La semana pasada, las autoridades sanitarias de Santa Fe confirmaron el primer caso de sarampión del año. Se trata de un hombre de 35 años que no estaba vacunado y habría contraído el virus en un viaje por Hong Kong. Frente a este caso, desde el Ministerio de Salud provincial informaron que sólo en enero y febrero, “doce países de América notificaron más de 16.000 casos”, por lo que llamaron a reforzar la vacunación. La Organización Mundial de la Salud (OMS) también hizo foco en el aumento de la circulación del virus. Según las últimas cifras, en 2018 hubo en Europa 82.596 casos de sarampión, el triple que en 2017. La OMS calificó la cifra de contagios como “la más alta en la última década”.
Para la pediatra, investigadora y divulgadora científica Romina Libster la realidad está a la vista: “La vuelta del sarampión y de otras enfermedades para las que existen vacunas tiene su correlato en la disminución de la cobertura de vacunación”. Si bien Libster remarca que esto se debe a “múltiples factores”, los movimientos antivacunas colaboraron al instalar la idea de que las vacunas tienen efectos adversos peligrosísimos. “La única forma de ganarles a las fake news es informar y difundir los beneficios de las vacunas”, dice.
–¿Cuán peligroso es el avance de los antivacunas?
–Definitivamente generan mucha preocupación los antivacunas y las fake news, las noticias falsas sobre la vacunación y sus supuestos efectos adversos. Estas fake news circulan muy rápido y son una de las principales amenazas para la salud pública en todo el mundo. Las fake news son muy efectivas porque van de la mano con la baja percepción del riesgo que tienen los más jóvenes. Las vacunas son víctimas de su propio éxito: al haber disminuido tanto la circulación de enfermedades terribles como el sarampión, la polio o la meningitis, la gente prácticamente las desconoce y no las percibe como un riesgo real. A los jóvenes la polio se la contaron, por eso no asimilan el riesgo. Los mayores de 60, en cambio, se acuerdan de los pulmotores y de las parálisis terribles. Se acuerdan porque lo vieron.
–Pero esas noticias falsas no son nuevas y sin embargo siguen girando.
–La asociación de la triple viral con el autismo fue uno de los hitos más dañinos en la historia de la salud pública mundial. Ocurrió en el 98, por la investigación de un científico británico publicada en una de las revistas de ciencia más prestigiosas del mundo. Dicha asociación nunca se pudo probar, la revista tuvo que retractarse y le quitaron la licencia al investigador. Pero el mal ya estaba hecho, muchos dejaron de vacunar a sus hijos y esa idea quedó instalada en la sabiduría popular. Se perpetuó en el tiempo por personalidades mediáticas o famosos que agarraron esa bandera en vez de confiar en los científicos que trabajaron toda una vida en el laboratorio pero tienen menor visibilidad. Ese es el gran desafío para el cual tenemos que prepararnos también.
–¿Por qué son tan importantes las vacunas?
–Lo más importante de la vacunación, tanto o más que el beneficio individual, es la inmunidad colectiva. No nos vacunamos sólo por nosotros mismos sino para proteger al otro. Una comunidad en donde nadie fue vacunado y nadie tuvo sarampión es un blanco fácil para que la enfermedad se disemine rápidamente. El caso contrario es una comunidad con más del 95 por ciento de personas vacunadas, o sea con anticuerpos. Allí, al sarampión le va a costar mucho más meterse y en muy poco tiempo va a quedar contenido. Las personas vacunadas hacen de escudo y protegen indirectamente a todos aquellos que no se pueden vacunar: recién nacidos, embarazadas, personas con enfermedades o tratamientos inmunosupresores. Todos ellos y los 700 mil bebés que nacen por año dependen de los que están vacunados. La inmunidad colectiva evita que un caso importado se pueda introducir y convertir en un brote.
–¿Se está perdiendo está inmunidad colectiva?
–Esto es lo que estamos viendo que pasa en el mundo, al bajar la cobertura de vacunación. Los eventos masivos donde se junta gente de todo el mundo son lugares ideales para que se propaguen enfermedades, más si las coberturas de vacunación son heterogéneas. En el país la cobertura de vacunación no es homogénea, hay lugares con el 95 por ciento y otros con el 87. Y eso es un problema porque ahí corremos el riesgo.
–¿Cuál fue el último caso endémico de sarampión en Argentina?
–El último fue en el 2000. Los casos de 2010 y 2018 fueron importados, con contagios relacionados, pero los niveles altos de vacunación evitaron que se vuelva endémico. Mantener los niveles altos de vacunación es un desafío desde la logística, la planificación, el acceso, hasta el fortalecimiento de los sistemas de salud.
–¿Qué pasa cuándo como pediatra recibe la consulta de padres que se oponen a las vacunas?
–No hay que generalizar. Entre los que llamamos antivacunas en realidad hay mucha gente que no sabe y no tiene la información. No son antivacunas profundos, no tienen una postura rígida, muchos escuchan. Entonces hay que contarles lo importante que son las vacunas, cuál es su valor. Tenemos que lograr que la gente entienda cuál es beneficio de las vacunas, que salvan vidas, que fueron el mayor logro del siglo XX y que lograron, por ejemplo, erradicar del planeta la viruela. Hay que lograr trascender con la divulgación científica y ganarle la carrera a las fake news.
–O sea, profundizar las campañas de información...
–Hay que ser bien claro y muy transparente cuando uno habla de las vacunas con los padres y en los medios. Explicar lo que han logrado a lo largo de generaciones. Gracias a eso los millennials y centennials están gozando una Argentina libre de polio y sarampión. Muchos médicos tuvieron que volver a entrenarse y a aprender cómo tratar un caso de sarampión porque nunca habían visto uno. Hay que dejarle en claro al otro que si no se vacuna no sólo se está poniendo en riesgo él sino que también está poniendo en riesgo al otro y eso tiene consecuencias.