabra Liberada, inspirada en la de Alexandre Dussot-Hezez, un católico ferviente, padre de cinco hijxs educadxs en el más estricto tradicionalismo burgués. Pese al silencio de sus padres y del medio al que pertenece, Alexandre, apoyado por su esposa que también fue agredida de niña, intenta como primera medida buscar una reparación acudiendo a la Institución en la que confía, y pide que se tomen las medidas necesarias para deshabilitar a Preynat. Philippe Barbarin responde patrocinando un encuentro en una sala de la Diócesis entre el ex boy scout y el sacerdote, con la mediación de Régine Maire. Allí, Alexandre se ve forzado a escuchar los quejidos de su agresor y a absolverlo, sosteniéndole la mano durante una plegaria. Al volver a su casa, se sobrepone al trauma vivido durante esos minutos de cinismo absoluto, y decide buscar a otros ex boyscouts de Saint Luc esperando encontrar alguno cuyo abuso no esté prescrito. Poco a poco se van sumando decenas de víctimas que finalmente deciden organizarse, crean La Palabra Liberada y ponen una denuncia. Los intercambios con Barbarin revelan la retórica de las autoridades católicas ante las agresiones sexuales: orar para que el Señor, en su santa misericordia, se apiade de nosotros y nos libre del Mal. En el 2016, en Lourdes, refiriéndose a la posibilidad de que la asociación lograra hacer condenar al violador, Barbarin dijo textualmente: “Gracias a Dios, los hechos están prescriptos”. Aquella gracia de Dios es el sagrado obstáculo que impide una respuesta judicial ante los crímenes sexuales cometidos por los eclesiásticos. El papa Francisco lo ratificó en su discurso de cierre al comparar la pedofilia con los sacrificios de niños practicados en el pasado por “algunas culturas” durante sus “ritos paganos”, y a los niños abusados, con los “niños abortados” y las victimas “del comercio de órganos humanos”. Nos remite a la gracia de Dios para luchar contra “el misterio del mal”. El abuso de menores es “obra de Satán” y la misión de la Iglesia consiste en anunciar el Evangelio a los niños y protegerlos de “los ávidos lobos”. Este enmascaramiento de la verdad que implica el colocar la justicia divina por sobre la justicia penal no engañó a lxs que habían viajado especialmente Roma para exigir medidas concretas. El discurso fue recibido como una nueva negación y un desprecio más a la dignidad de las personas. La película de Ozon hilvana el empoderamiento progresivo de las víctimas con breves flashbacks que vienen a mostrar la realidad de los crímenes sexuales que la Institución relega al territorio satánico de lo irrepresentable. Hoy ese territorio está siendo representado y desconstruido por propuestas que, al atravesar la barrera del monstruo rojo y con cuernos, le da al abuso sus auténticas dimensiones humanas. El artista cubano, Erik Ravelo, con su serie de Intocables, se opone al mito del rito pagano enunciado por el papa y lo remplaza por un niño crucificado a un sacerdote con los brazos en cruz. Sus obras revelan la hipocresía de un centro de poder que sigue defendiendo una relación opresiva, perversa y violenta con la sexualidad dándole atributos que hasta ahora siguen funcionando como escudo ante la ley. De nuevo, la Iglesia viene a imponer su visión distorsionada y mafiosa de la legalidad. Mientras tanto, sigue liberándose la palabra de las víctimas en todas las lenguas de la torre de Babel y todas dicen lo mismo, al silencio ya no volvemos más.
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